Hernán Casciari es escritor y le encanta patear tableros. Tiempo atrás “mandó a cagar” a las grandes editoriales y creó la propia para comunicarse con sus lectores “sin nadie en el medio”: la llamó Orsai, al igual que el blog que le había dado fama y la revista que dirigió durante los últimos tres años. Pero se volvió a hartar y ahora sólo piensa en su nuevo desafío: escribir para pibes, para que entiendan los grandes.
Fotografía: Agustina MaggioTto
Suena mi celular.
—Dice el gordo que vengan ahora —me dice el Chiri.
—¿Cómo “ahora”? —le contesto.
—¡Sí, ya! Les da la entrevista, todo bien, le dije que era para unos amigos.
—Pero, boludo, no sé ni dónde está el grabador ni la fotógrafa…
—¡Dale, vénganse igual!
—Ni preparé las preguntas…
—¡Dale, vengan así! Y dice que traigan faso, si tienen.
El Chiri es el mejor amigo de Casciari y a la vez su mano derecha en los proyectos editoriales. Lo conozco desde el 2000 más o menos. Por entonces él trabajaba en El Civismo —el diario local de Luján— y yo hacía una pequeña revista que él recibía en esa redacción. Todavía se acuerda. Creo que por aquellos años también cubrió la nota de algún piquete del que formé parte y, tiempo después, nos encontramos en un aula de la universidad estudiando Historia. Con el Chiri nos une, secretamente, una frustración especial: todavía ninguno de los dos pudo terminar la carrera.
—¡Bueno, dale, en un rato estoy ahí! —le digo mientras pienso que, de última, si no encuentro el grabador ni consigo quién haga las fotos, al menos nos fumaremos uno con Casciari y conversaremos un poco de la vida, de literatura, de política, de lo que salga. Después de todo, conversar no es tan difícil y, según dicen, mucho menos con Casciari.
Apenas una hora después estamos ubicados en una casa antigua de la calle Ituzaingo, refugio del escritor cada vez que vuelve a Argentina (vive en Cataluña desde hace trece años). Javier me hace la segunda y se trae unas preguntas entre manos; Agustina llagará más tarde para tomar las fotografías. La noche es inmejorable; el Chiri está prendiendo el fuego para el asado, pero antes abre un Cynar y nos sirve unos vasos. Aclaro que nunca antes probé este aperitivo y Casciari larga un “aahhh, es poderoso, poderosísimo”. Obsequio las flores y ahí nomás “el Gordo” —como le dice el Chiri— acanala un liyo y lo mezcla con un poco de tabaco. Mientras nos cuenta que Bonsai (el nuevo proyecto que vio la luz hace apenas unos días) es una revista inclasificable, “no sabes de dónde agarrarla, porque en un punto está hecha para chicos pero también funciona para otra gente”. Hernán está contento y no lo oculta: “Bonsai es una cosa rarísima, pero bonita, una comedia familiar en la que los pendejos están presentes todo el tiempo”.
¿Influyó tu rol paterno a la hora de proyectar Bonsai?
A mí me parece que todos jugamos un poco con eso porque tenemos hijos de las mismas edades, y entonces se da una comunicación directa con ellos. Mi hija me hace devoluciones de las páginas que cerramos y todo eso es muy divertido. Por eso lo estoy disfrutando un montón, porque me levanto a la mañana para escribir cuentos e historias que a la noche le leo a ella y conversamos y sé que está súper atenta a los dibujos de Poly y a cómo son los personajes. Poder hacer esto es buenísimo, me parece alucinante.
¿Va a tener una continuidad número a número, cómo es el hilo argumental?
Sí, porque se trata de una familia de tres nenas, un papá y un abuelo que tienen una imprenta en la que imprimen una revista. Un poco te vas enterando por internet cómo es la familia, quiénes son. Y el producto final que te encontrás es la revista que ellos hacen, una revista de barrio que reparten ahí mismo. Tiene cuentos, historietas, horóscopo, consultorio sentimental, una cosa muy rara.
¿Qué querés generar en este nuevo público?
Hace reír, cosas simples. Pero además estamos buscando que un papá y un chico puedan leer exactamente lo mismo, con la misma intensidad, disfrutando y comunicándose generacionalmente. Pero no “bajando al pibe” y hablándole como a un tontito. La idea es todo lo contrario, los grandes somos cada vez más estúpidos, los pibes son cada vez más simples y la tienen más clara, entonces te enseñan más.
