¿Cómo anda tu progre interior? Esto no es un test, pero Lohana Berkins te va a dejar pensando. «¿Por qué las marchas por el aborto las hacemos mujeres y travas?». Militante travesti y referente en la conquista de la Ley de Identidad de Género, hoy es capanga en la Oficina de Género e Identidad Sexual. Desde ahí sigue peleando contra la marginalidad, la violencia y la discriminación cultural.

Por Javier Campos

Fotografïa: Dina Cantoni

Todavía está parada, en la mano tiene su celular touch cubierto con una funda rosa «que me encanta» —aclara—, al mismo tiempo que reconoce al color como «parte de la construcción del género y una división que hacen para vender, justamente, este estuchecito rosa a unos y no a otros». Es el inicio de lo que será una charla a pura verborragia. «Cuando la termines de hacer subila a mi perfil de Facebook así la vamos compartiendo y la ven más compañeras y compañeros. Es importantísimo difundir nuestras luchas.» Después de mostrarse atenta a cada detalle que forma parte de la batalla cultural, pasamos a los bifes. Lohana se sienta, se cruza de piernas y ante la primera pregunta arranca a combatir con sus palabras. No espera a que llegue un momento determinado, una consulta puntual. Ya reconoce a sus enemigos y aliados, a costa de años de activismo, militancia y política. Fue en ese camino donde creció en la filas del PC, asesoró al diputado Etchegaray a principios del siglo veintiuno y trabajó con Diana Maffia, de quien hoy depende la Oficina de Género e Identidad Sexual donde Berkins se encarga de promover la igualdad entre los géneros y el pleno respeto a la diversidad sexual.

—¿En qué momento estamos para el movimiento travesti?

—Y, vivimos una coyuntura política demasiado favorable. Cuando digo «demasiado» no es un eufemismo lingüístico. Tenemos que tener en cuenta que uno de los sectores más marginados e invisibilizados por parte del Estado ha sido el movimiento travesti. Entonces que hoy tengamos una ley de identidad de género es un hecho clave. Esta es, sin duda, una de las leyes más revolucionarias, en el sentido amplio de la palabra, porque supera a cualquier otra ley que exista en el mundo. Cuando hicimos estudios de legislación comparada, nosotros tratamos de sacar todos los vicios a esta ley y también el discurso biomédico donde los derechos se construían como una propiedad de la medicina y de la psiquiatría. Le quitamos los vicios para que sea una ley que restituya derechos para que el Estado repare algo importante: una situación de inequidad.

—¿Cómo sentís que respondió la sociedad a estos inicios de visibilidad, qué análisis hacés?

—Primero, las que todavía siguen retrógradas son las instituciones. Porque tienen un anclaje en el cual funcionan como las guardianas de una moral, aunque nunca aclaran qué moral, basándose en ideas totalitarias. No sé si la sociedad cambió. Las que cambiamos fuimos nosotras, entonces cuando avanzás y tenés un Estado proactivo, presente, que nos da un documento porque somos mujeres, travestis, y lo concede según la propia petición de la persona, porque respeta su construcción identitaria, bueno ya ahí tenemos un marco legal distintivo y las instituciones tienen que repensar cuál sería el motivo de negarte algún derecho.

—¿Qué efectos tiene esto en lo cotidiano?

—Nos empodera porque, por ejemplo, si queremos ir a una universidad y somos hombre, mujer, travesti, lesbiana, no sé, no es un tema que voy a discutir con vos: a mí me compete como a la mayoría venir a estudiar acá, a esta universidad, a esta escuela, a educarme. Porque hay que hablar de acceso a los derechos, no queremos el derecho humano a la educación, sería demodé discutir eso, ya está garantizado. Sí hay que discutir la permanencia en los sistemas y el documento nos da esa posibilidad. Yo mañana voy con este cuerpo y un documento que dice que soy varón, nadie puede discutir esa condición. Vos vas con tu barba y decís tengo un documento que me reconoce como mujer, nadie te puede discutir. Ya no quedás al arbitrio de quién te toque en gracia y te quiera dar o no tu derecho. A partir de ahí ya no discuto más con nadie mi elección, entonces sectores de la sociedad repiensan sus actitudes. Ahora… si la sociedad cambió y es gay friendly, trava friendly, ¡ja! No, todavía están las mismas instituciones como la Iglesia, los fundamentalismos económicos, la burguesía conservadora…

