No hay por qué respetar la legibilidad de un mundo que se pretende cambiar. La escritura es un invento, y como tal, un esfuerzo político en el que el pasado coexiste con el presente, pero también con el futuro. Raquel Rabinovich nos habla de Trilce, obra con la que César Vallejo logró hacer de esta noción una de las mayores expresiones latinoamericanas.

Por Raquel Rabinovich

Ilustración: Gustavo De Tanti

La idea es de Marcel Proust, escritor contemporáneo a Vallejo —aunque algunos años más viejo— con el que compartió residencia en París.

Esa idea es, entre otras cosas, que la literatura supone la invención de una lengua dentro de otra lengua. La literatura despoja a la lengua de lugares comunes, desiertos poblados de estereotipos, la hace delirar para inventar una lengua extranjera, para quebrantar la frontera del sentido hegemónico. Se hace necesario, entonces, llevar el lenguaje hacia sus propios límites sintácticos, semánticos y gramaticales. Un esfuerzo poético y político por volver a nombrar el mundo. En Trilce, Vallejo pone en escena este proyecto al tensionar el concepto de legibilidad, unión compleja entre letra y sentido.

¿Qué es la escritura?

En principio esta pregunta se hace imprescindible para intentar abordar un texto covallejo1mo Trilce. La escritura literaria es la reescritura de otros textos, otros discursos, otras genealogías. Es una operación de transformación de textos leídos. Un movimiento condensatorio de voces dispares y dispersas. Recorte y selección. Hallazgo y residuo. Un acto de producción complejo que escapa al sujeto y a la finitud temporal: lo escrito, en sí, es ausencia de temporalidad, es coexistencia de pasado, presente y futuro.

La lectura es un proceso o momento diferenciable. Supone la puesta en marcha del signo, la expansión de sentido hacia innumerables puntos de fuga. La lectura amplifica e incrementa como así también descarta y desperdicia por la ceguera de un saber que será siempre insuficiente.

Ahora bien, la lectura supone la historización de aquello que resulta atemporal. El lector sitúa esa escritura en relación con un presente desde el que se aborda el texto. La ilegibilidad —concepto que estructura el universo Trilce— supone que el lector no tiene la posibilidad de aprehender el sentido absoluto de la letra escrita, sino que solo está en condiciones de transformarlo. Todo en Trilce es hermetismo y metamorfosis. Una escritura hecha para no ser leída. Apartada de su función y, por ende, que resiste al canon y al mercado. Un texto en el cual vale más preguntarnos qué hace, qué produce cuando circula en el vasto tejido de discursos que llamamos cultura, que intentar dilucidar el sentido, o la mera interpretación de su contenido.

 Con relación a esta idea de lo que no es posible leer al menos en términos formales, se erigen dos tradiciones a saber: la de Hans Georg Gadamer, para quien el texto es una unidad de sentido inteligible dada por la producción estable de significados por parte del lector, y la de Jacques Derrida, para quien el significado es siempre inestable y plural. El texto es un universo no colonizable, en el cual las lecturas —siempre en plural y en pugna— van amplificando el sentido. Se obtura así una única interpretación y el texto permanece siempre abierto a lo nuevo y a lo indecible. Hay algo que permanece ilegible e incandescente. Así podemos seguir leyendo innumerables veces una misma obra.

Talones que no giran

Trilce es uno de los libros más radicalmente escritos por la poesía en lengua castellana. Es un texto de difícil lectura porque sostiene como proyecto socavar el sentido, hincando en el lector la incertidumbre, poniendo en duda la misma capacidad de representación del lenguaje, la misma capacidad de lectura y de interpretación.

«Un proyectil que no sé dónde irá a caer.
Incertidumbre. Tramonto. Cervical coyuntura.
Chasquido de moscón que muerevallejo2
a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?

Incertidumbre. Talones que no giran.» Trilce, XII.