La diferencia de este proyecto con la ya mítica revista Orsai es evidente; por una lado Bonsai se realiza a partir de un pequeño staff de gente muy afín a Casciari (Josefina Licitra, Poly Bernatene, María Monjardín, Eduardo Abel Méndez, Matías Tolsá y el infaltable Chiri) mientras que por Orsai pasaron una cantidad importante de colaboradores “externos”, de Abelardo Castillo hasta Marcos López y de Horacio Altuna hasta Juan Forn. Sin embargo, pareciera que hubiese otro cambio —más profundo— de Orsai a Bonsai, una modificación en Casciari con respecto a la literatura. “En el último año nos cansamos un poco de ‘la inteligencia’ —señala— de escribir para los adultos, de tener que sorprender a los adultos”. Casciari no tiene ningún empacho en decir absolutamente nada, y en eso se basa —en buena medida— su escritura clara y contundente. Está podrido de este mundo cada vez más complejo y chicanero, por eso dice que “empezar a hablarle a los pibes es la necesidad, también, como persona grande, de simplificar el mundo para poder entenderlo”. La idea es, en sí misma, genial, y parece difícil que en la pluma de “el Gordo” pudiese dar otro resultado. “Mirá —dice— recién, mientras el Chiri hacía el fuego, hablábamos de política: es todo tan denso, tan cuadrado, tan absurdo… Entonces a veces explicarle a un chico cómo funciona el mundo te provoca que lo entiendas desde un lugar más original, con menos vicios de disfraces dialécticos, semánticos. Te lleva a dejar de ser terriblemente inteligente por un rato”.
¿Cómo ves la política actual, qué rol cumple?
Me da la sensación, cada vez más, de que el debate político actual es obsoleto. Estamos en un mundo en el que se está terminando de degradar una manera de pensar la política y muy de a poquito está surgiendo otra. Por un lado tenés a los de siempre buscando mantenerse en los espacios de poder y por el otro a un grupo de gente que sabe que en un futuro vas a apretar un botón y le vas a decir a tu diputado: “equis”, y esa equis va a significar lo que tenga que votar y defender.
—Che, me meto un segundo —interrumpe Chiri— ¿qué pasó con ese partido político que me dijiste que se estaba formando en España?
—En España no, en Italia —dice Casciari.
—No sé, ese en el que te habían invitado a participar.
—¡Ah, no! vos decís “Partidos en Red”.
—Contales, que les va a interesar.
—Partidos en Red es lo que viene, y evoluciona con la lentitud necesaria. Lo único que puede hacer por ahora son plebiscitos no vinculantes. Es un partido multinacional que convoca a personas vinculadas a la cultura, la ciencia, pero que puedan demostrar quiénes son, que no tengan manchas en un buscador de Google. Me invitaron a participar y están generando debates para hacer un cambio político, revolucionario, pero en el tiempo. Que es eso: la posibilidad de que algún día los electores puedan tener habilitado el voto directo en muchas cuestiones. Para mí la política pasa por ese lado.
¿Te identificás con lo revolucionario?
No, me identifico con la idea de que la fórmula de democracia actual no tiene en cuenta a la tecnología, y la que viene sí.
Bien, pero para una mayor democratización. En ese sentido digo “revolucionario”.
No, no es revolucionario, es mucho más parecido a lo que se entiende por democracia, porque hoy tenés un diputado que subió con trescientos mil votos prometiendo una cosa y cuando asumió hizo otra. ¡Esto ocurre todo el tiempo! ¡Ocurre hoy! Ahora, sí estos trescientos mil electores tuvieran que llenar todas las semanas un formulario por internet “en contra de esto” o “a favor de aquello”, el diputado lo único que tendría que hacer es defender lo que dio ese guarismo, si no lo hiciera sería destituido. Lo que se está discutiendo hoy —en los términos y con la polarización que se está haciendo— me parece que representa el final de un sistema y no puedo estar a favor de ninguno.
—¿Reconocés grises en esa disputa polarizada, acá en Argentina?
Sí, por supuesto, estoy mucho más con el modelo oficialista que con el opositor. Radicalmente, por las razones que se te ocurran. Por casi todas. Esto es un poco lo que yo soñaba cuando era chico, no la forma en que se está haciendo, sino los argumentos, las razones fundamentales; lo que está ocurriendo es lo que tiene que hacerse. Más allá de eso no me gusta la forma en que lo comunican ni muchas otras de este sistema, pero si hay que defenderlo, entre una cosa y la otra, lo voy a defender siempre.
¿Te seguís reivindicando “de izquierda”?