—Y dentro del Estado…

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—Pero claro, los modos de discriminación no desaparecen mágicamente porque exista una ley. Se van perfeccionando, van tomando otras caras pero siguen estando porque lo que hay que cuestionar es todo un sistema en el cual nosotras vivimos: los mitos fundantes de la sociedad siguen igual y, obviamente, en muchos casos se han agrietado. La democracia no es un tótem inamovible y cuando se mueve se agrieta. El Estado y las organizaciones pudieron a veces meterse y, otras, generar esas grietas.

—Si el travesti es parte de esas grietas o emerge de ahí ¿cómo podríamos definir qué es una travesti?

—Nosotras creemos que no hay una definición acabada de travesti. Lo que sí entendemos claramente es que vivimos en un sistema binario que acepta hombres y mujeres y en estas sociedades sobre todo latinoamericanas, fuertemente machistas, no es lo mismo ser Juan que Juana. Juan tiene características de macho, fuerte, proveedor, siempre dispuesto a satisfacer a cuanta mujer pase, nunca puede decir que no quiere tener una relación sexual. En tanto que la mujer está educada para ser dulce, ama de casa, conciliadora, frágil, divina. Bueno, eso es el sistema sexo genérico: cuando vos nacés, de acuerdo a tus genitales te dieron un sexo y un género. Y para nosotras el travestismo, en general, tome la denominación que tome, rompe esa forma binaria, demuestra que una persona que nace con una genitalidad se puede construir o autoconstruir en otra identidad. La biología no es un destino, eso ya lo dijeron las feministas desde Simone de Beauvoir. Nosotras rompemos con eso y queda claro que una cosa es la construcción biológica del sexo género y otra la construcción social que se adhiere a través del capitalismo y el patriarcado. En ese sentido los medios de comunicación son grandes exponentes: las revistas siempre sacan que los hombres son más infieles, pero yo me preguntó ¿qué hombres? O las mujeres son más ardientes y de nuevo: ¿qué mujeres? Cuando veo dos mujeres ¿por qué tengo que pensar que piensan y sienten igual porque comparten una biología particular? Al desengranar la sexualidad, todo se vuelve más complejo.

—Esa irrupción de la travesti también está unida a lo que representan socialmente y también a la violencia que sufren al aparecer en la cotidianidad.

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—Es que si vos preguntas qué piensan de nosotras, si hacés una encuesta, te van a decir que somos drogadas, violentas, borrachas, infectadas, escandalosas, exhibicionistas. Después, la construcción compulsiva de nuestra corporalidad: nuestro cuerpo tiene que ver más al mercado de la prostitución que con nosotras mismas ya que ¿cuál el sitio que solo podemos ocupar nosotras? La prostitución, la zona prostibularia. Ahora no, porque ya ocupamos otros espacios, pero antes en las campañas políticas lo que daba más rédito era ofrecernos una zona roja, lo decían descaradamente. A nosotros nunca se nos preguntó y terminó siendo muy peligroso haber generado un fenotipo de persona que solo podíamos dedicarnos a eso. Nada tiene que ver el travestismo con la prostitución. Ahora, la travesti que la quiera ejercer, bueno eso es otra discusión que debemos dar con las travestis. Pero no es un destino para nosotras, ni un camino que debemos transitar.

—Violencia que en realidad es parte de una historia de violencia.

—Claro, porque hay otras formas de violencia: nosotras somos expulsadas de nuestras casas a temprana edad, generalmente entre los ocho y los trece años; expulsadas de los sistemas escolares, de los hospitales, de un trabajo, de la sociabilización, del arte… Así es como terminamos conviviendo en un mundo que tiene que ver más con lo delincuencial, lo marginal ¡Y no me pongo en una moral victoriana! Todo ese tránsito era obligado, se nos imponía. Ni hablar de la transformación de nuestros cuerpos, donde la regla es la ilegalidad respecto de las operaciones sin pre ni post operatorio; siendo que tenemos la Ley de Identidad de Género que permite hacerlo en hospitales públicos. Es decir, nosotras nos movemos y crecemos en todos esos ámbitos: donde hay violencia extrema, donde somos niñas explotadas por adultos, negociadas por adultos y la vez negociamos con adultos, porque una travesti menor de edad que vive en un hotel tiene que enfrentarse a esos problemas propios de la prostitución. Se avanzó, sí, pero seguimos con enfermedades ligadas a la pobreza, a la mala alimentación, a la privación de la libertad…

—¿Y con las fuerzas represivas?

