El 12 de Octubre hay elección presidencial en Bolivia, pero lo que realmente se juega es la mantención del 2/3 oficialista, lo cual le permitiría al gobierno del Evo seguir surfeando entre la estabilidad económica y el avance en políticas populares. A días de los comicios, Pablo Stefanoni escribe acerca de una revolución que goza de la simpatía de sectores opuestos.
Por Pablo Stefanoni
Fotos: Fabricio Lombardo
“Con Evo vamos bien”, reza, con ritmo cumbiero, el principal eslogan electoral del Movimiento al socialismo que una vez más desde 2005 logra retener la mayoría del voto de los bolivianos. Con las elecciones del 12 de octubre, Evo Morales se proyecta en el poder hasta el 2020, lo que lo transforma en el presidente con más tiempo en el Palacio Quemado de la historia boliviana. De hecho, lo que está en juego en los comicios del 12 de octubre no es el triunfo del Movimiento al Socialismo sino si la cantidad de parlamentarios le alcanza al oficialismo para mantener los dos tercios que tiene hoy y le permite votar leyes especiales y, eventualmente, le serviría para modificar la Constitución (por ejemplo para permitir una nueva reelección de Morales al final de su tercer mandato). Una bancada inferior a los dos tercios significaría reducir el poder del presidente boliviano que fue llevado al gobierno, hace ocho años, por la traducción en las urnas de una rebelión popular conocida como la “guerra del gas”. Entretanto, Evo se ha transformado en una figura central del periodo, con tonalidades ambivalentes: del “hartos Evos hay aquí” –título de un documental que enfatizaba que el presidente es uno más entre los campesinos– se ha ido pasando a una serie de textos hagiográficos que hacen hincapié en su carácter de líder “excepcional” y hasta alguien se atrevió a insinuar dudosos linajes con caudillos anticoloniales como Túpac Katari.
Entre la revolución y la prudencia
La primera etapa de la administración Morales (2006-2009) estuvo marcada por la confrontación entre el gobierno central y la oposición conservadora atrincherada en la región agroindustrial de Santa Cruz. La segunda fue la de la consolidación de la hegemonía “evista” con posterioridad a la reelección a fines de 2009 con el 64% de los votos, y una tercera –más reciente–, remite a la cooptación de parte de las viejas élites. En los últimos años, el presidente boliviano es regularmente invitado a la Expocruz, feria emblemática de la burguesía cruceña: después de los frustrados planes para poner en pie grupos de autodefensa –que activaron juicios por terrorismo y el autoexilio de ex dirigentes como el rico empresario aceitero Branko Marinkovic– parte del empresariado cruceño dio un giro pragmático destinado a no arriesgar las posibilidades de ganancia que da el actual “boom” económico en las arenas movedizas de las conspiraciones de 2008.
Pero los efectos de la estabilidad macroeconómica llegan más lejos. Hoy un economista ultraliberal como el norteamericano Tyler Cowen puede escribir en su blog Marginal Revolution un artículo titulado “Por qué soy relativamente optimista sobre Bolivia”. Incluso puede avanzar un poco más en una columna titulada “Por qué he apoyado a Evo Morales”. El título es una provocación, el economista libertarian comienza reconociendo que “apoyar” es un término exagerado pero admite que “El gobierno de Evo Morales es muy popular y bastante estable. Tiene una base de poder sólida y duradera, en parte debido a las políticas específicas y en parte por razones simbólicas”. Es más, Cowen apunta que “los beneficios de la estabilidad –derivadas de la permanencia del villano, por así decirlo– superan los costos (de no seguir una política liberal)”. Incluso señala que Bolivia –por su descentralización– no caerá en “una dictadura como Chávez”. Un elemento que vuelve “optimista” a Cowen es la “prudencia” fiscal de Evo, sumada al hecho de que “tarde o temprano” Bolivia debía tener un gobierno indígena.
