La nueva Ley de Salud Mental prohíbe la construcción de nuevos manicomios y plantea el cierre gradual de los ya existentes. Javier Pereyra, psicólogo  y  músico involucrado en el proceso de “desmanicomialización”, explica por qué es necesaria una nueva mirada de la sociedad sobre este “verdadero despelote que vale la pena”. La locura y la libertad en el centro del debate.

Por Javier Pereyra / Fotografía: Manu De Biasi

La tele nos enseño que “un loco” es un psicópata que nos va a atacar con una motosierra, y de ello se desprende, inmediatamente, una obviedad: hay que encerrarlos. Pero la cuestión no es tan sencilla. Los hospitales no están llenos de psicópatas asesinos sino de gente que sufre. Gente que puede padecer alguna enfermedad específica, pero que no está “esencialmente enferma”.

Si nos dedicamos a conversar con “los locos”, veremos que, en la mayoría de los casos, existe detrás de ellos toda una historia de sufrimiento, maltrato y hostigamiento. A veces, también tortura. Personas a las que, como si eso fuese poco, les espera como supuesta solución el hospital psiquiátrico.

Muchas de las características que creemos inherentes a la locura son, en realidad, cuadros clínicos producidos por la misma institucionalización y sobremedicación de los hospitales. No; no se nace loco; son los golpes de la vida los que lastiman, de tal modo, que muchas veces se necesitan años para cicatrizar heridas y llevar adelante una vida saludable.

Los psicópatas más peligrosos no están dentro de esos hospitales repletos de gente que sufre. En realidad, como dice Moffat, se mueven alrededor del poder y, en más de una ocasión, ocupan cargos públicos de vital importancia.

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¿Qué es la desmanicomialización?

En términos generales, bregar por la desmanicomialización significa pensar y actuar para que dejen de existir los manicomios. ¿Por qué? Porque son lugares de encierro, castigo y depósito de personas. Porque no curan, no promueven espacios saludables y, además, como si fuese poco, para conmover incluso a los más neoliberales, los manicomios salen muy caro.

Ningún trabajador de un neuropsiquiátrico público brindaría el tratamiento que usualmente se brinda en su lugar de trabajo a alguno de sus seres queridos. Ninguno sometería a su esposa e hijos a los tratos y maltratos que a veces ocurren allí. La “colonia” no cumple con ninguna de sus razones de ser: no promueve la salud, no rehabilita, no acompaña ni cura. Y todos saben que una persona internada allí hace 20 años, no está en la actualidad mejor que cuando ingresó.

De los antecedentes de desmanicomialización, quizás el más importante sea el de Trieste, Italia, cuyo referente es Franco Basaglia, psiquiatra que en los setenta abriría un debate que acabaría plasmándose en la aprobación de una ley de reforma nacional en salud mental. Una reforma que avanzaba sobre el cierre y desmantelamiento gradual de los hospitales psiquiátricos en todo el país.

libertad3La ley

El de la salud es un campo problemático, y tanto más en la medida que hablamos de la salud mental. Un campo complejo, que abarca planos diferentes e interrelacionados: político, social, económico, cultural, científico y legal, entre otros. Ese amplio y complejo territorio, en Argentina entró en crisis en los últimos años y dio lugar a una reestructuración de las subjetividades y la institucionalidad. La Ley de Salud Mental Nº 26657 es fruto del nuevo momento de este campo en la historia de nuestro país.

La ley está basada fundamentalmente en cumplir con los derechos humanos. Prohíbe la construcción de nuevos manicomios y plantea el cierre gradual de los actuales. El criterio de internación debe definirse a través de una evaluación interdisciplinaria, y las internaciones deben ser lo más breves posibles, sólo en el caso que la persona sea peligrosa para sí misma o para terceros.

La ley fue una buena noticia para muchos trabajadores de la salud que veníamos trabajando desde hacía un buen tiempo en este sentido. Tiene vacíos y algunos elementos cuestionables, pero en términos generales hace que los hospitales monovalentes lentamente vayan abriéndose a una nueva comunicación. Deja entrar un poco de oxigeno a estas instituciones centenarias y abre la posibilidad de que comprendamos que estas personas deben vivir en la comunidad. Tres puntos estructurales pueden nombrarse en este sentido con respecto a la nueva ley. Por un lado, las personas con padecimiento mental dejan de ser “objetos del juez” para empezar a ser “sujetos de derecho”. O sea, dejan de ser un objeto y acceden, por tanto, a los derechos civiles que la Constitución establece.

Por otro lado, la ley refiere que “se debe partir de la presunción de la capacidad de todas las personas”. Es decir: antes se daba por hecho que quien tenía padecimientos psíquicos era un incapaz, y la concepción del problema tiene un peso central en este tipo de cuestiones: si pensamos que una persona, por definición “no puede”, es una cosa. Pero si creemos que alguien tiene algunas dificultades específicas, es otra.

