La relación de Clarín con el poder político está lejos de ser aburrida. Federico Acosta Rainis explica las gambetas del multimedios con el peronismo, las dictaduras y el kirchnerismo.

Hablar hoy de Clarín remite de inmediato a la archipresente grieta y, acto seguido, a la fascinación por los fetiches que todo-lo-explican: dependiendo del cómodo lugar en que cada uno se pare, el Grupo representa todo lo bueno o todo lo malo que hay en el periodismo. Una de las consecuencias más insoportables de la disputa que el kirchnerismo y Clarín mantuvieron durante los últimos ocho o nueve años es que la historia de las relaciones entre un gobierno y los grandes medios pareciera reducirse solamente a esa batalla, a ese período de ocho o nueve años.

Pero no: Clarín nació antes que Néstor y cuando el santacruceño aún usaba pañales el diario fundado por Roberto Noble ya estaba surfeando sus primeras grietas. La propuesta de este texto, entonces, es hablar de Clarín pero con una mirada de largo aliento que busque continuidades y puntos de inflexión, similitudes y diferencias a lo largo de su recorrido. Para ello, se hará un breve repaso de tres períodos políticos concretos de la historia del diario, poniendo énfasis en su relación con el Estado y los gobiernos: el primer peronismo (1946-1955), la última dictadura cívico-militar (1976-1983) y las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner (2003-2015).

Este análisis parte de una constatación histórica y dos presupuestos generales. La constatación histórica es que en nuestro continente los medios siempre necesitaron del Estado para sobrevivir, debido principalmente a la inexistencia de públicos masivos y a la endémica inestabilidad económica y política de los países latinoamericanos. Esta situación determinó un juego de toma y daca entre ambos actores que tuvo diferentes formas pero siempre pesó en el comportamiento empresarial, editorial y estratégico de los medios.

“Clarín nació antes que Néstor y cuando el santacruceño aún usaba pañales el diario fundado por Roberto Noble ya estaba surfeando sus primeras grietas”.

El primero de los presupuestos es que tanto la historiografía liberal —aquella que considera a la prensa como un dispositivo democratizador frente al poder del Estado—, como la historiografía antiliberal o revisionista —que la supone un comisario de las elites frente a gobiernos populares— tienen una capacidad explicativa débil porque operan como un corsé teórico que confirma lo que presupone: una especie de profecía autocumplida. Para deconstruir la complejidad del mundo periodístico hay que eludir las grietas y tomar en cuenta las propias expectativas e intereses de cada medio en cada contexto histórico en particular.

Aquí aparece un segundo presupuesto rector: los medios no son dispositivos monolíticos que operan de forma coherente en una sola dirección —por la supuesta voluntad de sus accionistas, directores o periodistas, las presiones gubernamentales, etc. Por el contrario, constituyen un universo múltiple, sujeto a tensiones externas e internas, líneas de acción contrarias, intentos frustrados, negociaciones, tácticas y estrategias fluctuantes que deben analizarse tomando en cuenta su trayectoria, la mencionada relación con el Estado, su público, su ideología, el mercado, etc. Lo mismo vale para los periodistas: como sujetos antes que nada tienen agencia —voluntad, deseos, dudas, contradicciones—, y no pueden ser concebidos como una reproducción a escala de la línea editorial del medio al que pertenecen.

Los inicios del proyecto de Noble: Clarín y el primer peronismo

Roberto Noble fundó Clarín en 1945. Era un periodista con aspiraciones de ascenso social y una trayectoria zigzagueante en política (diputado socialista, entre 1930 y 1935; ministro del gobernador bonaerense conservador Manuel Fresco, entre 1936 y 1939) y se propuso crear un diario masivo que le rindiera económicamente y, al mismo tiempo, le sirviera para acrecentar su poder político. Imaginó entonces un medio que combinara la sólida trayectoria doctrinaria de La Nación con la modernidad de una empresa periodística rentable [i], con el objetivo de convertirse en una voz escuchada por una amplia mayoría de los argentinos.

