Actor y militante de izquierda, Héctor Bidonde se mantiene intacto a la hora de reflexionar sobre el arte y la política.

La sala del Paternal Teatro no tiene butacas sino sillas de plástico que se ponen para recibir al público. A mitad de camino entre el escenario y la puerta de salida hay un hombre sentado en una de ellas. Delante tiene un pequeño y antiguo mostrador de madera en el que se amontonan apuntes, hojas sueltas y libros: ese tipo de desorden que evidencia un trabajo obsesivo. A su alrededor, otras tres sillas aguantan más pilas de papeles.

El tipo lee con mucha atención y cada tanto subraya una frase con lápiz. No está actuando pero se ubica justo debajo de una de las pocas luces de la sala. Entonces pareciera —como ocurre en un escenario— que un poco más allá no termina solo la claridad sino el universo entero. No importa que a cincuenta metros comience Buenos Aires ni que sea la una de la tarde de un sábado de sol pleno y la gente colapse las plazas.

“El kirchnerismo llegó a las puertas de la estación de servicio con medio litro de nafta; un mes más y se acababa solo”.
Quien lee y subraya es Héctor Bidonde.

El teatro, situado en la parte trasera de su propia casa, es un enorme galpón que compró y refaccionó allá cuando las vacas gordas de “Gasoleros” y “Hombre de Mar”, hacia finales de los noventa. Los últimos doce de sus 79 años largó la tele y los tablados para dedicarse casi por completo a la política: primero en Autodeterminación y Libertad, el espacio liderado por Luis Zamora, luego en Proyecto Sur y finalmente en el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).

Ahora está volviendo al ruedo. Los viernes a las 20:30 presenta un unipersonal de Samuel Beckett, La última cinta de Krapp, en el Camarín de las Musas, bajo dirección de Augusto Pérez. Es la historia de un anciano que se enfrenta al pasado, tras encontrar unas cintas con grabaciones de su propia voz durante la juventud, en las que da cuenta de amores y desamores.

Cuando responde la primera pregunta, Bidonde se ríe y protesta un poco. “Qué memoria de mierda”, dice su voz cavernosa. Pero a medida que avanza la conversación demuestra que no le faltan lucidez ni energía y que la sangre vasca le sigue corriendo bien guerrera por las venas.

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En 2015 fuiste candidato a Jefe de Gobierno por el MST. ¿El año que viene vas a presentar alguna candidatura?

No. Yo trabajé en la Legislatura como asesor cultural hasta el 10 de diciembre del año pasado y antes estuve como legislador. No tuve que ver con el gobierno anterior ni con este. A casi un año estoy haciendo el balance y —aunque no me arrepiento— me di cuenta de que, hoy en la Argentina, cuando te ponés el sello de socialista te cuesta sacártelo. Te cuesta no ser estigmatizado, diría Kicillof. Yo lo pagué demasiado caro y cuando salí me encontré con las facturas: Macri, por ejemplo, me cerró el teatro ocho meses.

El FIT ha tenido un crecimiento interesante. Hay varios partidos de izquierda que podrían sumarle muchos votos y, sin embargo, van por afuera. ¿Qué falta para armar un frente más grande?

El FIT es… inviolable.

¿Muy dogmático?

Como en el arte, yo trato de no calificar demasiado, pero ellos no quieren y nunca invitaron a ninguna otra agrupación. Salvo en alguna elección que llamaron a Luis Zamora, cosa que me puso los pelos de punta. No me parece pertinente decir: «El tema de la dificultad es tal»; cada uno juega su juego y a ellos les ha ido bien con el suyo. Tienen una hipótesis de pureza casi química, y por lo tanto ideológica, de comportamiento y relaciones con respecto al manejo económico: pareciera ser que son muy colaborativos con el partido y su financiación. Yo creo hasta un punto en eso. En otro punto, lo dudo. Pero de todas maneras no me consta que sean tipos jodidos, como sí lo fue Luis en su momento, que metió la pata hasta el caracú. En este camino les va bien a pesar de que no han tenido un crecimiento exponencial. No son momentos muy saludables para la izquierda extrema y yo tengo mucho temor por ellos, así como me pasó a mí desde la cuna, porque desde el año 57 empecé a tomar contacto con la izquierda.

¿Te parece que la izquierda tiene oportunidades concretas de gobernar o siempre será oposición?