Sin duda, a este economista ultraliberal le gusta provocar a su audiencia. Es evidente que Evo Morales combina esa prudencia fiscal con varias nacionalizaciones de empresas y un reposicionamiento del Estado en la economía. Pero no hay que olvidar que el anterior gobierno de izquierda, en 1982, terminó su gestión de manera anticipada en medio de una hiperinflación. Y Morales, desde su triunfo en 2005, buscó evitar un escenario similar. Para ello cuenta con altos precios de las materias primas que exporta Bolivia y una relativamente buena relación con los bancos (hoy más regulados que ayer). Dato adicional: el presidente boliviano conserva desde su primer día en el poder al mismo ministro de economía Luis Arce Catacora, un ex técnico del Banco Central que en 2006 desempolvó sus pergaminos de simpatizante socialista de los años 80 y mantiene en orden la caja: Bolivia tiene reservas internacionales equivalentes al 51% de su PBI (es como si Argentina tuviera 300.000 millones de dólares de reservas, cuando hoy no llegan a 30.000 millones).
Nos detuvimos en este economista norteamericano porque los elogios a la estabilidad boliviana, desde el New York Times hasta el Banco Mundial, son uno de los elementos que explican, en una medida significativa, por qué Evo puede romper el karma de la inestabilidad boliviana y, después de ocho años, tener asegurado el triunfo en las urnas para un tercer mandato. De hecho, “la estabilidad” es una de las consignas del propio Morales en la campaña: hace unos días dijo que el MAS es el único partido que la garantiza.
El candidato mejor posicionado (aunque no llega al 20%) es el político, economista y empresario cementero Samuel Doria Medina. La oposición boliviana intentó, pero no pudo, encontrar a su propio Henrique Capriles. Hace un par de años, en las reuniones opositoras se hablaba de dos escenarios: uno era el venezolano, donde emergió, aunque perdió, un candidato joven que “centroizquierdizó” –al menos en el discurso– al bloque antichavista y expandió sus fronteras ideológicas. El otro era el ecuatoriano, donde Rafael Correa le ganó con facilidad a una oposición fragmentada. Al final, se impuso el segundo escenario. Además de Doria Medina, se lanzó a la carrera el ex presidente Jorge “Tuto” Quiroga, que le disputa a Unidad Democrática los votos por derecha.
Abajo en las encuestas –un poco más debajo de Tuto– se ubica el ex alcalde paceño Juan del Granado, que comenzó proyectando una “oposición progresista” a Morales y terminó enredado en una frustrada alianza con el gobernador autonomista de Santa Cruz, Rubén Costas.
Recientemente, la campaña electoral se centró en una guerra de audios. En uno de ellos, Evo Morales, reconocía que la publicitada cumbre internacional del G-77 –reunida en Santa Cruz de la Sierra– fue “la mejor campaña” en esa región oriental, donde hoy el MAS es el favorito. Otro audio, de mayor calibre, involucró a Doria Medina: ampliamente circulada en las redes sociales, en la grabación se escucha al postulante opositor presionando a una empleada de su firma para que llegara a un acuerdo con su esposo y uno de sus operadores partidarios, Jaime Navarro, acusado de violencia de género. Como la mujer no quería acordar, Doria Medina –asumiendo el rol de patrón (de estancia)– la amenazó con enviarla como castigo a trabajar a la alejada localidad de Trinidad. Para peor, los habitantes de esta ciudad amazónica, se quejaron de que el candidato presidencial los tratara como una Siberia boliviana.
Esta filtración se sumó a las declaraciones del candidato a senador del MAS por Cochabamba, Ziro Zabala, quien causó escándalo al pedir “enseñar a las mujeres a comportarse y vestirse” para no ser presas de los agresores, y puso sobre el tapete la violencia de género, uno de los temas pendientes en el proceso de cambio que vive Bolivia.
Pero más allá de estos condimentos a una campaña que se presentó “aburrida”, la mayoría de los bolivianos no parece convencida de que la oposición pueda gestionar mejor los puntos débiles del actual gobierno, sin duda muchas veces demasiado entusiasta hacia medidas con impacto a corto plazo.
Bolivia está cambiando. Parte de los cambios provienen del largo periodo democrático iniciado en 1982, y muchos más del actual proceso iniciado en 2006. La estabilidad económica permite cambiar expectativas: por ejemplo, los ahorristas bolivianizaron masivamente los depósitos porque confían en ganar más en bolivianos (la moneda nacional) que en dólares. La expansión de infraestructuras y servicios al campo (como por ejemplo internet) busca incluir en la modernidad a una gran parte de la población.
