Las pibas más jóvenes fueron las protagonistas de la cuarta marcha Ni Una Menos, cuya consigna central fue la legalización del aborto.
Cientos de brotes naciendo en medio de un campo nevado. Eso parecían el lunes por la tarde los pañuelos verdes atados al cuello, en la cabeza, en las mochilas, en los brazos de las cientos de mujeres que había en una Plaza de Mayo blanca y fría, mientras concentraban para la cuarta marcha Ni Una Menos. Brotes de los que crece una dolorosa y necesaria transformación política y cultural.
“Es una emoción enorme, una cosa en la panza, el orgullo de estar haciendo algo hermoso: así se siente encontrarse acá con todas estas mujeres —dijo Camila Granela, una estudiante universitaria de Quilmes parada junto a una amiga en la mitad de la plaza—. La historia nos está pidiendo ser parte”.
La historia comenzó el 3 de junio de 2015, semanas después del femicidio en la ciudad de Rufino de Chiara Paéz, una adolescente embarazada de 14 años, asesinada a golpes y enterrada por su novio. Fue el día que las mujeres dijeron basta y organizaron una primera y multitudinaria Ni Una Menos para exigir el fin de la violencia machista. Un fenómeno explosivo que instaló la problemática de género como cuestión indispensable de la agenda pública, y rápidamente se extendió a otros países.
La marcha del lunes tuvo como consigna central la legalización del aborto. Raquel Vivanco, coordinadora nacional de la organización Mujeres por la Matria Latinoamericana (MuMaLá), explicó por qué: “Las mujeres que ya no están por abortos clandestinos son víctimas de femicidios cometidos por el Estado. Son muertes evitables si el acceso a la salud fuese un derecho para las mujeres de nuestro país”.
Femicidios silenciosos y silenciados. Aunque es un problema de salud pública, no hay números certeros sobre el aborto por tratarse de una práctica clandestina. Según un informe de 2005, basado en proyecciones, en la Argentina se hacen unos 500.000 abortos al año. Muchos de ellos en contextos muy precarios, que ponen en riesgo a las miles de mujeres que no pueden pagar condiciones mejores. Es decir: el Estado no sabe, cada año, qué pasa con la salud de medio millón de ciudadanas, y lo mejor que tiene son cifras aproximadas, con más de una década de antigüedad.
Por eso la marea de pañuelos verdes avanzó en dirección al Congreso, donde el próximo miércoles 13 de junio se votará en Diputados, por primera vez, un proyecto para legalizar el aborto. El número de legisladores que se manifestaron públicamente a favor (113, la mayoría de la oposición) y en contra (115, la mayoría de Cambiemos) es parejo y todavía quedan 28 indecisos. En un debate que debería ser apartidario, se especula con que el oficialismo puede llegar a dar luz verde a la media sanción de la ley en la Cámara Baja para conseguir aire en un momento político —y económico— muy complicado: lo haría porque sabe que en el Senado es difícil que el proyecto consiga los votos positivos y allí el costo político del no quedaría eventualmente repartido con la oposición.
Evelyn Kupermid, peluquera, 30 años, participó de la convocatoria como integrante de Los Tambores No Callan, una agrupación que reúne a músicos de todo el país y toca afrocandombe. “Es nuestra forma de reclamar, de hacernos escuchar a través del arte. El aborto es algo que pasa. ¿Por qué tener que hacerlo clandestinamente, escondiéndose? Es algo muy traumático”, explicó Kupermid. A su lado, los instrumentos calentaban sus parches junto a un pequeño fuego improvisado en la esquina de Avenida de Mayo y Chacabuco.
Tambores, comparsas, cantos, bengalas, baile, teatro, performance: la potencia que despliegan las mujeres organizadas es volcánica. Exigen cosas terribles y obvias como terminar con los femicidios y el derecho a decidir sobre sus cuerpos, pero lo hacen con tanta complicidad que cada encuentro es, además de un reclamo, una enorme fiesta compartida. Algo que ni siquiera la garúa helada que cayó con intermitencias durante toda la tarde pudo arruinar.
Fue particularmente llamativa la numerosa presencia de jóvenes y adolescentes. Vivanco, que sostenía junto a sus compañeras de MuMaLá un enorme pañuelo en medio de la 9 de Julio con la leyenda #AhoraEsCuando, la celebró: “Es la revolución de las hijas: las jóvenes son el motor de esta lucha. Ver los pañuelos en los pelos, en las mochilas, en las aulas, nos llena de emoción y nos hace pensar que es posible un presente y un futuro más igualitario”.
Jocelyn (15) y Johana López (20) son hermanas y llegaron junto a una amiga, Julieta Romero (16), desde Villa Ballester, las tres con el pañuelo al cuello. “Vinimos para apoyar, para hacernos notar, para defender lo que pensamos”, dijo Jocelyn mientras Julieta lamentaba que la agenda de género sea un tema casi ausente en los colegios: “Solamente se toca si sacamos el tema nosotras. Tengo una sola profesora que nos deja hablar y nos acompañó a una marcha; si no, no me hubiera enterado”.
Es algo que reconocen los propios docentes. Según Mirta Barrere, Secretaria de Género en SUTEBA Esteban Echeverría y con 18 años de experiencia en las aulas, son pocos los colegas que responden a la creciente demanda de los pibes por informarse. “Muchos docentes todavía tienen miedo o desconocimiento, piensan lo contrario o plantean cuestiones religiosas. Hay poca capacitación en el plan educativo, sobre todo en educación sexual integral”, dijo.
Otra vez el Estado falla: al prevenir, al proteger, al educar. Solo la perseverancia del feminismo y su poderosa capacidad de irradiación explican cómo es que tantas adolescentes saben hoy mejor que muchos adultos en qué consiste un aborto y pueden argumentar perfectamente por qué son soberanas de su propio cuerpo. O, yendo más allá, entienden qué son el patriarcado y la heteronormatividad y cómo condicionan la forma en que nos pensamos, sentimos y vivimos.
Cuando las columnas llegaron a la plaza del Congreso y desde el escenario una treintena de mujeres referentes sindicales, de organizaciones políticas y movimientos sociales y de DDHH leyeron el documento final, ocurrió la magia. Al agua de la lluvia se sumó el calor de la larga caminata compartida y los brotes de pronto germinaron: miles y miles de pañuelos extendidos convirtieron a la plaza en un jardín verdísimo y rebosante de vida, exigiendo la vida. Un pañuelazo que quedará para siempre y que fue acompañado por un grito rabioso para quienes, en el edificio de enfrente, tienen la responsabilidad de estar a la altura de esta historia: “¡Sin aborto legal no hay ni una menos!”.