Vallejo crea una nueva lógica textual en la que la incertidumbre no solo que no desacredita el discurso sino que se convierte en su potencia. El lenguaje sigue siendo así un proyectil, un arma que sobrevuela y cae. Detona el campo social plagado de signos naturalizados, de sentido común. En Trilce lo que entra en tensión es la función misma del lenguaje de «nombrar» al mundo, su referencialidad con respecto al objeto. En este sentido se pueden distinguir al menos dos corrientes de pensamiento bien definidas. Por un lado, la iniciada por Immanuel Kant, cuyo planteo es que el mundo es anterior al lenguaje y el lenguaje solo nombra los fenómenos. Y por otro lado, la promovida por Martin Heidegger, que postula al lenguaje como aquel que funda al mundo. El objeto solo es, cuando es nombrado. Cesar Vallejo pone en crisis la función referencial del lenguaje, su capacidad representativa. Así lo expresa en su poema II:

«¿Qué se llama cuanto heriza nos?

Se llama Lomismo que padece

nombre nombre nombre nombrE.»

Es como si hubiera que decirlo todo de nuevo y como si el lenguaje consolidado resultara ya insuficiente. Entonces Proust y un desafío, apenas un destello: crear una nueva lengua.

vallejo300DeTantiTriste y dulce

Lengua sobre lengua. Nuevas texturas y sabores y una operación política en el marco de los incipientes movimientos vanguardistas latinoamericanos de la década del veinte para lo que Vallejo desarrolla un dispositivo particular que hace funcionar la gran máquina que es Trilce.

A saber, las vanguardias de la década del veinte en Latinoamérica buscaron bajo diversas manifestaciones la renovación formal. Algunas se ampararon mayormente en la influencia europea y otras, como «el negrismo» de Nicolás Guillén rescatando la cultura nativa, emparentada con el africanismo. En 7 ensayos sobre la realidad peruana, José Carlos Mariátegui discute sobre la idea de regionalismo y centralismo, y presenta a César Vallejo como figura clave para entender esta renovación formal sin desentenderse de los problemas que supone la influencia cultural europea en términos de colonización. Vallejo, en ningún momento abandonó su participación política: la renovación formal es renovación de significados. Al respecto Mariátegui, afirma: «Vallejo logra en su poesía un estilo nuevo. El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es íntegramente suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma».

En Trilce, César Vallejo incluye un sustrato quechua, una tonalidad andina que se articula con arcaísmos, neologismos, uso de mayúsculas, agramaticalidad y otros procedimientos de vanguardia. La voz del poema se confunde, se fragmenta y se disgrega en coloquios y soliloquios. Los recuerdos se entremezclan con imágenes inaccesibles provocando, así, incertidumbre. Ahora bien, todos estos recursos empleados no hacen un tipo de escritura errante o mutilada sino que se convierten en potencia del lenguaje, una nueva dulzura hecha de ausencias frente a la felicidad incipiente del progreso de sentido.

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El último poema de Trilce (LXXVII)

«GRANIZA TÁNTO, COMO para que yo recuerde

y acreciente las perlas

que he recogido del hocico mismo

de cada tempestad.

No se vaya a secar esta lluvia.

A menos que me fuese dado

caer ahora para ella, o que me enterrasen

mojado en el agua

que surtiera de todos los fuegos.

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?

Temo me quede con algún flanco seco;vallejo4

temo que ella se vaya, sin haberme probado

en las sequías de increíbles cuerdas vocales,

por las que,

para dar armonía,

hay siempre que subir ¡nunca bajar!

¿No subimos acaso para abajo?

Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!»

20090522060254

Este poema marca el final de un recorrido que es, en realidad, base para el nacimiento de una nueva escritura en Latinoamérica. Porque para Vallejo si todo está por decirse como si nada hubiera sido dicho, no es bajo la voluntad de fundar el mundo, como un nuevo Adán, sino para intentar decir mucho más con mucho menos. La voz poética que se consolidaba en una unidad dada por el recuerdo sabe que será derribada. Queda la lluvia que arrastra en tempestades la sequía de una voz sorda, de una tradición de sentido único, de una ilusión de verdad natural. Lluvia que sube o baja desde el ojo que trastoca la imagen y subvierte los órdenes y las geografías. Ríos sin orillas, costas sin mar y una desvinculación necesaria. Apenas un proyecto íntimo, propio y particular, un destello: rehacer el mundo como espacio de lo decible.

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