Por Cristina de la Plaza
¿Por qué habrán sido tan surcadas las autopistas de su vida por Cortázar? Sin duda ellas son sinónimos de “camino”, de “ida y vuelta”, de la seguridad de poder “irse” pero también de poder “volver”.
Alguna vez recorrió una de ellas con su mujer, a la que tanto amó y a quien perdió apenas muy poco tiempo antes de morir él.
Había sido una idea loca y hermosa que planearan los dos y que la llevaron a cabo cuando ambos tenían, dentro de sí, la semilla de la muerte. Cuando Carol, la Osita, se fue por la autopista que no tiene regreso, Julio Cortázar armó el libro como lo habían concebido; las palabras con que lo cerró fueron –no le cabía la menor duda– las mismas que ella hubiera escrito si las cosas se hubieran dado al revés.
Cortázar sabía mucho acerca de partidas sin regresos. Se había ido de Argentina en los principios de la década del ’50, cuando apenas su nombre empezaba a ser conocido, cuando “Casa tomada” era la primera obra que se conocía “vagamente” de él, después de un concurso importante.
En realidad, los vaivenes de la política lo “habían ido” y sobrevivió al alejamiento durante casi treinta y cinco años.
Murió en París en 1984, exactamente el 12 de febrero. El 26 de agosto de ese año hubiera cumplido setenta años. Setenta años que no se le notaban en esa cara eternamente joven, en su físico alto, desgarbado, en esa aureola de juventud que lo acompañó toda su vida.
Volvió a Argentina a finales de 1983. Tal vez, uno de sus más grandes anhelos era darle la bienvenida a la democracia que llegaría al poder el 10 de diciembre. Muchas cosas que nunca fueron explicadas hicieron que el nuevo aire de libertad que se respiraba en el país no le llegara. El mundo de la política no le hizo un lugar al gran escritor: nadie lo recibió, nadie concertó una cita con él (y, sin embargo, el mundo entero se lo hubiera disputado. Todo el mundo veía en Cortázar a uno de los más grandes escritores del siglo… el autor de Rayuela –la novela que había revolucionado la historia del género y que había sido uno de los grandes momentos de la literatura hispanoamericana, junto a “Cien años de soledad”, “Sobre héroes y tumbas”, “Adán Buenosayres”, “Pedro Páramo”, tantas otras…)
Nadie sabía que se estaba muriendo… Pero… ¿qué importancia tenía esto? Allí estaba Julio Cortázar, de visita a la democracia argentina, caminando por última vez sus calles y mirándoles las caras a sus gentes queridas. A sus cronopios… Pero no.
Tiempo atrás él había escrito “El futuro”, un poema dedicado a Carol, a su futuro sin ella.
Y algunos de sus fragmentos podrían perfectamente pensarse para su persona, para ese futuro chiquito de apenas dos meses que le quedaban, cuando se despidió de Buenos Aires para siempre, aunque nadie más que él lo supiera, salvo aquel a quien haya querido decírselo.
Pudimos conocer esa poesía diez años después de su muerte, en 1994, al publicarse el libro Salvo el crepúsculo, su antología poética, la que, por su propia decisión, sólo podía publicarse cuando transcurriera ese tiempo.
El futuro
Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré las cosas que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel
donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás para nada,
no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente
trata de acordarse de ti.
Cortázar se fue por la autopista de la muerte y nos dejó sus huellas: todo lo que escribió. La otra autopista, la “del Sur”, la que inspiró el título de estas notas llenará este espacio en blanco que dejo, para retomarlo alguna vez. Tal vez puedan moverse los autos, para dejarme pasar entre ellos.
(Nota Nº 9 de «Autopista a Cortázar»)