Por último, la Ley propone una democratización del poder, que antes estaba sobre todo en mano de los médicos. El juego comienza a abrirse a otros actores de la salud provenientes de las áreas humanísticas como los psicólogos y los trabajadores sociales.

La transición

Estamos atravesando una transición, un cambio de paradigma, y eso genera desorden en varios sentidos. Por ejemplo, muchas personas que “simpatizan” con la Ley no saben cómo implementarla, porque lo cierto es que en conjunto tenemos una formación individualista y biologicista (¿o acaso en la escuela nos enseñaron que una asamblea era un órgano de decisión central e imprescindible?).

Y ni hablar de la ausencia de formación comunitaria, que es aún más especifica y representa un obstáculo conceptual considerable, ya que esta Ley tiene una propuesta colectiva y de inclusión

social: que las personas vivan en la comunidad, que se apueste por las redes con las salitas de salud, hospital y todas aquellas instituciones y personas que sean parte de la vida de estos muchachos y muchachas.

La realidad de esta nueva concepción en Salud Mental nos obliga a imaginar tridimensionalmente, a dejar de lado las respuestas simplistas y empezar a hacer jugar la complejidad del libre albedrío.

Es una necesidad imperiosa empezar a pensar de un modo que aporte o, al menos, proponga soluciones creativas y solidarias teniendo como eje el desarrollo de la subjetividad del sujeto en cuestión.

Hay que abandonar la idea voluntarista de personas con padecimientos que “están así porque hacen lo que quieren” o “porque no quieren estar bien”. Eso es como si alguien dijera: “¡Dale che, ponete las pilas y que te baje la fiebre, dale, si vos querés, podés!”. Enunciados de esa naturaleza, por un lado invisibilizan que se está trabajando en el campo de la salud, y por el otro abonan a un concepto del “otro” que lo único que hace es generar rechazo: Si “está así porque quiere”, entonces “que se joda”.

Los trabajadores de la salud no estamos en el hospital para hacer favores ni obras de caridad. Nos pagan para atender a personas; nos pagan para que nos rompamos la cabeza pensando

qué podemos hacer para acompañar a estas personas y lograr que vivan mejor. Y digo “personas”, “semejantes”, y no “paciente”, que es un vocablo que tiende a borrar y neutralizar la dimensión humana de la que estamos hablando.

El arte de la libertad

¿Cómo se están produciendo las subjetividades actualmente? ¿Cómo nos situamos frente a la vida, qué relación tenemos con los otros, con nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con el mundo material? ¿Con qué herramientas contamos para llevar adelante una vida verdaderamente disfrutable? Cada sociedad produce también sus enferme dades. ¿Cómo se sitúa la nuestra respecto de “la locura”?

Ponerse a trabajar en la externación supone un trabajo previo y un posterior seguimiento. Actualmente existen equipos en los hospitales Cabred y Montes de Oca que trabajan en ese sentido. Tienen diferencias metodológicas, pero el objetivo es el mismo: que la persona vuelva a vivir en sociedad y recupere su dimensión humana. Que tome la palabra, que viva dignamente y goce de sus derechos civiles. Que deje, de una vez por todas, de cumplir una condena por un crimen que no cometió.

El proceso no es mágico; la conquista de la libertad lleva su tiempo y esfuerzo

Algunos muchachos tienen que volver a aprender a usar cuchillo y tenedor, porque en el hospital sólo usan cuchara. Tienen que aprender a cocinar y reconocer el valor del dinero; administrarlo. Tienen que hacerse cargo de la casa, la higiene personal, los mandados, las cuentas; tienen que adquirir hábitos tan sencillos para el resto de la sociedad como expresarse claramente o saber pedir ayuda.

Pero también deben establecer pautas de convivencia con sus compañeros y hacer alguna changa porque la pensión es muy ajustada y no alcanza. Muchas veces, “salir fuera” desequilibra porque es ahí donde se restablece la noción de tiempo socialmente establecido; entonces la persona cae en la cuenta de los años que ha pasado encerrada. El espejo le devuelve un rostro diferente al que tenía al ingresar al hospital.

libertad2Un desafío complejo

Entonces: el proceso de desmanicomialización se puede llevar adelante, pero no es fácil. Se necesitan ganas pero también una capacitación adecuada y redistribución de recursos. Un buen tratamiento para contrarrestar la paranoia de algunos trabajadores de la salud que se resisten al cambio. E imaginación, para ir haciendo lo que se pueda con lo que haya disponible, porque vivimos en Argentina y sabemos que no nos van a llover los recursos económicos necesarios para llevar adelante adecuadamente este proceso.