—Históricamente fue un desastre. De los últimos treinta años de democracia, recién hace diez, que más o menos las cosas están un poquito mejor. En el paso de la democracia a la dictadura, las cosas siguieron igual para nosotras. Todavía existen edictos policiales, no se aplican porque es un escándalo, pero están; acá en Capital con este señor de jefe de Gobierno que quiere ser presidente. Los sistemas no cambiaron mucho desde la dictadura para acá y recuerdo que un compañero, Pedro M. P. decía «mientras ustedes ponían el cuerpo, nosotros le poníamos el culo a la dictadura». Después de tres décadas de democracia no se pueden considerar avances extremadamente notorios. Además la situación en la cárcel, que están por delitos menores, por robar un peso a un taxista y el único testigo era el taxista, por llevar tres porros. El aparato policial no ha cambiado y en las provincias del interior es peor.

—¿Cuáles son las herramientas a utilizar o crear para revertir esas problemáticas?

—Son varias y la batalla es en muchos frentes, pero primero es que nosotras nos convirtamos en sujetas de derechos. Nada cambia si no cambiamos nosotras. Por eso tenemos que erradicar la ignorancia, ya que muchas cosas nos pasaron por no saber. ¿No ir a la escuela? No había ningún párrafo que decía que no podíamos ir por ser travesti. Antes pensábamos que estaba bien que nos llevaran presas, que estaba bien que en los hospitales no nos atendieran. Por otro lado, a partir de reconocernos como víctimas, como víctimas de un sistema y a partir de ahí lograr un cambio general, un cambio sistémico para que dejen de vernos como personas que solo podemos trabajar vendiendo el cuerpo y nos reconozcan como trabajadoras, como productoras. Otra cosa clave es la recuperación de la autoestima de las travestis, laburando en las oficinas que se encargan de la temática, la formación de cooperativas y muchas otras formas que deben gestarse a partir de las ideas de las travestis. Lo fundamental es darle un nuevo sentido al travestismo porque estamos en una época de cambios.

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Mientras transcurre la entrevista los gestos se vuelven más enérgicos. Lohana no se mueve de su silla y está compenetrada en las respuestas. Denuncia va, análisis viene, el rol de los medios termina cayendo, por supuesto. Golpea la mesa y se enerva: «Los medios masivos nos muestran de forma espantosa. En Telefé, hay un programa que dicen hacer humor y ponen hombres disfrazados, ridiculizándonos. Dicen que parecemos tal jugador de Cambaceres, un trabajador del puerto…». Y también critica las placas al estilo Crónica TV. «La otra forma de mostrarnos es bajo el sensacionalismo: “¡Dos travestis se agarran a trompadas”, “furia en tal zona roja”, “mataron a un travesti en tal pelea!”», exclama e ironiza con voz exaltada y salpicando placas noticiosas imaginarias de sus manos.

—Muchos de los cambios que se dan y los que no se dan están contextualizados en los diez años de kirchnerismo. ¿Cómo va a influir un nuevo presidente que pierda cierta estirpe progresista?

—Primero habría que intentar que ese candidato no suba…

—Digo, porque Scioli no es lo mismo que Cristina, ¿o sí?

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—¡No, absolutamente! Mirá a mí no me produce temor porque cuando vos te emancipas ya tenés claro quién es el enemigo: del ostracismo de la ignorancia ya salimos. Obviamente me gustaría que venga un gobierno que sea revolucionario, que profundice el modelo, que haga una distribución de la riqueza mejor, bah, una distribución real ¿no? Falta mucho para cambiar, cambiaremos cuando las putas estemos en el Congreso, cuando estemos las travas, los negritos, los villeros… Y realmente peleando por nuestros derechos, ahora si vamos a seguir siendo interpretadas por otros el cambio va a ser medio tramposito.