Morales es en esencia un modernizador. Incluso sueña con controversiales proyectos como la energía nuclear –con fines pacíficos–. Al cambio, no obstante, le falta hoy una pata educativa, donde las transformaciones son escasas: los programas de becas estatales recientemente aprobados, para que estudiantes bolivianos vayan a hacer sus doctorados a Harvard, Stanford o universidades japonesas, no son suficientes frente a la mala calidad de la educación general. No obstante, un proyecto neodesarrollista como el boliviano, que tiene como utopía a Corea del Sur más que a Cuba (Evo no dejó de nombrar en algunos de sus discursos a esa nación asiática que pasó de ser un país agrario a potencia industrial), no puede ser viable sin cambios educativos de envergadura. Cómo usar la bonanza extractiva es, sin duda, parte del debate boliviano actual, pero la oposición no tiene visiones particularmente seductoras, y para muchos bolivianos sus candidatos llevarían al país hacia el pasado.
A menudo, palabras como “socialismo comunitario” llevan a confusión: el del MAS es un proyecto antineoliberal–lo que el vicepresidente Álvaro García Linera caracterizara alguna vez como “capitalismo andino-amazónico”–. Las propias bases partidarias están compuestas por pequeños productores urbanos y rurales que no se sienten seducidas por un Estado demasiado intervencionista sobre la propiedad privada.
El contenido de este imaginario neodesarrollista –en un sentido no necesariamente coincidente con el inventor del concepto, el brasileñó Luiz Carlos Bresser Pereira– fue definido con gran claridad por el presidente Ecuatoriano Rafael Correa, quien recientemente elogió de manera efusiva el modelo de innovación, desarrollo y visión empresarial israelí y criticó a las “izquierdas conservadoras” y a los empresarios adversos al riesgo (la alocución se puede ver en Youtube con el título “Israel debe ser un ejemplo para nosotros” –lo cual no implica un apoyo geopolítico a Tel Aviv).
Sin duda, Bolivia es un país indígena, pero asociar ese dato sociopolítico con comunitarismo a secas es un exceso de wishfulthinking. Los procesos de urbanización –hoy alrededor del 60% de los bolivianos viven en zonas urbanas– representan un desafío adicional para pensar la indianidad en el siglo XXI. Para muchos indígenas, descolonizar significa estudiar en universidades privadas, visitar los patios de comidas en los nuevos shoppings de la zona sur de La Paz, ocupar cargos parlamentarios y romper los múltiples techos y paredes de cristal que los relegaban a la subalternidad. En efecto, esa vía para salir del “colonialismo interno” parece más popular que una vuelta toutcourt a las cosmovisiones ancestrales. Bolivia se ha indianizado, pero lo indígena es un complejo entramado político, antropológico y simbólico a prueba de simplificaciones fáciles y no menos atractivas acerca de sus supuestas esencias antioccidentales.
Que en el Censo de 2012 haya disminuido considerablemente la población indígena respecto al de 2001, refleja las vicisitudes de estas identidades tan reales como estratégicas. Lo mismo ocurre con el crecimiento del evangelismo, que es una de las fuentes del conservadurismo –dentro y fuera del MAS– respecto de la expansión de los derechos civiles como la despenalización del aborto o el matrimonio igualitario, y tiene entre sus efectos las reconfiguraciones modernizantes de las comunidades indígenas. En este marco, la candidatura a diputado en las lista oficialismo de Manuel Canelas, primer candidato abiertamente gay, es una pequeña cuña en un ambiente donde la presión conservadora es más fuerte que la capacidad de acción de las débiles aunque más visibles organizaciones LGBT.
Los discursos sobre el “vivir bien” (que buscan avanzar en un proyecto posdesarrollista apelando a fuentes supuestamente ancestrales) conviven con la enorme popularidad del Rally Dakar; la diversidad étnica con la negación de la diversidad sexual; la autonomía social con la centralización estatal; las críticas al capitalismo con una desconocida expansión del consumo.
En estas tensiones y pliegues transita hoy el cambio en Bolivia. Un país en plena transformación que está dando vuelta una página en una historia llena de injusticias y resistencias heroicas.