Noble no contaba con el dinero suficiente para lanzar su proyecto y por eso Sivak destaca la “precariedad inicial” que atravesaba el matutino: los fondos fundacionales provinieron de un heterogéneo grupo de empresarios con ideologías diferentes y las primeras tandas de papel prensa las aportó Cabildo, un diario propiedad de Fresco. Desde un comienzo, Noble le dio al matutino una orientación muy personalista y comenzó a tejer alianzas con la mayor cantidad de actores posibles —algunos incluso opuestos entre sí—, entre ellos el poder político de turno, con el propósito de garantizar el acceso a diferentes beneficios y fondos.

Es en estos términos como hay que pensar su relación con el peronismo: aunque durante la campaña electoral que llevó a Juan Domingo Perón a la presidencia en 1946, Clarín secundó desde sus páginas la fórmula Tamborini-Mosca, fue también el primer diario opositor que reconoció su victoria, una situación que llamó la atención de la propia embajada de EEUU en Argentina. Poco se demoró el periódico que se declaraba independiente en apoyar desde sus páginas al proyecto de transformación político, económico y social que proponía el peronismo, a pesar de no hacerlo nunca con el fervor de la prensa oficialista.

“…tanto la historiografía liberal como la antiliberal o revisionista tienen una capacidad explicativa débil porque operan como un corsé teórico que confirma lo que presupone: una especie de profecía autocumplida”.

Más allá de su cercanía ideológica con el nacionalismo, Noble tenía buenas razones para actuar así. En esa época, Argentina era el cuarto país con más lectores de diarios en el mundo [ii] pero carecía de fábricas de papel prensa e importaba la totalidad del insumo del exterior: una situación problemática tanto por la inestabilidad política del país como por los recurrentes cambios en el precio internacional del papel. Perón aprovechó esta circunstancia para premiar o castigar a los medios más o menos afines, manejando a discreción las cuotas de papel importado que les asignaba.

La presión del peronismo sobre la prensa fue continua e incluyó censuras, huelgas, recorte de pauta, clausuras y expropiaciones. Pero, aunque provocó fuertes protestas en el mundo periodístico, fue deliberadamente ignorada desde las páginas de Clarín [iii]. La de Noble fue una gran estrategia: a diferencia de otros diarios no peronistas, la cómoda relación “independiente” pero cercana con el gobierno —aceitada a través del vínculo personal entre Noble y Raúl Apold, el encargado de comunicación del peronismo— le ahorró problemas y le proporcionó buenos beneficios: 3.5 millones de pesos en papel, 1.6 millones de publicidad, créditos hipotecarios y hasta la intervención personal del propio presidente a la hora de evitar una investigación a fondo sobre el poco claro origen de sus fondos. Mantenerse cerca del Estado también le permitió a Clarín aprovechar nuevas oportunidades. Cuando, en un deliberado ataque a la libertad de prensa, el peronismo expropió La Prensa, el diario más importante del país, Clarín desconoció el conflicto y solo se preocupó por recoger sus frutos: se quedó con una buena parte del público del matutino expropiado y —un botín más jugoso aún— con sus avisos clasificados[iv].

El proyecto de Noble de hablarle a un público masivo comenzaba a volverse realidad: si al inicio del primer gobierno de Perón, Clarín vendía unos 160.000 ejemplares diarios [v], en 1957 ya era una empresa rentable y en crecimiento con una tirada superior a los 270.000 ejemplares, que se consolidaba más allá del proyecto peronista. Clarín supo usar al peronismo y su incorporación de grandes masas al mundo del consumo en provecho propio. Sivak [vi] lo explica así: “Sin la pretensión de criticar a un gobierno que veía popular e inapelable, (Noble) durante un decenio hizo un diario no ideológico […]. Ignoró las críticas de la oposición y las propias y diluyó cada uno de los conflictos que habían emergido en la sociedad argentina. Convirtió al peronismo en el único y excluyente actor. Fue su estrategia de supervivencia y expansión”.