—Entonces…

—Y bueno para mí hay dos campos bien determinados: la derecha reaccionaria, fascista. Y el otro campo, ¡que se dividirá en quién sabe cuántos sectores! (risas). Pero hay dos caminos, chaboncito, te ponés de un lado o te ponés del otro: los grises no existen porque son cambios de sistemas muy profundos. Y cuando elegimos no lo hacemos solo porque obtuvimos la ley, porque eso sería hipócrita. En general tenemos que apoyar a quien haga un cambio mucho más profundo, que garantice y que supere estos logros, ahí tenemos que sumarnos. Yo voy a hacer todo para que no suba la reacción, hay que crecer en eso. Y se han dado luchas mucho más importantes pero hay que hacer más cosas, hay que ejecutar lo que se promulgó. Nosotras discutimos que no es lo mismo esto que aquello. Sabemos que el capitalismo es el capitalismo, entonces venga quien venga, así sea alguien no favorable a nuestras luchas, tampoco le va a ser fácil corrernos. Cuando vos conocés la libertad no es fácil que te vuelvan a encerrar. Y ojo con aquel que llegue y me niegue un derecho, porque ya para mí es enemigo y en ese caso tomaremos los ministerios, saldremos a las calles donde históricamente hemos estado.

—El aborto, el kirchnerismo… Falta un actor: la Iglesia.

—La Iglesia es la institución más dañina para nosotras. Se opuso a la patria potestad compartida, al divorcio, al matrimonio igualitario, al aborto… Dice Fernando Vallejo: «La inquisidora de las inquisidoras, la puta de las putas, la meretriz de las meretrices…, tengo una deuda con la iglesia católica y nunca me la voy a poder cobrar…», es más largo, pero la idea es esa. En cuanto a la Iglesia, mirá, cuando me reciba Francisco y me invite a la Santa Sede ahí voy a creer que la Iglesia empezó a cambiar y ahí que pida disculpas por la atrocidad que ha cometido.

—¿Querés ir a visitar al Papa?

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—Sí ya lo pedí, quiero que me reciba el Santo Padre. Fue él quien habló de la guerra santa, por eso quiero saber si las cosas van a cambiar realmente. Yo soy muy católica, no creo en las instituciones pero defiendo mi creencia: en Salta, los quince de diciembre, todo el mundo se infarta, yo voy con mi mantilla: misa, confesión y procesión. ¿Por qué voy a dejarles a ellos que administren mi fe? La Iglesia tiene que dejar que la gente viva en paz. No pueden imponer a toda la sociedad, la fe, el perdón y el pecado. Y como la Iglesia hace política, hay que contestarle políticamente. Cuando pedimos la Ley de Identidad de Género no fuimos a pedirla a la Santa Sede, fuimos a un parlamento, por algo estamos en democracia. Ellos se meten porque hacen política: como en el resto de América Latina pasa con las iglesias evangélicas que son muy fuertes.

«Ay no, no: ahí me sacaste», ahora sí Lohana Berkins rompe la postura, se echa hacia atrás espantada. Lo hace con ese acting único que mezcla humor, bronca y seriedad y con el cual arranca muchas veces risas que pierden intensidad al mismo tiempo que incrementa la comprensión de los conceptos que esgrime. La fundadora de «Nadia Echazú», la primera Cooperativa de Trabajo para Travestis y Transexuales, mira fijo y arremete: «No, nah. Mirá a todos los que creen que la prostitución es un trabajo más, que vayan, pongan su cuerpo y se prostituyan. Que estén una semanita a disposición de otro y que se banquen todo. No se puede teorizar a veces con experiencias que no se viven…». Prostitución, trabajo, abolicionismo, prohibicionismo: algunas de las etiquetas fueron parte de las discusiones con Elena Reinaga, de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) en la CTA. «Yo soy una de las fundadoras de AMMAR, pero justamente la división fue por eso: somos personas en condición de prostitución y no trabajadoras prostitutas».

—Entonces, ¿abolicionismo o prohibición de la prostitución?