Sí, de lo que se entiende por izquierda desde el punto de que a mí no me interesa que los mercados se liberen, quiero que los estados accionen, que participen permanentemente en todas las decisiones, y eso tiene que ver incluso con mi forma de ver la política a futuro. Pero lo que no pueden existir son más grietas de comunicación, teniendo tecnología no podemos tolerar las grietas comunicacionales.
¿Qué te parece la Ley de Medios?
—Esa es una forma, por ejemplo. Es absolutamente necesario que empiecen a darse pasos así, aunque sean perfectibles. Es necesario que la tendencia de la comunicación se incline para ese lado.
Hace un tiempo tuvieron inconvenientes con el Gobierno, debido a la importación de revistas y vos escribiste unos textos sobre eso.
Hubo dos bardos que se hicieron textos: “liberen Orsai” y “liberen los libros”. Los dos fueron mensajes para el Gobierno y en los dos casos respondió y se solucionaron. La intención de Moreno fue siempre muy clara: no permitir que imprimas en China por cincuenta centavos como hacen Santillana y los grandes multimedios, para favorecer la industria nacional. Eso es alucinante.
Pero ahí cayeron ustedes.
Claro, en ese sistema bestial de cortar con todo, caen editoriales chicas como nosotros. Entonces yo les avisé que estaban cometiendo un error y a los dos días me llamó Moreno por teléfono y me dijo que estaba todo solucionado. Nosotros entramos y Santillana no, me parece genial.
¿Primero lo llamaste vos a Moreno?
No, yo escribí un tuit y Moreno se comunicó conmigo por teléfono. Y eso me pareció alucinante, porque la respuesta fue rapidísima. Me dijo (pone la voz como Moreno): “hola, ¿Orsai?” (Risas) ¡En serio boludo! Yo estaba en Río de Janeiro con mi mujer y mi hija, dos días después de lo que había pasado, me sonó el teléfono y era Moreno (vuelve a imitar la voz del exsecretario): “Hola Orsai, vos que estás diciendo cosas por ahí, ya está todo solucionado”, y me cortó.
Nos reímos bastante con la anécdota de Moreno porque Casciari es un tipo muy gracioso, la cuenta muy bien y la verdad es que la voz del exsecretario de comercio le sale muy parecida. No obstante, al momento se pone serio y aclara: “Ahora, te digo que en lo personal, la inflación y el cambio del dólar nos hizo garcha. Pero incluso es mejor si te pasa eso para seguir diciendo: igual lo banco. A veces hay que bancar, incluso si te va mal, porque el global va hacia algo que a mí me parece muy interesante”.
¿Se puede hacer Orsai sin ser Casciari?
No es una cuestión de ser Casciari. Cualquier persona que durante un tiempo importante ha construido una comunidad, le puede pedir ayuda para proyectos culturales que son onerosos. Pero nadie puede abrir internet por primera vez y decir necesito quinientos mil dólares para hacer una revista. Esa comunidad de personas que leen lo que escribo fue construida durante siete años, fue una inversión de, en vez de guita, tiempo.
Hace poco estuviste en un simposio del libro en México donde tu postura generó cierta polémica.
Sí, porque me encontré con un auditorio muy específico de editores, escritores, libreros, críticos literarios y el primer día me dio la impresión de que todos tenían el mismo problema que yo y no lo estaban diciendo, que les estaba chupando un huevo leer, que estaban todos en internet, en otra cosa, paveando. Y dije, ¿por qué no charlamos de esto? Escribí sobre eso, haciéndome cargo. Yo no me puedo concentrar más, no puedo leer como antes, pero tampoco voy a andar en los simposios diciendo que sí puedo.
Cuando te das cuenta que no podés enfocarte ¿te enojás, cómo te pega?
Ya no. En la transición me preocupó pero ahora ya sé que es así. No tiene solución. Nuestro cerebro está yendo para un lugar y las cosas son así. El problema tiene que ver más con la nostalgia de un sistema anterior, al que no podemos regresar. Es imposible regresar a la concentración como la que teníamos en las décadas de los ochenta o noventa. Leer a Nietzsche durante tres horas… ¡ni en pedo, pero ni en pedo!
Sin ese tipo de lectores ¿el terreno es menos propicio para el surgimiento de grandes escritores?
Los hay, pero desde hace diez o quince años están escribiendo para series de televisión. Te digo: David Simon, Steven Moffat, David Chase son los Shakespeare de hoy, y no están escribiendo un libro. Si en el siglo XIX todo el mundo como máxima aspiración de ocio tenía un libro, hoy no. ¿Qué sentido tiene que una gran obra esté en un libro o en cinco dvd en HD? Es lo mismo, no me parece que sea un mal escritor, al contrario. Es un error santificar los formatos, suponer que si no escribiste en un libro pero sí para una serie de televisión entonces no sos tan bueno. Es un error. Si vas a hacer reflexionar, pensar, sentir, no te podes quedar en el formato.