Son testimoniales y son una oposición rigurosa, pero yo creo que la profundidad de las desigualdades es ya muy grande como para pensar que alguna vez los pueblos puedan perder el miedo y enfrentarse al sistema, a la globalización y al capitalismo de una manera frontal. A menos, y tampoco estoy tan seguro, que haya grandes catástrofes —ambientales o humanas—, vamos a ser testimoniales.

“La izquierda quizás tenga que replantearse un poco su metodología y acompañar los procesos, el devenir de la historia. No resignando o negando, pero adecuándose, porque la situación de los pueblos es de un sumergimiento muy grande”.
¿Se está demorando el cambio que auguraba Marx?

Se está demorando. En el momento que tiene que meter dictaduras, el capitalismo las mete, y cuando tiene que aflojar la cincha, lo hace. Permite un paréntesis democrático. Verifica hasta qué punto mantiene las condiciones de libertad en términos más o menos pacíficos, o apela a métodos tanto o más graves que los de una dictadura. Ojalá que no lleguemos a ver otro Holocausto en paz. Porque hay millones de inmigrantes que casi no se hacen notar, pero andan por ahí y les hacen un muro, los conducen, los orientan y los desorientan. Y la mayoría no está en condiciones de defender a esta gente.

¿En qué falla entonces la izquierda?

Quizás tenga que replantearse un poco su metodología y acompañar los procesos, el devenir de la historia. No resignando o negando, pero adecuándose, porque la situación de los pueblos es de un sumergimiento muy grande. En la cultura y en el sistema de terrores que los golpes duros y las guerras han dejado en las democracias. Y la cosa va a ser complicada. Yo sigo tratando de estar cerca de los compañeros, pero ahora me doy un respiro para ver qué pasa al volver a los casi ochenta años a la profesión. Me costó un huevo; diez años sin hacer aire, sumado a la contra de no ser K ni tampoco macrista.

¿La política cultural del kirchnerismo fue poner mucha plata y nada más o hubo un intento por elevar el piso de derechos?

Creo que repartir dinero de una manera generosa —si uno lo toma en el mejor de los sentidos— en un país de clase media con un grado cultural importante, produce la aparición de gente muy talentosa y brillante: tipos que han hecho algunas cosas estupendas, aunque de manera muy selectiva y particular. Y una masa inmensa de gente —y ahí sí pongo las manos sobre el fuego—, que ha copiado el modelo de corrupción que venía de arriba.

¿En el ambiente artístico?

No me cabe ninguna duda. Conozco y me consta. Más allá de los juicios pendientes, de que nunca irán en cana ni Coscia ni las docenas de directores que hicieron uso y abuso de los subsidios, o de los créditos que no se van a terminar de pagar. Han copiado ese modelo diciendo: «Consigo tres palos y con un financiamiento desde afuera llego a cinco. Hago la película con tres y medio y con un palo y medio me quedo tranquilo”. Se han quedado con guita y con guita muy gorda.

Con la connivencia del gobierno.

Sí. Milagros Sala, los Schoklender, las Madres; han mandado una millonada de guita al arte. Hay un mosaico enorme de experiencias, todas basadas en sumas de dinero descomunales, tomadas de un modelo que viene de arriba.

¿Qué diferencias ves en la política cultural de la nueva gestión?

Estos tienen un desenmascaramiento de origen. Yo los vi nacer en la Legislatura. Los proyectos eran: «Los museos se tienen que dejar de romper las pelotas con ser esos sarcófagos. Tienen que ser chévere, tener merchandising, remeritas, producciones, música; tienen que ser rentables». La política de mercantilización donde todo tiene que ser espectáculo, con un nivel de narcisismo que no es marca registrada argentina: es algo que está en la desesperación y en la ansiedad de una cultura de la velocidad, del afán de los quince segundos de fama.

¿Qué pasó con el Teatro Colón?

La reconstrucción del Colón fue una estafa y un delirio imperdonable. Lo que hicieron fue poco y quedó sin terminar. Destruyeron la sala de escenografías y rompieron el pliego de bases y condiciones de la obra según el cual nada podía estar fuera del edificio. Ahora hay diez o doce secciones que están funcionando en “La Nube”, en Chacarita, en varios lados. Ellos quieren que el Colón sea lo que ya están empezando a ser el Centro Cultural San Martín o el Complejo Teatral: rentable, que dé guita y que el nivel de subsidios sea lo más bajo posible. ¡Son liberales! No tienen ningún secreto.

