La explicación se vuelve sencilla cuando quien escucha no se pone exigente. He aquí la cuestión vasca no académica, para el oído argento.
Por Fabricio Lombardo
Foto: Crónica de un verano, de Jean Rouch y Edgar Morin (1960)
Hablo con un amigo argentino por teléfono y, entre chismes y anécdotas, me comenta que los apuntes que estoy escribiendo están bien, pero algunos no se entienden en lo más mínimo. “¿Cuáles?”. “Los de la tierra, la identidad y todo ese quilombo de los vascos”, responde. Le confieso que a mí tampoco me resulta sencillo. Ni entenderlo ni explicarlo. “Pero, escuchame, ¿cómo sería la cuestión si la transportás a Argentina?”. “No se puede”, le digo.
—¡Sí se puede, pelotudo!, —replica y me moja la oreja—: no estás en la universidad.
—Bueno, mirá —intento—, ¿viste que los cordobeses de Argentina tienen una tonada especial? El cordobés no es un dialecto ni un idioma, es solo una tonada.
—Claro— me dice.
—Bueno, imaginate que sí lo fuera; que fuera un idioma milenario e incluso no tuviese nada que ver con el castellano. Imaginate que además los cordobeses tuvieran una historia propia, diferenciada, con tradiciones y monarquías centenarias y gobiernos propios. ¿Me seguís, no? Bien; imaginate ahora que el territorio donde viven los cordobeses no incluyera sólo Córdoba sino también una parte de San Luis, otra de Mendoza y otra de Chile. Y que durante los últimos siglos los gobiernos argentinos y chilenos, con sus idiomas, historias y tradiciones, vinieran limando, asfixiando y reprimiendo, según la época, esa identidad cordobesa, casi al punto de hacerla desaparecer. ¿Se entiende algo? —le pregunto mientras pienso que acabo de cometer todas las atrocidades que en la universidad me dijeron que no tenía que cometer.
—¡Claro que se entiende! —se indigna— ¡¿Y por qué no escribís eso y te dejás de joder, academicista del orto?!
Buenísimo. La academia nos lima la creatividad, entre otras cosas, y lo digo con conocimiento de causa jajaja