—Somos abolicionistas porque Argentina además lo es. No adherimos a que la prostitución sea reconocida como un trabajo, no somos reglamentaristas como sí Uruguay, por ejemplo. A las abolicionistas nos tildan de prohibicionistas y es una gran confusión, pero yo no prohíbo nada. El abolicionismo no dice prohibición: es un falso debate cuando dicen «voy a legalizar la prostitución», ¿qué vas a legalizar? Ya es legal. Pero el abolicionismo no se mete ahí, sino que pide al Estado que haga políticas públicas para algún día abolir la prostitución. Por otro lado, no es lo mismo la prostitución de las mujeres que la de los travestis y también ahí es necesario pensar discursos propios porque la única alternativa que tenemos es la prostitución. Y además, para aquellos que quieren que sea un trabajo: ¿cómo funcionaría?, ¿cómo se ensañaría? Felatio uno, felatio dos, con dolor, sin dolor. Entonces vos tenés hijos y vienen, te dicen que trabajan de eso y ¿qué hacés? O el trabajo de prostituta es para otra clase de gente y no para tus hijos. Nunca me saben responder estas cosas. Es el servicio más espantoso para la masculinidad, no se discuten las consecuencias concretas, ni las marcas que deja sobre nuestro cuerpo ser atravesadas por la prostitución. Y te digo más, en cuanto a la travesti: ¿qué se piensa de nosotras?, ¿por qué las travestis sí tienen valor en la zona prostibularia y no en la mercadotecnia del deseo? ¿Alguien diría «a mí me gusta una trava», o «compañeros, ella es mi novia»? Hay identidades cloacantes donde la gente bien descarga sus fantasías.

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—Das el ejemplo, refiriéndote a «compañeros», ¿te pasó dentro de la izquierda, con militantes, situaciones de ese tipo o dificultades para que comprendan e internalicen estos pensamientos?

—En general, en todos lados. En la izquierda también: en las marchas, contra los políticos siempre se le escapa «eh, no seas puto; eh, sos un puto de mierda». ¡Las veces que me he trepado a camiones de grandes dirigentes a decirle: «che, ¿no ves que los putos estamos acá?». Pero en la izquierda siempre es un tema que viene atrás, primero es la revolución y después, las mujeres, los travestis, etcétera. La cuestión de género es muy importante, atraviesa la política; y ya debería estar discutido el vocabulario, los insultos, las proclamas. Con las mujeres se nota mucho y los varones tienen que reflexionar sobre la desigualdad y los problemas de acceso a lo cotidiano. Mirá el movimiento piquetero: fueron mujeres las que salimos a cortar la calle, fueron las cacerolas las que se golpeaban, que es un elemento unido a la mujer. ¡Pero a la hora de la representatividad quedaron varones; los grandes dirigentes piqueteros son todos hombres! Y desestimo lo difícil que debe ser para los varones romper con esta cultura: es una guerra ideológica la que tenemos que dar. ¿Por qué el aborto termina siendo una demanda donde solo van a la marcha mujeres y travas? ¿Y qué pasa en los movimientos de izquierda cuando decimos que somos gays o lesbianas? Me acuerdo que una vez un dirigente me dijo: Lohana no empecés porque eso divide al sujeto. Tiempo después lo encontré y le dije que él estaba errado: ¡enaltece el sujeto! Yo no tengo que ser comunista acá, trotskista allá… A mí, con otra gente, me une la ideología: no voy a agitar banderas a un gay de derecha, a un gay del PRO. Ya lo dijeron las feministas: lo personal es político. Encima, cuando se hace un encuentro de un movimiento o partido se dice allá están las compañeras de género: dos chicas, una travesti, y se terminó. ¡No!

Pasó una hora y media, Lohana no tomó ni un sorbo de agua y sigue hablando como si nada. Empezamos a pararnos para ir terminando, pero antes tira dos frases para dejar pensando a más de un tipo, una de Mujeres Creando: «Lo más parecido a un machista de derecha, es un machista de izquierda». Y otra que la deja anónima: «Las travestis somos el deseo ilícito de la derecha capitalista, ¿cuándo seremos el deseo lícito de la izquierda revolucionaria?». Estamos saliendo, se vuelve y me repite: «Subila a Facebook, es importante que se discuta la cuestión del género, es clave culturalmente».

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Javier Campos
es periodista deportivo, pero se mueve entre unidades básicas, centros culturales y comités políticos. Se reivindica como el cumbiero que toda revista progre debe tener, y rosquea con eso para no perder su lugar exclusivo. Cree —fervientemente— que cuando la izquierda empezó a escuchar cumbia, el pueblo ya estaba con el reguetton.

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