Hay que pensar estrategias de inclusión, fuentes de trabajo acordes con las capacidades de cada uno, centros de día, lugares de atención, equipos ambulatorios, lugares referenciales en la comunidad a los cuales los involucrados puedan acudir en caso de necesidad.

Existe, sí, un riesgo, y es necesario aclararlo: la desmanicomialización no es deshospitalización. No se trata de externar compulsivamente a las personas dejándolas sin recursos; el Estado debe proveer medicación, comida y todo lo necesario para que la persona pueda tener una vida digna. Que esté viviendo fuera del hospital no es garantía de que se libere del modelo manicomial; eso dependerá, en buena medida, del acceso a los recursos y de cómo trabaje el equipo que monitoree la casa.

En fin, La desmanicomialización es un verdadero despelote. Pero vale la pena. Un despelote que exige modificar el software humano, la subjetividad; esa capacidad tan despreciada por saberla relativa y de la que, sin embargo, emanan todas las decisiones que construyen nuestro mundo.

DESCOMPRIMIENDO LA DESMANICOMIALIZACIÓN

libertad5Por Karen Krenz (Técnica universitaria en Minoridad y familia (UNLu) y acompañante terapéutica)

Hoy día tenemos en Argentina 54 instituciones de internamiento crónico: una institución nacional, 11 colonias provinciales y 42 hospitales monovalentes provinciales. Dentro de ellas viven 21.000 internados: 14.000 en colonias y 7.000 en hospitales monovalentes. En principio, hay que decir algo claramente: sostener este nivel de encierro, es sostener la opresión que ejerce el monopolio médico sobre la salud mental y el negociado de los grandes laboratorios farmacéuticos.

Por eso en Argentina estamos atravesando lo que en Italia comenzó a fines de los setenta, de la mano de Franco Basaglia: la desmanicomialización. Pero ¿nunca existió ninguna experiencia local de este tipo? En este país contamos ocho provincias que no tienen manicomios, y Río Negro es un faro en el que la atención de la salud mental no está bajo el control monopólico de los médicos, sino que avanza en una apuesta comunitaria para prevenir las crisis y propiciar la atención integral de las personas que las estén atravesando. Esto es una diferencia notoria con otros espacios en los que la primera intervención que se realiza es la internación.

La desmanicomialización es pensar en un sujeto que tienen derecho a saber qué tipo de tratamiento se le está aplicando; sujeto que tiene derecho al trabajo y a vivir en comunidad: a ser un ser humano. Pero la problemática no implica sólo la cuestión institucional, sino que también para lograr la desmanicomialización se debe apuntar también, simultáneamente, a desmanicomializar la cultura del encierro que tenemos incorporada. A no todos les agrada la idea de que “un loco” pueda caminar libremente en las calles como si fuera “un cuerdo”. Tenemos naturali

zada la idea de que aquel que no produce no sirve, y entonces debe ser alejado de la sociedad; aislado, para que no se lo vea. Lo cual a su vez conlleva un nuevo problema;la invisibilización de personas con estos padecimientos acaba en el desligamiento de ellas por parte de la sociedad en su conjunto. La desmanicomialización requiere romper con esta cultura, y para ello necesitamos informarnos. Necesitamos saber, porque en materia de salud mental todos podemos y debemos saber, no sólo los médicos.

¿La desmanicomialización es cerrar los hospitales psiquiátricos? No. Es abrirlos a la atención generalizada con un sector especializado en salud mental. Implica que la persona que sufre una crisis sea atendida para propiciar su cura, y cuanto menos tiempo esté internada, mejor para su salud. Por lo tanto, se trata de una tarea ardua en la que lo que debemos procurar es la atención primaria de la salud, la prevención de las enfermedades en general y, por supuesto, aquellas que implican la salud mental.

La nueva Ley 26.657 considera que, en primer lugar, los pacientes tienen derecho a la protección y a la no perpetuación de su diagnóstico. Un régimen de reclusión, como el de los manicomios, lo único que consigue es todo lo contrario, porque el encierro y la lejanía que padecen estas personas respecto de la comunidad logran que su estado se profundice, haciendo aún más imposible el logro de mejorías.

La ley agrega que los sujetos tienen derecho a “recibir la alternativa terapéutica más conveniente, que menos restrinja sus derechos y libertades, que promueva la integración familiar, laboral y comunitaria”. Y por otro lado, quizás lo más importante: el derecho a la identidad; el “derecho a no ser identificado ni discriminado por un padecimiento mental actual o pasado”. Es decir: la certeza legal de que la identidad de un sujeto no es su diagnóstico, ni su padecimiento mental un “estado inmodificable”.

En resumen, la nueva ley de salud mental y el proceso de desmanicomialización llegan –enhorabuena– para combatir el encierro y la violación de los derechos humanos de estos sujetos, mal llamados “pacientes”.

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