“Este nivel de pobreza es una cuestión estructural del capitalismo, y ahí sí me pongo dogmático: el capitalismo no tiene proyecto para 7300 millones de personas”.
¿Llegaron al poder por aciertos propios o por errores ajenos?  

Por las dos cosas. Tuvieron una política propagandística «cool», de buen tono, no autoritaria, no soberbia y aparentemente sin demagogia. Y por Telerman, que les sirvió en bandeja una Ley de Ministerios para que cuando llegasen no tuvieran que hacer grandes modificaciones. Cultura pasó a ser ministerio, y el macrismo lo primero que hizo fue pasar muchas de las reparticiones que funcionaban bien primero a Producción y después a Desarrollo Económico, como por ejemplo la ordenanza de Artesanos. Los disminuyó de categoría, les dijo: «Déjense de joder, tengan empleados, sean una PyME, no tengan prurito ni prejuicio”. Cuando puedan privatizar la educación también lo van a hacer: todos los cambios que están haciendo tienen que ver con políticas de los organismos internacionales y el Banco Mundial.

¿Y el kirchnerismo?

El kirchnerismo llegó a las puertas de la estación de servicio con medio litro de nafta; un mes más y se acababa solo. Yo he andado por el país muchas veces: las provincias se han mantenido como feudos familiares casi inmodificables y ahí no se metió nadie. Las instituciones están pervertidas desde la raíz: la Justicia, la Policía, todo el sistema de poderes. Desde 1930 los gobiernos concentraron el poder en reductos cada vez más pequeños y crearon un modelo de apropiación de la renta nacional para hacer negocios. Nunca soltaron a las grandes corporaciones y los sindicatos se convirtieron en lo peor de lo peor. Cuando viene la buena, como vino con la soja y algunas cosas más, se eleva un poco el nivel de vida.

Sin cambiar la estructura.

Claro, como lo de Lula: 40 millones de personas fueron a la clase media pero, ¿cuántos quedaron afuera? ¿Era una cuestión de tiempo? No, es una cuestión estructural del capitalismo el mantenimiento de ese nivel de pobreza, y ahí sí me pongo dogmático: el capitalismo no tiene proyecto para 7300 millones de personas.

No hay manera de incluir a tanta gente.

No. El capitalismo llevado a las últimas consecuencias propone barrer con el fondo de los mares, la megaminería, los transgénicos, las semillas, etc. Hay algo que se discute poco, que tiene que ver con la explosión demográfica. El maravilloso librito de Soledad Barruti «Malcomidos» es una investigación muy seria sobre cómo el precio de los alimentos tuvo una explosión en 2008, gracias al tándem que hicieron Lehman Brothers y Goldman Sachs. El despoblamiento es un mensaje que nos tira el capitalismo de manera rotunda: 2000 millones de personas el planeta se banca; más no.

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Durante sus años de aventuras políticas, Bidonde guardó siempre un pedacito del mundo actoral: las clases que dicta los sábados por la tarde en su casa-teatro. Acaba de sonar el timbre y son los actores que llegan tres cuartos de hora antes para empezar con la entrada en calor. La charla se muda a uno de los camerinos que queda fuera de la sala. El espacio más claro y tanto más pequeño invita a arrancar unas capas de intimidad.

Bidonde se hizo operar del apéndice para que no lo revienten en el Ejército después de agarrarse a trompadas con un capitán; lo rajaron del trabajo durante la dictadura mediante aplicación de la Ley Antisubversiva; está en pareja con una mujer treinta y seis años más joven; su hija Laura, de un primer matrimonio, falleció a los dieciséis años. Y aún hoy, después de cientos de personajes, asegura que cuando se sube a un escenario siente que le está “robando trabajo a un actor”: junta la punta de los dedos de la mano izquierda en una montañita, se golpea repetidamente la sien y confiesa: “Es el mandato de mi viejo, que es como un pájaro carpintero”.

La Ley de Actores que los reconoce como trabajadores cumplió un año. ¿Trajo algún beneficio?

(Risa irónica). Solo un aparente beneficio y algún día va a haber que hacerla saltar en mil pedazos. Podés hacer un contrato, incluso podés hacer una paritaria, pero en el momento en que te ligás a un canal importante como TELEFE o El Trece cobrás un 20% o 25% menos. No le conviene al productor, no le conviene al actor y se va a achicar el mercado. Todo esto es parte de que la cultura le importa realmente un carajo a la política, incluso le importa muy poco a la izquierda.

¿A la izquierda?

