—¿Cómo te llamás?
—Víctor. ¿Y vos?
—Federico. Gracias, fue hermoso —dije. Y eso fue todo.
Un rato antes, un abrazo que había comenzado como cualquier abrazo: con las manos envolviendo las espaldas. Pero esa vez no hubo palmadas de compromiso y nuestros dedos se animaron muy de a poco a explorar parajes suprimidos por siglos. Primero los cuellos y los rostros, después los brazos y los pechos y las piernas. Víctor irradiaba una tibieza animal. Nos enroscamos y desenroscamos con la torpeza de quienes aprenden un idioma nuevo.
Alrededor, otras veinte parejas de varones desconocidos —la mayoría, como yo, que se definen heterosexuales— hacían lo mismo. En el taller “Cuerpo, voz y territorio” el cuerpo es el centro mismo donde se libra la batalla: el encuentro con un otro —en sus varios sabores: tensión, erotismo, placer, malestar— como promesa de transformación.
El cuerpo, dispositivo político capaz de desarmarse y rearmarse de mil formas diferentes.
La mañana está fresca y todo lo clara que admite Santiago de Chile, una ciudad donde el smog es una oscuridad sigilosa que habita el aire y mancha los edificios y los cerros de la cordillera. En el patio de la Universidad Arcis, cien varones formamos en círculo: está por comenzar el II Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales (ELVA) —el primero fuera de nuestro país, donde las reuniones anuales ocurren desde 2012. La mayoría de los participantes tienen entre 25 y 35 años.
Es sábado 7 de octubre de 2017 y hay por delante tres días de charlas, talleres y debates. Llegamos desde Argentina, Colombia, Uruguay, Chile, para repensar nuestras masculinidades y los privilegios que disfrutamos en un mundo patriarcal, las formas que naturalizamos, las que reprimimos. Es consecuencia del crecimiento del feminismo latinoamericano de los últimos años. Miles y miles de mujeres que salieron a las calles a exigir algo tan obvio como que no las maten y terminaron por sacudir hasta las bases un sistema político y cultural de raíces milenarias.
Algunos de los asistentes al ELVA integran espacios de discusión, organizaciones políticas, movimientos sociales o colectivos artísticos, pero los más somos individualidades y es nuestra primera vez: casi nadie se conoce entre sí. Quizás por eso un silencio inquieto recorre el círculo y en las caras se adivinan miedos en forma de sonrisas tímidas y miradas vergonzosas.
Pequeñas incomodidades.
«UN SILENCIO INQUIETO RECORRE EL CÍRCULO Y EN LAS CARAS SE ADIVINAN MIEDOS EN FORMA DE SONRISAS TÍMIDAS Y MIRADAS VERGONZOSAS. PEQUEÑAS INCOMODIDADES».
Benjamín, un chileno rapado al ras, se para en el centro, da la bienvenida y propone una actividad para romper el hielo. Se llama cadena humana y funciona así: nos tomamos de las manos, todos menos los últimos dos, de tal forma que el círculo queda abierto en un único punto. Esas dos personas empiezan a caminar arrastrando su extremo de la cadena a cuestas, y pasan por encima o por debajo de los brazos amarrados de los que cruzan en su ruta. Después de unos minutos de caminata, las dos puntas de la cadena se buscan, se encuentran y entonces sí se toman de las manos. El lazo se cierra y en el patio de la Arcis nace un espécimen único, con doscientos ojos apretujados en unos pocos metros.
—Ahora, sin hablar ni soltarnos los brazos, desarmemos este nudo.
No veo a Benjamín, que está ahí nomás y trescientos mil cuerpos más allá. Pero lo escucho y pienso: ¿cómo? Si somos tantísimos. Si me tiran del brazo izquierdo como si fuera de goma. Si por encima del brazo derecho la interminable cadena me cruzó dos veces. Cómo, sin usar palabras ni invocar a mi pequeño tirano interno que se muere de ganas de hablar fuerte, de poner orden y dirección.
Pero al final nada de eso es necesario. A fuerza de miradas cómplices y sin soltar una sola mano, el imposible se desarma poco a poco y reaparece el círculo inicial. Se festeja con risas, hurras y aplausos. Benjamín vuelve al centro y dice que ese nudo es la masculinidad hegemónica que nos habita.
—Solo con un trabajo colectivo, que implique habitar nuestra corporalidad y nuestras emociones y deshabitar la palabra, lo vamos a poder desatar.
Fede es maestro. Tiene una barba de cuatro días y las uñas pintadas de un rojo urgente. Viste un pulovercito, una minifalda y calzas negras. Cuando se sienta con las piernas de costado, su cabello castaño es un río dulce que le cae hasta la mitad del pecho. Es joven, pero los ojos le andan tristes como lunas nubladas. Vende su libro Despenalización de la imaginación —casero, fotocopia, las hojas atadas con hilo rosa— a sesenta pesos. El poema “A toda niño sensible” dice:
¿Puedo llorar?