Sin embargo Bonsai saldrá en papel y con la intención de que los padres la lean con sus pibes.
Sí, está absolutamente estructurada con ese objetivo. Dentro de mi cabeza hay una especie de eslogan que es: Bonsai es la única cosa que un chico de diez años de hoy va a tener para sentir nostalgia del papel cuando sea grande, porque después las cosas van a ser en tableta. Y esa comunicación con el padre va a ser importante, va a bajar traumas futuros.
Casciari arrancó escribiendo en un blog y luego pasó a los grandes diarios y editoriales. Pero, harto de que le roben y lo controlen, los mandó a todos al carajo y se puso a hacer su propio proyecto editorial: Orsai, el mismo nombre que utilizó para su blog y para la revista que dirigió hasta 2013. Sin embargo, la aventura requirió otras habilidades. “En los últimos años —dice— abrí más archivos Excel que archivos doc”, y agrega, “tuve que aprender de logística y distribución, mi tiempo se fue sobre todo en crear un sistema de venta que ahora ya está armado”.
¿Extrañabas escribir?
Sí, claro. Pero en algún punto, si bien todo aquello fue muy cansador y muy poco artístico, yo aprendí a que el Excel me calentara, me excitara, como escribir un cuento. Pero a la vez tenía muchas ganas de levantarme a la mañana y decir: hoy lo que tengo que hacer son chistes. Y hoy estoy haciendo eso pero sabiendo lo otro, lo de la logística, la distribución, las aduanas, etcétera. Me encanta ser un escritor que no precisa ese tipo de ayudas.
Y en cuanto a lo económico ¿cómo encararon este proyecto? ¿Similar a Orsai?
No, Orsai fue muy caprichoso, hicimos lo que se nos antojó, incluso a pérdida. En Bonsai estamos siendo sumamente cuidadosos, con necesidad absoluta de rentabilidad, porque a mí ya no me queda pa’ poner. Estamos yendo a riesgo, por eso lo hacemos con mucho cuidado, con prudencia. Somos poquitos y tiene que dar lo necesario para seguir existiendo.
María —que además de ser la diseñadora gráfica de Orsai y Bonsai es también la esposa de Chiri y amiga de Hernán Casciari— abandona la Mac en la que estaba trabajando hasta hace un momento. Sale a la galería y se suma a la charla: “También influye la falta de publicidad —dice— eso tiene un nivel de exigencia muy alto, porque la rentabilidad está dada solamente por la compra de la revista”.
¿No piensan la opción de ingresar publicidad en la revista?
Casciari: No. No sería Orsai.
Sí nos replanteamos otras cuestiones —dice María.
¿Por ejemplo? —pregunto.
Por ejemplo —dice Casciari— Orsai se distribuía sin intermediarios entre el lector y el autor, y en cambio con Bonsai no tenemos problemas en dejar libros a consignación en una librería. Con Orsai teníamos el pdf (la versión digitalizada) gratuito el mismo día que salía la revista impresa. Con Bonsai no va a pasar eso. Necesitamos rentabilidad, necesitamos que se venda un número de ejemplares para seguir haciéndola.
Y a la vez piensan hacerla con menos gente. ¿Cómo resultó eso a la hora de la producción?
Bonsai es mucho más orgánica —dice María—, es más discutida, se conversa el texto, desde dónde se aborda, es divertidísimo, más rico. No hay uno que mira todo, todos miramos todo. ¡Bah, qué se yo! Yo me estoy metiendo y te están entrevistando a vos.
—¡María, sos Guido Suller! —dice Chiri.
Otra vez las risas, nos distendemos un poco y de paso nos servimos otro Cynar. Justo llega Agustina y el Chiri va a abrirle la puerta. Casciari retoma la conversación, dice que con Bonsai es más fácil prever el resultado final. “Haciendo Orsai dependíamos de veinticuatro personas y a veces decías: ¡Uy, mirá lo que nos mandaron!”. La sensación de compartir la cocina de este proyecto da un poco de vértigo; les pregunto cuántos números adelantados van y me responden que ninguno: Bonsai se hace número por número, en tiempo real. Pienso que de alguna manera esto es algo que caracteriza al equipo, pero sobre todo a este extraño binomio llamado Casciari-Chiri. “Se conocen desde chiquitos —dice María—, ahora hacen lo mismo que de chicos hacían jugando. Antes hacían una revista para el colegio y ahora la hacen para todo el mundo”. No parece real, pero lo es. Lo miro a Casciari esperando que agregue algo, que me cuente algún mito fundacional o me dé la pócima secreta de esta historia que no termino de comprender. Y Casciari no me defrauda: “Con el Chiri —dice— nunca nos volvimos adultos”.