Sí, porque no tenemos un proceso de elaboración teórica ni de creación de mecanismos de producción que permita a los actores con un ideal de transformación revolucionario hacer un trabajo de concertación entre sí. Para fomentar la autogestión, el crecimiento, para protegerse. Todo va camino a la comercialización y si la cultura no respeta las leyes de la mercancía va a tener vida en círculos muy reducidos, muy pequeños y tal vez poco estimulantes. Vamos hacia la política barrabrava de la ley del más fuerte, del más salvaje. Hay algo animal que vuelve a aparecer en términos de la subsistencia y la competencia por el puesto de trabajo o, como decía Chaplin, por el plato de sopa.

Siempre dijiste que eras un actor malo y tuviste que estudiar y trabajar mucho para pulirlo. ¿Cualquiera puede dedicar su vida a la actuación?

Hay tipos que son genios, pero son pocos: Briski, Casero, Posca, Urdapilleta, Tortonese. Tipos realmente descomunales de talento, y que estudien o no estudien no es importante. El resto, para dar un material rico, importante y entretenido, tenemos que hacer el laburo que hago yo de ir probando y equivocándome, pero permitiéndome aperturas raras, como por ejemplo un día, a los sesenta años, dedicarme a la política full time.

“Uno sabe que el arte es una materia prima que construye el imaginario poético; claro que el arte es necesario. Pero para eso también hace falta morfar todos los días”.
¿Dónde se cruzan el arte y la política?

 El arte seguirá siendo la sombra sobre la que se proyectan los grandes negocios; un poco como la caverna de Platón. Y a la burguesía eso le viene bien. Mirá a los genios del mundo esponsoreados, como Miguel Ángel laburando para Clemente VII. Uno sabe que el arte es una materia prima que construye el imaginario poético; claro que el arte es necesario. Pero para eso hace falta también morfar todos los días. Todo el arte que se hizo fue un arte para pocos. Produjo cosas maravillosas que van a quedar impresas mientras duren en el espíritu humano: ves el Palazzo Medici en Florencia y decís “qué lo parió, qué bello”. Pero adentro de ese castillo se producían también las cosas del poder.

En La última cinta de Krapp hay una reflexión sobre la vejez, como momento de deterioro físico y mental y, a la vez, como instancia que permite repensar el pasado desde la experiencia. Con casi ochenta años, ¿te atraviesa ese personaje?

Totalmente. El tema de la luz y la oscuridad y de qué es la luz y qué es la oscuridad en cada circunstancia. A los 39 años dice: «Adiós al amor, ahora tengo el camino seguro, ahora sé». Y a los 69 lo revisa y piensa: “Qué pedazo de pelotudo”. Se da cuenta que tal vez su tiempo haya pasado y no puede enmendar eso, pero va a tratar de proteger y reencontrarse con ese momento que fue sublime para él, ese encuentro con la muchacha.

¿Vos te encontrás haciendo una reflexión sobre tu pasado?

Desde ese lugar de la luz y la sombra. Ya ni hablar de la búsqueda de sentido: ¿para qué mierda vivo? El ser humano tiene pocas herramientas, poco desarrollo sensorial y sensitivo; tenemos una visión absolutamente parcial y limitadísima de lo que es lo real. Estamos todos en la penumbra y hay un estado de angustia muy grande.

¿Qué sentís que te queda por hacer?

Te cuento una anécdota. Para mis setenta, mi mujer Vicky y mi hija Agustina me regalaron un hermoso cuaderno. Empecé a pasar las páginas y encontré una foto mía de cuando tenía dos años tomando agüita bajo la canilla, y después otra en pelotas con dos años y medio, y otra de la Primera Comunión y así sucesivamente. Como mi mamá, a los 19 me enfermé de tuberculosis; ella murió a los 22 y yo a los 22 me operé y me curé. Hice la carrera eclesiástica, la carrera militar… En el cuaderno está toda mi historia, de mi viejo, de mi primera familia, hay fotos de Laura, mi primera hija que murió, de mi primera mujer. Y al final, un papel suelto de Agustina que dice: «Boludo, contá tu vida».


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Federico Acosta Rainis
es Profesor de Antropología egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Magíster en Periodismo por La Nación/UTDT. Ha publicado en La Nación, Revista Nan, American Herald Tribune y en el Instituto de Estudios Estratégicos Manquehue. Además de artículos de análisis y opinión, escribe crónicas de viajes, relatos, cuentos, y poesía.

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