La señora Flores habita a orillas del Lago Titicaca y la tarde del pasado sábado entabló conversación conmigo. Preguntó si yo había dormido en la pampa y si por ello mi cabello estaba desaliñado. Preguntó si comí en la mañana o al medio día. Preguntó de dónde venía e hijo de quiénes era. Preguntó si sentía frío y si me encontraba solo en aquellos rieles.
– ¿Quieres mandarina hijito?
Me invitó una mandarina grande y terminó de preguntar.