Ahora María vuelve a su laburo en la Mac y el Chiri se refugia en la parrilla. Está en ese punto donde un poco más o menos de brasas puede hacer la diferencia. Por alguna razón, la pregunta que voy a hacerle a Hernán me recuerda una entrevista que le hicieron para Orsai a Mario Pergolini. El título, muy elocuente, era un textual del entrevistado en alusión al avance de las nuevas tecnologías: “Es un buen momento para hacer lo que se te cante el culo”. Sin dudas. Pero ¿hasta qué punto las múltiples voces no acabarán absorbidas por el mercado? Casciari dice que el asunto es muy complicado: “El mercado tiene su lugar, y una chica de California, que se hizo conocida porque subió un video en YouTube tocando la guitarra, no le va sacar la comida de la boca a Enrique Iglesias. Pero también es cierto que cada vez hay más personas buscando contenidos alternativos, y ahora podés acceder a ellos mediante la tecnología”.
Más allá de la cuestión tecnológica en pos de contenidos alternativos y a favor de una mayor democratización, ¿hay algún movimiento social o político con el que te identifiques?
Beppe Grillo, en Italia, me parece buenísimo y está como tercera fuerza detrás de los partidos tradicionales. Es un cómico de stand up que está haciendo muchísima grieta, que está con otro discurso, otra comunicación. Es el primer político moderno y los libros de Historia posiblemente lo marquen, porque lo está haciendo muy bien. Creó un partido político y en su página le propuso a la gente que mande un video con sus propuestas y después que se voten los mejores videos para que los primeros cinco sean los candidatos a diputados. Y funcionó a las mil maravillas. Por eso la izquierda y la derecha italiana le tienen tanta bronca, no lo pueden ni ver.
Hay un debate importante en cuanto a la “militancia virtual”.
Sí, hay que tener mucho cuidado, porque no significa que todas las personas aprieten un botón y listo. Tenés el dato de que el video más visto de YouTube es la pelotudez más grande del mundo, entonces no es eso. Es empezar a crecer con esas opciones, como los plebiscitos no vinculantes. Pero para eso tenés que tener internet en todos lados, no se puede hacer en Nigeria o en Jujuy. No obstante, así como cambió la música y el modo de consumirla también van a cambiar la banca y la política. Esas son las dos últimas cosas que van a cambiar.
¿Cómo creés que va a darse ese camino?
Imaginate lo mismo que pasó con los lobbies de la discográficas o el cine. Hay gente de mucho dinero que se queda con el 15% de un montón de cosas que cuando vea que su ganancia se está escapando por la brecha de la comunicación van a hacer lobby con los Gobiernos para que eso deje de ocurrir.
Esta entrevista finalizó tres veces. Decíamos “bueno, muchas gracias”, pero seguíamos hablando: del caretaje intelectual y del porro, del aborto y de las drogas duras, de la religiosidad y el autopsicoanálisis casciárico, y hasta de los tiempos en que los tres trabajaban para una revista llamada “Énfasis para la transformación empresaria”. Les digo que no me los puedo imaginar. ¿Qué escribías? —le pregunto a Casciari—. “Y, mirá… —me responde con María y Chiri riéndose de fondo— artículos tipo: ‘Cómo hacer para exportar zapatillas a Medio Oriente’”. Nos reímos, por enésima vez, pero estas risas ya no se escucharán en la grabación.
Aprieto stop y pienso que me va costar editar esta entrevista; no voy a saber qué dejar afuera. Pero sé, no obstante, cómo quiero que termine: cuando Casciari habla de la tecnología a favor de la democratización y los proyectos alternativos, habla a su vez de un tiempo que aún no existe, de un tiempo que está por venir. Sin embargo, no se nombra.
¿Y vos cómo te ves en ese futuro? —le pregunto.
No creo que yo esté en ese futuro. Nuestra generación está viendo que es algo posible y algunos ya están trabajando para hacerlo real, porque —aclara— tenés dos opciones: te quejás o hacés algo desde lo posible.
Es la primera vez en toda la noche que no le creo. Pienso, de hecho, que para Hernán Casciari el futuro llegó hace rato.