En 23 de septiembre 1955, después de nueve años de sintonía con el gobierno, de apoyarlo en las elecciones, de condenar el bombardeo de Plaza de Mayo de junio y rechazar desde sus páginas una salida antidemocrática, solo una semana después del golpe que derrocó a Perón, Clarín tituló en tapa: “Cita de honor con la libertad. También para la república la noche ha quedado atrás” y llamó al general depuesto “dictador”. De inmediato, el diario construyó un relato épico y falso sobre su dura batalla por la libertad durante la supuesta dictadura peronista. Noble repitió con la denominada Revolución Libertadora la maniobra que había empleado en los inicios del peronismo: mantenerse en buenos términos con los recién llegados al poder.

 

La dictadura militar: el sueño del papel propio

La última dictadura cívico-militar (1976-1983) se propuso destruir la Argentina existente y crear otra por la fuerza, persiguiendo, torturando y asesinando a todos aquellos individuos o grupos que quisieran resistirse o resultaran, a sus ojos, sospechosos. Los militares instauraron un nuevo juego de reglas de distribución del poder y de relaciones sociales basadas en el terror y el férreo control de los cuerpos, los discursos y las palabras, que no tiene comparación alguna con cualquier otra transformación que haya sufrido el país durante el siglo XX; a la hora de pensar en el rol de los medios durante esta etapa, es fundamental tomar en cuenta esa singularidad histórica.

Los militares sabían que para poder llevar a cabo su tarea era clave mantener sumisa a la prensa y, por eso, una de las primeras reuniones que del presidente de facto Jorge Rafael Videla fue con los dueños de los principales medios, para “pedirles” su colaboración. Entre los convocados estuvo la cabeza de Clarín, Héctor Magnetto. El mismo 24 de marzo de 1976, la dictadura emitió su comunicado n°19, que castigaba con hasta diez años de cárcel a quien “difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes” que de alguna manera perjudicaran a las fuerzas de seguridad. De ahí en adelante, los medios solo podrían usar los datos y partes oficiales del gobierno [vii].

Clarín, con su habilidad especial para detectar cambios en el poder, apoyó el golpe de 1976 desde antes de que se produjera. El periódico tenía afinidad con el desarrollismo desde la época de Arturo Frondizi y veía con ojos buenos a Videla porque lo consideraba cercano a sus ideas: compartía particularmente su voluntad de poner “orden” al caos político que había en el país. En este nuevo escenario, la estrategia informativa que siguió el matutino puede calificarse como de “opacidad” [viii] o de “silencio editorial estratégico” [ix]: eliminó casi cualquier contenido interpretativo limitándose a reproducir la “pura y monocorde megafonía del palabrerío oficial” [x].

“La presión del peronismo sobre la prensa fue continua e incluyó censuras, huelgas, recorte de pauta, clausuras y expropiaciones. Pero, aunque provocó fuertes protestas en el mundo periodístico, fue deliberadamente ignorada desde las páginas de Clarín”.

Pero más allá de una cierta cercanía ideológica, durante el gobierno militar ocurrió un hecho fundamental, que constituye a la vez una continuidad y un punto de inflexión en la historia del matutino: la adquisición de parte de las acciones de Papel Prensa, el proyecto de creación de la primera fábrica de papel prensa del país. El procedimiento estuvo atravesado desde el inicio por una serie enorme de irregularidades —plata sucia, asignaciones por decreto, presiones a los dueños para vender, compra a precio vil, etc. [xi] — de las que Clarín fue cómplice mudo, junto a La Nación y a la dictadura genocida. Esta complicidad, el silencio frente al terrorismo de Estado y el “presentar una promoción industrial sectorial como una oportunidad para el progreso del país” [xii] argumentando que el monopolio de Papel Prensa era ejemplo de un modelo de sustitución de importaciones, forman parte de lo que siguiendo a Blaustein [xiii] se puede llamar una “escandalosa claudicación ética” por la que Clarín jamás ensayó un mea culpa.