No.
* * *
—Al nacer con genitalia de macho recibo una tarjeta que me habilita a muchas cosas: a la voz alta, a ocupar más los espacios, a la violencia, a que no me maten ni me violen, a no tener que abortar. Hay que cumplir muchos requisitos para ser varón, pero al final basta con uno solo: no ser mujer.
Habla Ernesto, un realizador audiovisual mendocino que debe tener treinta años. Diez o doce cabezas alrededor asienten. Ahora se armaron pequeños grupos para debatir y enumerar los componentes de “nuestra máscara masculina”: las formas, prácticas y sentidos que nos hacen buenos varones, las tácticas y estrategias que usamos para no perder nuestros privilegios. La masculinidad hegemónica se construye sobre ciertos ejes como el éxito sexual, la competencia física, la capacidad económica y la capacidad intelectual.
Cada grupo tiene un papel afiche. En él, cada participante escribe con fibrón algo que lo identifique y explica por qué. En el nuestro se lee: heterosexualidad, individualismo, violencia, virilidad, ser chistoso, egocentrismo, éxito, competencia, territorialidad, jerarquía, falocentrismo, inteligencia racional, dinero, soberbia, tener razón.
«NACER CON GENITALIA DE MACHO ME HABILITA A MUCHAS COSAS: A OCUPAR MÁS LOS ESPACIOS, A LA VIOLENCIA, A QUE NO ME MATEN NI ME VIOLEN, A NO TENER QUE ABORTAR».
Es una lista célebre.
Me toca. Me acuerdo de mi adolescencia, de los primeros bailes. Nunca me gustó bailar porque me avergüenza demasiado mi torpeza. Pero es lo que suponemos que hay que hacer para levantar y el levante ratifica que nuestra hombría sigue vivita y coleando. ¿Será que el placer más grande es narrar a otros la epopeya de la victoria? Tomo el fibrón, paso al frente y anoto “Conquistar”.
En su turno, Ernesto escribe “Corporación”:
—Hay una lógica muy clara de apañarse mutuamente estas prácticas: “Ehh, la minita, la minita, la minita”. Es en esa corporación donde uno se afianza como macho: validamos una y otra vez que lo que somos, lo somos entre todos. Y entonces está todo bien.
Sus palabras me teletransportan a la burbuja progre que habito al otro lado de la cordillera. Pienso en nuestros cinismos: con las pibas presentes somos tan políticamente correctos pero en los espacios masculinos el patriarcado brota a velocidad planetaria. En los chistes, en el lenguaje, en los cumplidos, en las sugerencias.
¿Vamos a hablar de la impunidad con la que mencionamos a las “compañeras” en un grupo de WhatsApp exclusivo de varones? ¿De cómo presumimos que el boliche, la facultad, el trabajo, el mundo entero son cotos de caza? ¿De que hablamos de ellas como si fueran botines?
En las paredes del patio de la universidad, en la entrada a los baños, en el tablón donde está el cronograma de actividades, hay carteles varios pintados a mano. Dicen:
Vasectomía para no abortar.
¿Quién barre en tu casa?
¿Quién lava los platos?
Mantené limpio y ordenado, ¡no seas patriarcal!
MACHO = FACHO.
* * *
Muchos talleres del ELVA insisten en el cuerpo: teatro, biodanza, respiración testicular, contacto e improvisación. Subvertir un orden es, ante todo, subvertir un cuerpo: sus técnicas de funcionamiento, de contacto, de distancias. Sacarse el disfraz, el arma y el armadura: ser sujetos en carne viva.
En otros, se debaten problemáticas como sexualidad, aborto, acoso y violencia, paternidades y crianzas, territorialidad, cariños y afectos, rol en la lucha, organizaciones políticas. Allí colisionan algunas diferencias teóricas.
«¿VAMOS A HABLAR DE LA IMPUNIDAD CON LA QUE MENCIONAMOS A LAS ‘COMPAÑERAS’ EN UN GRUPO DE WHATSAPP EXCLUSIVO DE VARONES?»
Hay dos tradiciones claras: un marxismo reciclado con pinceladas de Gramsci, que recurre a grandes categorías explicativas como clase, colonialismo, materialismo, explotación; y la corriente que sigue a autores franceses como Derrida, Foucault, Guattari y Deleuze, que hace hincapié en lo micro, en la deconstrucción de las subjetividades y el biopoder. Esta última es más permeable a la producción teórica del feminismo y los estudios de género, desde los setenta hasta hoy. También abre el juego a las disidencias y a las diversidades: la clase ya no es el epicentro crónico del mundo social.
