Hace algunos días, tuvo lugar la movilización más grande de lo que va del 2015 en Argentina. Su carácter pacífico y su masividad en espacios físicos y virtuales, dejó en evidencia que podemos cambiar muchas de las formas de ver y de construir la realidad. En este artículo, la experiencia sensorial no se separa del análisis del fenómeno, y nos presenta el camino hacia el modo en el que cada uno puede ser «una» y ser «uno» dentro de la consigna #NiUnaMenos.
por Cocó Muro. Fotografías: Analía Ávalos
El diario Página/12 describió la marcha del 3 de junio como “una movilización de masividad inesperada, producto de una conciencia construida durante años”. Es que la concentración que convocó unas 200 mil personas frente al Congreso —un verdadero ‘super miércoles mujer’, como diría la publicidad de un banco— no fue solo un reclamo desesperado para que dejen de matarnos, sino también un llamado de atención en pos de demoler simbolismos en torno al ser mujer a los que casi nos acostumbramos. Pero no.
La consigna #NiUnaMenos se publicó en la tapa de todos los diarios del país, se comentó en escuelas primarias, en universidades, en mesas de café, en las rondas de mate de las oficinas. El viernes, dos días después de la movilización, con mi hermana seguíamos argumentando sobre cómo sobrevivir siendo mujer en un país como Argentina, en el que hablar de la esposa de uno como “la bruja” y decir que algo es “típico de mina” es moneda corriente.
“Lo personal es político” fue el grito feminista de fines de los sesenta para despertar la conciencia de tantas mujeres a lo largo de la historia que asumieron los roles asignados por la sociedad sin cuestionárselos. El método fue usar la propia experiencia como puntapié inicial para compartir problemas y reflexiones comunes con otras mujeres y así unirse en esa lucha simbólica. El objetivo no era solamente abrir espacios profesionales o conseguir el sufragio femenino, sino también rediseñar el papel de la mujer en la sociedad y preguntarse quién soy fuera de los marcos sociales de referencia, o bien quién quiero ser y no ya quién puedo ser.
De chica no sentí la diferencia entre hombre y mujer más allá de lo físico. Mi papá era presidente de una empresa, director de un colegio, miembro del Consejo Superior de Ciencias Económicas de la Universidad, pero puertas adentro la casa estaba comandada por mamá y por la Oti, que nos cuidó como si fuéramos sus hijos. Con mi hermana nos gusta decir que fuimos educadas por un matrimonio homosexual.
Mi papá nunca ridiculizó a mi mamá en reuniones sociales, ni la trató de inepta, ni pretendió que estuviera el santo día en casa cocinando y lavando la ropa de sus seis hijos. Mamá se recibió de la facultad con el mejor promedio en la carrera de traductología, ejerció como profesora en la Universidad de Córdoba y en la de La Rioja, y creó una página web en HTML a principios de los noventa. Ninguno de los dos nos señaló qué cosas eran de chica y cuáles de chico, ni nos obligó a tenderle la cama a mis hermanos. A ellos les insistían con que tenían que cuidarnos por ser más altos y más fuertes.
Yo jugaba al fútbol, prefería los playmobils, iba a la cancha a ver a Talleres y quería ser paleontóloga. Eso sí: mamá nos avisaba si algún vestido nos marcaba mucho algo, nos pedía que nos cuidáramos con los gestos cuando comíamos chupetines y helados, y alguna vez nos confesó que prefería que no fuéramos muy lindas porque íbamos a sufrir. Ella es quizás la mujer más hermosa que conocí en mi vida, así que sabía bien de lo que estaba hablando.
Porque resulta que el mundo afuera de casa era distinto y todavía no nos habíamos dado cuenta. Puedo afirmar con seguridad que, antes de cumplir la mayoría de edad, ocho de cada diez mujeres que conozco vimos al menos un exhibicionista en las calles de mi barrio. Yo vi dos, mi amiga Susi vio tres. Cuando empecé a juntarme con varones me halagaba que me dijeran que era “uno más” y no me molestaba que hicieran pis en frente mío y en cualquier lado. Al contrario: los envidiaba. En los baños de la escuela comentábamos que tal o cual era “re trola” porque se había besado con varios chicos en una fiesta y no nos escandalizaba que los rugbiers debutaran con putas o se juntaran a hacerse la paja en la casa de alguno. En las fiestas del colegio Taborin, a las que íbamos el primer viernes de cada mes, nos poníamos el buzo en la cintura, porque cuando caminábamos hasta la barra para buscar un vaso de Coca los chicos nos tocaban el culo. A veces nos organizábamos en filas para cubrirnos una a la otra y entonces nadie quería ir última porque esa ligaba todos los manotazos. Lo peor de todo era que nos molestaba pero nos reíamos, nos parecía parte del ritual, como si salir a bailar a los 14 años consistiera en eso: esquivar las muchas manos que te quieren tocar el culo. Mi jefe en la oficina, supongo que con buenas intenciones, destaca lo bien que me queda el tajo de algún vestido o el color de mi lápiz labial, aunque estemos hablando sobre estrategias de comunicación para un organismo que trabaja en derechos humanos. En el mercadito del barrio de Constitución un tipo que tomaba cerveza me dijo en la cara las cosas que le gustaría hacerme; cuando mi novio se frenó a preguntarle si necesitaba algo, le pidió perdón por insultar a su mujer. A mí no me ofreció disculpas porque, según su criterio, no me hizo nada malo. No, le faltó el respeto a otro hombre y es eso lo que está equivocado.