Aquí hay un punto de continuidad histórico en el diario fundado por Noble: la búsqueda persistente por acceder al preciado papel. Como accionista de Papel Prensa, Clarín obtuvo además créditos para la construcción, exención de impuestos, reducción de tarifas y baja de más del 50% en los aranceles de importación: el resto de los diarios no solo quedaron fuera del proyecto sino que además pagaron más por el papel importado. Pero lo novedoso es que, con la compra de la papelera, Clarín dio un salto cualitativo hacia una “integración vertical” [xiv] que prefiguraría su futuro como conglomerado empresarial con ambiciones mucho más allá del universo de los medios. Al final de la dictadura, el grupo tenía doce empresas y había diversificado sus negocios hacia los sectores inmobiliario, agropecuario y de inversiones, entre otros [xv].

Resulta interesante tomar en cuenta este aspecto para pensar por qué, a pesar del pacto de autocensura y de negociados conjuntos con el gobierno de facto, el diario fundado por Noble —especialmente después del Mundial de 1978—, se animó a empezar a criticar la política económica neoliberal de Martínez de Hoz, que nada tenía de desarrollista. Una hipótesis posible es que la voluntad empresarial del diario y su crecimiento en ventas —otra similitud con la etapa peronista: la tirada pasó de 380.000 ejemplares en 1973 a 536.000 en 1983 [xvi] —, le permitieron adquirir una cierta autonomía con respecto al poder político, incluso bajo la presión de la dictadura militar. Cabe preguntarse si estas críticas sobre la orientación económica que tomaba el país, obviamente moderadas, hubieran sido posibles durante el gobierno de Perón, cuando el matutino recién salía a la cancha.

Con amor o con odio: la relación entre el kirchnerismo y Clarín

Durante la década previa a la llegada de Néstor Kirchner al poder, Clarín había cambiado mucho: gracias a la expansión de su horizonte empresarial se había vuelto un poderoso y concentrado grupo mediático —vale recordar que varios de sus medios los había obtenido de forma irregular, como lo demuestra Julio Ramos [xvii] para los casos de Canal 13 y Radio Mitre— en crecimiento exponencial, especialmente después de ingresar al negocio del cable.

Pero no todo fueron rosas: para adquirir presencia masiva en ese segmento el conglomerado necesitó de una gran cantidad de capital que obtuvo endeudándose con acreedores internacionales. Cuando la crisis económica del 2001 acabó con la paridad peso/dólar y el valor del billete verde se triplicó, ese enorme pasivo puso en riesgo al grupo, que incapaz de cumplir con sus compromisos estuvo a punto de quedar bajo control extranjero. Frente a esta amenaza, Magnetto otra vez hizo lobby para recibir la preciada ayuda estatal. La salvación llegó con la Ley 25.750, conocida como Ley de Bienes Culturales, aprobada en 2002 durante el mandato de Duhalde y promulgada en 2003, cuando Kirchner ya era presidente. Esta ley impedía que las empresas en crisis pertenecientes a la “industria cultural” pudieran, por intermedio de la Ley de Quiebras, quedar en manos de sus acreedores extranjeros.

Para entender la relación entre Clarín y el kirchnerismo, es interesante tomar en cuenta el surgimiento de lo que siguiendo a Pérez Liñán y Waisbord, el filósofo Philip Kitzberger [xviii] denomina una “nueva arena institucional de los medios […] capaz de determinar el destino o la vida de un gobierno”: el novedoso y poderoso rol que los medios fueron asumiendo a partir los noventa, que en nuestro país se encontró con “una clase política a la defensiva” [xix]. Los Kirchner, al igual que otros líderes políticos latinoamericanos de la época, tomaron nota de esta situación y desarrollaron estrategias comunicativas para problematizar y tensionar ese rol predominante de los medios en la esfera de discusión pública.

