Meterse en la vida ajena está mal visto. Pero ¿por qué no debemos hacerlo? O más aún: ¿Por qué sí?

—¿Y la vieja esa que siempre pasaba hablando sola?

—¿La que decimos que va a visitar al novio al asilo?

—Sí, esa, la que era igualita a Woody Allen.

—Jaja, igualita. Hace rato que no la veo.

—¿Se habrá muerto?

—Shhh, pobre.

“el chusmerío ocupa dos tercios de nuestras conversaciones y —como el despreciable puterío— tiene una función vital para la especie humana”.

¿Qué sería de una tarde de mates en la vereda si no hubiera cotilleo —chusmerío, habladuría, murmuración, comadreo, conventilleo—? Ni siquiera los que intelectualizamos la cosa y nos resistimos a formar parte podemos negar el confortable calorcito interior que provoca el acto de hablar de los demás.

Y no se salva nadie, porque cuando ya no hay de quién hablar aparecen los auxiliares de dudosa etimología: fulano, mengano, zutano y perengano —híbrido entre “Pérez” y “mengano” —, para prolongar el placer culposo.

Aún no sabemos bien por qué la gente comparte información sobre la vida de otros a sus espaldas. Lo que sí sabemos es que el chusmerío ocupa dos tercios de nuestras conversaciones y —como el despreciable puterío— tiene una función vital para la especie humana. A partir de los estudios citados al pie de este artículo, hoy podríamos darle una palmadita en la espalda a nuestro diablillo interior.

La cooperación es fundamental para la vida en sociedad. Produce beneficios comunes e incrementa los sentimientos de cohesión y solidaridad. Dicho de otra forma: hace linda la experiencia de vivir donde viven otros, motor y sentido de nuestra especie a la hora de garantizar su supervivencia.

Los dilemas sociales, que van desde conservar el agua durante una sequía hasta organizar cruzadas 2D anti-Cristian Aldana, abundan en la cotidianeidad y plantean problemas críticos para los grupos humanos. La solución se centra en una antigua pregunta: “¿Cómo hace un individuo para motivar a los miembros del grupo a cooperar a pesar de la tentación de actuar de modo egoísta?”

Una posibilidad es interactuar selectivamente con aquellos que sean más confiables en cuanto a su capacidad de cooperar. Sin embargo, los juicios acertados sobre las tendencias cooperativas del otro son difíciles de conocer, sobre todo en los inicios de una relación. Para ello sería imprescindible conocer la reputación de cada persona. Pero, ¿qué sería esta “reputación”?

“El cotilleo, en fin, es útil para determinar quiénes son los que poseen una actitud parasitaria dentro de una organización”.

Según Randy Farmer, desarrollador de software social y coautor de estudios sobre sistemas de relaciones humanas en hábitats online, la reputación es la “información que se usa para hacer un juicio de valor sobre un objeto o sobre alguien”.

Compartir información negativa y en tono evaluativo acerca de otras personas tiene la función de regular y normalizar el comportamiento colectivo, desalentando potenciales acciones egoístas. Aquellos que evaden sus responsabilidades son blanco de comentarios negativos y se ven empujados a revertir sus acciones con el fin de no ser aquel de quien se habla mal. El cotilleo, en fin, es útil para determinar quiénes son los que poseen una actitud parasitaria dentro de una organización.

Eduard von Grutzner -Gossip in the Monastery (1887)

Si bien aquellos con una mayor orientación pro-social son quienes más hablan de los demás a sus espaldas, se podría diferenciar el “buen cotilleo” del malo. Descalificar a alguien o reforzar una falsa imagen suya a partir de sus acciones previas, es parte de la dinámica grupal que ocurre al competir por un determinado status. De ese modo, se van estableciendo los parámetros culturales avalados por el sistema que contiene a una equis comunidad y se margina a quienes no alcanzan a cumplir con los niveles de expectativa del conjunto.

Pero ojo; una permanente actitud descalificadora hacia los demás se vuelve contraproducente. A través del efecto conocido como «transferencia espontánea de rasgos», los que nos escuchan hablar mal de otros asocian inconscientemente a nuestra persona esas características que describimos, lo que al final hace que nos las transfieran.

¿Qué pasa entonces con las tardes de mate y debate acerca de si a Brad Pitt lo echaron de casa por ser mal padre?

“Hay investigaciones que destacan el papel de los Sistemas de reputación como pautadores sociales, en el sentido de que no sólo sirven como sistemas de apoyo a la decisión, sino también para promover comportamientos deseados”.

Más allá de si Brangelina es o no es una maqueta válida a partir de la cual nivelar la salud de la propia pareja, el deseo de conocer y chusmear sobre la vida privada de las celebridades no solo se explica por la alegría de ver cómo “los ricos también meten la pata” sino que parece que tiene que ver también con otro comportamiento ancestral: los rostros que vemos asiduamente son identificados por nuestro inconsciente como “parte de la manada”.

Tremendo.

Hay investigaciones que destacan el papel de los Sistemas de reputación como pautadores sociales (por ejemplo en las comunidades online), en el sentido de que no sólo sirven como sistemas de apoyo a la decisión, sino también para promover comportamientos deseados. O sea: pueden tener una función social y de aprendizaje porque el feedback reputacional que generan ayuda a aprender y a asimilar patrones de convivencia positivos.

Pero, ¿qué reputación tiene el “sistema de reputación”? ¿Sirve para que la sociedad prospere o nos llevará a un suicidio en masa? ¿Es acaso el Big Data el próximo encargado de regular un gran sistema de reputación a partir del cual deberemos normalizar nuestro comportamiento? Son debates a los que quizás podríamos hacer un lugarcito una que otra tarde en la vereda, durante el tercio restante de nuestras conversaciones.

(Axelrod & Hamilton, 1981; Kollock, 1998; Sober & Wilson, 1998)
(Dawes, 1980; Kollock, 1998; Weber, Kopelman, & Messick, 2004)
(Frank, 1988; Komorita and Parks, 1996; Willer, 2009)
(Brown, Palameta, & Moore, 2003; Dunbar, 1996; Frank, 1988)
(Barclay, 2004; Barclay & Willer, 2007; Hardy & van Vugt, 2006; Milinski, Semmann, & Krambeck, 2002; Willer, 2009)
(Sommerfeld, Krambeck, Semmann, & Milinski, 2007; Wilson, Wilczynski, Wells, & Weiser, 2000)
(Goodman & Ben-Ze’ev, 1994)
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