Algunos se habrán preguntado por qué no hay Padres o Abuelos de Plaza de Mayo. Una vez escuché a Estela de Carlotto decir que sus maridos también querían salir a las calles a preguntar dónde estaban sus hijos y nietos, pero los militares se violentaban con ellos porque los consideraban una amenaza y por eso les pidieron que no salieran más: no querían perder también a sus parejas. Mientras tanto ellas, gracias al machismo generalizado en la Argentina, eran desestimadas y consideradas solo una manga de locas amas de casa. Así fue como ‘las locas’ llegaron hasta Naciones Unidas con sus reclamos.
También escuché a Eva Giberti contar que en los juzgados se apilaban carpetas con detalles sobre cómo se vestía, cómo se llevaba con su entorno y cómo se comportaba Wanda Taddei, quemada viva por su pareja, pero poco se sabía y se investigaba sobre Eduardo Vazquez, su asesino.
En 2006, cuando mataron a Nora Dalmasso en Río Cuarto, los vecinos se la pasaron especulando acerca de sus romances y las reuniones que organizaba en su casa; incluso circuló una estampita apócrifa con su cara y la leyenda “Gauchita y Gila”. La gente de Río Cuarto casi no salió a la calle a pedir por el esclarecimiento del crimen y hubo sólo algunos reclamos al inicio de la investigación, cuando detuvieron a Gastón Zárate, el albañil que usaron de perejil. El lunes siguiente a la marcha de #NiUnaMenos, los riocuartenses pidieron justicia por ella y otras tantas mujeres muertas.
En Argentina una vez por semana hay movilizaciones, cortes de calle, reclamos y piquetes. En lo que va de 2015 ya hubo tres paros de transporte extensivos a subtes, colectivos, taxis y aviones. Cuando los periodistas reclaman por las paritarias no se publica el diario, si los maestros piden aumento de haberes no dan clases, y los jubilados hacen lo que pueden para quejarse por las mensualidades que les corresponden. En Plaza de Mayo desde hace años se montó una carpa de veteranos de Malvinas, y en Avenida de Mayo y Lima están instalados representantes de los pueblos indígenas. Anualmente se organizan también marchas del orgullo y manifestaciones por la despenalización de la marihuana. Es decir: estamos algo acostumbrados, en Argentina se reclama todo lo reclamable. Pero la movilización de #NiUnaMenos tocó una fibra tan sensible como para que ni un automovilista varado entre las multitudes tocara bocina por no poder avanzar. Quizás fue por tolerancia, quizás por adhesión, también puede haber sido por temor: cada uno de estos sentimientos, usado a conciencia, puede ser transformador.
“No había visto una cosa así desde la marcha contra la Ley de Obediencia Debida en el 87”, decía uno. “A mí me recuerda diciembre del 2001, cuando la gente en la Plaza salió a pedir que se fueran todos”, comentaban. Sin embargo, ese miércoles en ninguna de las manifestaciones que se sucedieron en todo el país hubo policías a caballo con palos, ni gases lacrimógenos, ni manifestantes tirando piedras contra los negocios. Ese miércoles no teníamos miedo, sino todo lo contrario.
Cuando una se da cuenta de lo que significa ser mujer en una sociedad patriarcal, cuando desnaturalizás frases familiares y descubrís que son insultantes, cuando prendés el radar para detectar rasgos machistas incluso en personas que querés, entonces ya no hay vuelta atrás: te convertís en una persona consciente del lugar que ocupás en el mundo y de los estereotipos que tendrás que demoler, hacés auditorías mentales en las oficinas para contar cuántas mujeres ves trabajando y en qué puestos, te cuesta ver televisión sin asquearte de las publicidades y de los conductores de programas de entretenimiento (porque parece que cosificar y reírse de la mujer es, precisamente, entretenido) y esperás —en silencio o militando— que llegue ese día en que no sea necesario salir a la calle a reclamar para poder seguir viviendo.
“La mujer se libera junto al hombre y no contra él”, dijo una vez Alicia Moreau de Justo, quien en 1902 creó en Argentina el Centro Socialista Feminista y la Unión Gremial Femenina para luchar por el voto fenemino y el reconocimiento de los derechos de la mujer. «Siempre creí que este país merecía ser distinto. Que un día íbamos a unirnos todos y el destino cambiaría», agregó más tarde. Moureau de Justo murió hace 29 años, sin llegar a ver que quizás ese día finalmente ha llegado.
* La declaración de emergencia en todo el país. La creación de refugios y centros gratuitos de contención psicológica, jurídica y social.
* La reglamentación, adhesión y aplicación real de los artículos de la Ley N° 26.845 de Protección Integral de las Mujeres, con asignación de presupuesto acorde y el posterior control de ese presupuesto para su correcta aplicación.
* La creación de un registro único oficial de femicidios y de violencia de género para toda la Argentina.
* La libertad para elegir; la legalización del aborto es una de esas libertades.
* Garantizar y profundizar la educación sexual en todos los niveles educativos, para formar en la igualdad y para una vida libre de discriminación y violencia sexista.
* Garantizar el acceso a la Justicia y la atención integral de las víctimas.
* Capacitación en perspectiva de género en todos los estamentos donde haya funcionarios públicos.