“Como accionista de Papel Prensa, Clarín obtuvo además créditos para la construcción, exención de impuestos, reducción de tarifas y baja de más del 50% en los aranceles de importación”.

El método empleado al inicio por el kirchnerismo consistió en negociar con los grandes medios a cambio de pauta oficial y beneficios [xx]. Clarín fue uno de ellos. Aunque niega haber participado de las ofertas, Magnetto dice en su autobiografía: “(Néstor Kirchner) daba a entender que nos convenía llevarnos bien si queríamos crecer y ganar nuevos negocios” [xxi]. Según el director, Clarín tenía algunos puntos en común con el nuevo gobierno: “La renegociación de la deuda […], los superávits gemelos […] la renovación de la Corte Suprema” [xxii], entre otros. Fue un período bueno tanto para el matutino fundado por Noble, que siguió aumentando sus ventas y se recuperó de la pasada crisis, como para Néstor Kirchner, que empezó a consolidar su poder político. La sociedad convenía a ambas partes y, en 2007, justo antes de dejar la presidencia en manos de su esposa, Kirchner tuvo un gesto sustancial con Clarín al autorizar la fusión entre Multicanal y Cablevisión. El grupo se convirtió así en un virtual monopolio en el segmento del cable, y el gobierno esperaba seguir teniéndolo de lado.

Pero no. El amor finalizó bruscamente durante el lockout agropecuario del año siguiente, que enfrentó al gobierno con los productores rurales por el intento de modificar las retenciones a la exportación: el ex presidente se sintió traicionado por la cobertura que el grupo dio a los piquetes y las protestas. Al romper aguas con Magnetto, el kirchnerismo comenzó a construir un ecosistema de medios afines para pelear lo que llamó una “batalla cultural” y apuntó todos sus cañones contra Clarín. Esto quedó en evidencia con la aplicación selectiva por parte del gobierno de la llamada Ley de Medios para perjudicar al grupo, al tiempo que hacía la vista gorda con otros empresarios del sector.

Durante la última presidencia de Cristina Fernández (2011-2015) la polarización alcanzó su punto máximo. En este período se pudieron observar algunas de las particularidades de las que Fernando Ruiz [xxiii] caracterizó como “guerras mediáticas”: guerras con preeminencia de la clase media en las que se desdibujan las reglas profesionales del periodismo y su compromiso con la verdad, el otro se convierte en un enemigo o traidor que hay que vencer a cualquier costo, el Estado toma parte activa en la batalla y, a la larga, cada uno de los bandos termina repitiendo lo mismo para su mismo público, sin posibilidad alguna de comunicarse con los que se encuentran del otro lado. La conocida grieta, con todos sus grises, blancos y negros.

Conclusiones

Tomando en cuenta lo planteado al inicio —que los medios no son ni “buenos” ni “malos” ni dispositivos homogéneos—, es posible detectar, a grandes rasgos, una continuidad en la historia de Clarín: la voluntad de crecimiento/expansión/sostenimiento a partir de la búsqueda de beneficios por parte del Estado, en términos de créditos, facilidades, promoción, intercambio de favores, asociación común, dictado de leyes, etc. La estrategia fue casi siempre la misma: licuar en sus páginas los conflictos que fuesen incómodos para el gobierno de turno, pero nunca ser tan oficialista como para mantener su cuota de lectores y despegarse a tiempo en caso de olfatear posibles cambios en el poder. Obviamente, no se trató de una relación unilateral: los diferentes gobiernos también “usaron” a Clarín para cubrir errores y consolidar sus mandatos.

Para salir siempre airoso, Clarín tuvo que ser muy flexible a nivel ideológico: el ejemplo más claro fue su espectacular paso del peronismo al antiperonismo sin ningún tipo de transición, en septiembre de 1955. Aunque este comportamiento parecería incompatible a la hora de fidelizar lectores, para Clarín funcionó bien porque se concentró en una mayoría transversal y genérica de los argentinos, un público mucho menos politizado que el de otros matutinos, como por ejemplo La Nación. Ese fue uno de los grandes aciertos de Noble, que Magnetto mantuvo: a pesar de los altibajos políticos y económicos del país, el diario creció sostenidamente durante toda su historia.

