El pueblo vasco es mucho más que “el conflicto vasco”. Es un idioma, un paisaje y una cultura. Una forma de ser y relacionarse. Una historia y un presente que existen y persisten más allá de la ETA.
Por Fabricio Lombardo
Paradojas si las hay, los dos equipos que más han ganado la Copa del Rey son el Barça y el Athletic de Bilbao, aquellos que pertenecen a las naciones que históricamente luchan por ser independientes de España: el País Vasco y Catalunya. En los últimos años, especialmente, pareciera que todo está armado para el bochorno: es como si el poder del Estado y de la realeza se fusionaran para quedar como una manga de boludos en medio del espectáculo quizás más popular y masivo que existe en la tierra del Quijote.
Para los simpatizantes de ambos equipos, la ocasión es inmejorable: los vascos despliegan enormes ikurriñas (bandera que representa al pueblo vasco) y los catalanes aprovechan para lucir la estelada, la bandera con la estrella independentista. Y enseguida el éxtasis, cuando en el estadio comienza a sonar el himno español y ambas hinchadas se fusionan en un silbido ensordecedor y denigrante.
Entonces todos ponen cara de póker: los organizadores, las autoridades, los jugadores y también ese karma medieval que son el rey y la reina. La televisión baja el volumen de los silbidos y eleva el del himno, que ya de por sí suena muy alto dentro del estadio. Pero nada, no hay caso: es como intentar rejuvenecer a Mirtha Legrand con un poco de maquillaje y otro poco de Photoshop.
Porque por más que se quieran acomodar los libros de historia, las Españas siguen siendo muchas. Y de esa noticia parece que se enteran todos, antes que nadie la derecha nacionalista y el mismísimo rey, en la final de su propia copa: una final en la que ambos equipos, extrañamente, suelen estar del mismo lado.