Pero esos son todos nombres de autores varones. La mayoría de las teorías críticas, fuente jugosa de inspiración para los movimientos contestatarios, fueron pensadas sin perspectiva de género. ¿Hasta dónde son válidas esas categorías semilla? ¿No serán, en sí mismas, patriarcales?
No alcanza con argumentar que “eran otros tiempos”. Es hora de destruir toda esa epistemología y parir una completamente nueva, superadora.
Es lo que están haciendo las pibas.
En el taller de debate sobre la lucha antipatriarcal al interior de las organizaciones sociales, alguien comenta:
—Durante las marchas por PepsiCo, los obreros no caminaban con los patrones. En el patriarcado los varones somos los opresores.
Un opresor que pretende impugnar su dominación es más que un oxímoron: es un peligro político.
—Para mí el afecto es la forma más clara y revolucionaria de interpelar a las personas —dice alguien más.
* * *
—Hay carencias que tenemos que subsanar, como el tema de la migración, muy patente en nuestros países: hay colombianos, haitianos, venezolanos. ¿Cómo integramos a la reflexión a esos hombres racializados? Aquí hay puros hombrecitos blancos, de clase media, universitarios. La mayoría heterosexuales.
Sebastián tiene 24 años y es un hombrecito blanco, de clase media, universitario y heterosexual. Se acaba de recibir de antropólogo y forma parte de la Asamblea Antipatriarcal de Varones de Santiago: un nombre con más letras que la cantidad de miembros que la componen, ocho. Ocho chilenos que se conformaron en colectivo hace dos años y con más entusiasmo que pericia organizaron el ELVA.
«HAY CARENCIAS QUE TENEMOS QUE SUBSANAR, COMO EL TEMA DE LA MIGRACIÓN, MUY PATENTE EN NUESTROS PAÍSES. ¿CÓMO INTEGRAMOS A LA REFLEXIÓN A LOS HOMBRES RACIALIZADOS?»
La incapacidad de salir del binarismo será uno de los principales temas de debate durante el plenario de cierre, cuando se hablará sobre qué gustó, qué no gustó y qué puede mejorarse. La noche anterior, durante una varieté artística que cerró la jornada principal, tres mujeres se acercaron a la universidad para participar. La organización decidió que no podían ingresar. Por eso, Bausis, durante el plenario tomará el micrófono y dirá:
—Hemos identidades no binarias, hemos otras cuerpas. Mucha gente se refería a nosotres como varones y siento que faltó cuidado y respeto. Preguntar: “Hola, ¿quién eres, qué eres?”. Para el próximo ELVA hay que ser más claros en las definiciones: ¿podemos estar las personas trans? ¿pueden venir cis mujeres? Tal vez quienes vinieron ayer tenían una inquietud con respecto a su género. Tal vez querían ser varones y empezar una transición. Pero se les echó. Fue una falta de respeto gigante, no solo para ellas sino también para nosotras. Nos interpela que las hayan echado por ser mujeres.
* * *
Roberto, Alexis y Martín se sientan en uno de los bancos del boulevard que hay entre las calles Agustinas y Portales, muy cerca de la Universidad Arcis. Salieron a estirar las piernas porque ya terminaron las actividades. Fue su primera vez en un ELVA. Dice Martín:
—Vine a buscar respuestas y encuentro más preguntas. Me faltan muchos kilómetros: conocí varones que transitan su masculinidad de otra forma y se hicieron un montón de preguntas que a mí todavía ni se me ocurrieron.
—Ese es un engaño del patriarcado —responde Roberto—. Yo no me defino antipatriarcal: tengo este cuerpo y trato de deconstruirlo. Tampoco puedo llamarme feminista, pero sí me cuestiono cosas desde el feminismo.
—En todo caso es un camino, una búsqueda.
—Claro. Es el proceso hacia— dice Alexis.
—Me movilizó el taller en el que terminamos acariciándonos —reconoce Martín—. No sentí ninguna incomodidad, pero en la vida nunca pasás por la experiencia de vincularte así con varones. Y menos con varones desconocidos.
—Es una trampa que armamos al crecer: anular nuestras emociones con otros hombres— dice Roberto—. Nos silenciamos, nos castigamos, crecemos más fríos, aprendemos a ejercer violencia. Cuando éramos niños, nuestro vínculo con las mujeres y con los hombres era distinto: en algún momento se nos borró la memoria.
Los tres se miran y callan. La tarde es un cristal anaranjado y salvaje: Santiago se derrite en silencio, con sus parques y sus vecinos y sus perros y sus parejas que pasean de la mano.
Imagino los talleres estos, como una experiencia sin igual