En cuanto a cambios, es posible detectar un aumento progresivo de la autonomía de Clarín, en su capacidad de despegarse cada vez con más facilidad y anticipación de los gobiernos de turno, una autonomía que está relacionada directamente con su crecimiento empresarial. Con el peronismo el quiebre ocurrió recién al final; durante la dictadura —y a pesar de la dictadura— el matutino se dio el lujo de criticar tibiamente la política económica; a Alfonsín lo fustigó ya desde su segundo o tercer año de mandato y bajo la administración de los Kirchner, el diario sostuvo una agresiva campaña opositora durante por lo menos siete u ocho años. Esta afirmación debe matizarse tomando en cuenta que, incluso en un momento tan tardío como en el 2001, el grupo volvió a necesitar del gobierno de turno para poder subsistir. Como dice Sivak [xxiv], Clarín condicionó “su autonomía frente a la política y frente al Estado”, pero lo hizo cada vez con mayor poder de negociación.

Para finalizar, cabe volver destacar dos hitos fundamentales en la historia del diario: la compra de acciones de Papel Prensa, que prefiguró su crecimiento empresarial, y la agresiva adquisición de medios que comenzó en los noventa y lo convirtió en uno de los grupos de medios más grandes del mundo.

Notas:

[i] SIVAK, Martín. Clarín, el gran diario argentino: una historia, Buenos Aires, Planeta, 2013.
[ii] SIVAK, Martín. Op. Cit., pp. 50-66.
[iii] SIVAK, Martín. Op. Cit., p. 105.
[iv] SIVAK, Martín. Op. Cit., pp. 70-88.
[v] BORRELLI, Marcelo, “Una batalla ganada’: Clarín y la compra de Papel Prensa (1976-1978)” en Voces y silencios: La Prensa argentina y la última dictadura militar (1976-1983), Jorge Saborido y Borrelli (compiladores), Buenos Aires, Eudeba, 2011.
[vi] SIVAK, Martín. Op. Cit., p. 118.
[vii] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Decíamos ayer: La prensa argentina bajo el Proceso, Buenos Aires, Colihue, 1998.
[viii] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Op. Cit., p. 31 y ss.
[ix] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 27.
[x] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Op. Cit., p. 31.
[xi] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 27 y ss.
[xii] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 43.
[xiii] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Op. Cit., p. 51.
[xiv] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 22.
[xv] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit.
[xvi] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit.
[xvii] RAMOS, Julio. Los cerrojos a la prensa, Buenos Aires, Amfin, 1993.
[xviii] KITZBERGER, Philip, “Las relaciones gobierno-prensa y el giro político en América Latina”, en Posdata. Revista de Reflexión y Análisis Político, 14, Buenos Aires, 2009, p. 158.
[xix] KITZBERGER, Philip, Op. Cit., p. 158.
[xx] KITZBERGER, Philip, Op. Cit.
[xxi] MAGNETTO, Héctor, Así lo viví, el poder los medios y la política argentina (en Diálogo con Marcos Novaro), Buenos Aires, Planeta, 2016, p. 69.
[xxii] MAGNETTO, Héctor, Op. Cit., p. 64.
[xxiii] RUIZ, Fernando, Guerras mediáticas. Las grandes batallas periodísticas desde la Revolución de Mayo hasta la actualidad, Buenos Aires, Sudamericana, 2014.
[xxiv] SIVAK, Martín. Op. Cit., p. 60.

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Federico Acosta Rainis
es Profesor de Antropología egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Magíster en Periodismo por La Nación/UTDT. Ha publicado en La Nación, Revista Nan, American Herald Tribune y en el Instituto de Estudios Estratégicos Manquehue. Además de artículos de análisis y opinión, escribe crónicas de viajes, relatos, cuentos, y poesía.

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