Por Germán Batalla
Cortázar nace un 26 de agosto en Ixelles, uno de los diecinueve municipios de Bruselas, capital de Bélgica. Esta particularidad no impide que sea definido como uno de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana. Habiendo nacido en Bélgica, es argentino de por vida y francés por adopción.
Nace en el inicio de la Primera Guerra Mundial. Los primeros años de su vida reside en Suiza y Barcelona, y desde los cuatro años la familia vuelve a Argentina. Pasa toda su niñez en el sur de la provincia de Buenos Aires, en la mismísima casa de Los Venenos y Deshoras, en el barrio de Banfield.
Estudia en la Capital Federal, se recibe de maestro, se muda a Chivilcoy durante cinco años y luego a Mendoza para dar clases de literatura francesa en la universidad de Cuyo. En el ´46, al llegar a su primera presidencia Juan Domingo Perón, renuncia y vuelve a Buenos Aires. Se recibe de traductor de francés e inglés. Se dedica de lleno a la escritura. En 1951, el mismo año que escribe Bestiario, se va de la Argentina, vive el resto de sus días entre Francia y los viajes intermitentes por el resto de Europa y Latinoamérica.
CORTÁZAR EN TREN
Acercarse a la obra de Cortázar es fácil, casi una obligación literaria. Mantenerse en ella y excavar en lo profundo de sus esquemas requieren otra predisposición del lector, una curiosidad permanente por el repaso de cada creación.
El trayecto importa realmente poco, lo importante es el medio de transporte. Viajar en ese tren es el marco y lo imprescindible, la compañía. Cortázar es un viajero impertinente: sus cuentos y novelas lo saben.
Comienzo por encontrar un cuento de Cortázar en una selección de Roberto Ferro, junto a otros de Borges, Rulfo, Onetti y García Márquez. Para un adolescente que no lee más de lo que lo obligan en la escuela, elegir un libro no parece cosa menor. Ese cuento iniciático, que al parecer pocos adeptos a Cortázar conocen, es «Diario para un cuento», el último texto del último libro de cuentos editado por el autor. Publicado durante 1982 en Deshoras, es un relato final, nostálgico, con el autor en primera persona, intentando una ficción que no aparece.
EMPEZAR POR EL FINAL TIENE ESE GUSTO PARTICULAR
Los cuentos en su bibliografía tienen el poder de reemplazar el sabor de la espera. Ya no es lo importante la unión entre los extremos del camino, sino el tiempo, ese intermedio entre la fantasía de Alina Reyes en «Lejana» y la incertidumbre en el destino de las mancuspias en «Cefalea».
Pero no solo las esperas mutan su esencia con la lectura: el tiempo transcurrido se convierte en lo más interesante del relato vivido. Cuentos como «Circe», «Final de juego», «Las armas secretas» o «Las babas del Diablo» prometen finales estremecedoramente impredecibles luego de haber leído «Carta a una señorita en París».
Bestiario es el primer libro de cuentos. Y el más recordado y leído. Allí se encuentra «Casa Tomada», quizás la piedra fundamental en su obra, vista desde afuera. Y es el relato que resume, además, la incomodidad en la incertidumbre de la lectura, vista desde adentro.
Los tramos diarios de media hora encajan a la perfección para esa selección de cuentos. Parecen creados pensando en los micro-viajes que abundan en el desplazamiento diario de cualquiera de nosotros, recorriendo ciudades y aledaños, entre jornadas laborales, paseos y estudios.
Aunque siempre existen las sorpresas.
Cuando me encuentro con «El perseguidor», cuento que es parte del libro Las Armas Secretas, descubro que queda a medio camino de ser novela. Y podría convertirse en uno de los ejes en la transición literaria de Cortázar. «El perseguidor», relata en tono de homenaje las tragedias personales encerradas en el genio musical de Charlie Parker.
O cuando me cruzo, luego de leer «El móvil», en la segunda parte de Final de Juego a «Torito», cuento largo con esquema similar a «El perseguidor», dedicado a Justo Suárez, el “Torito” de Mataderos.
En ambos, la lectura de la ficción biográfica cumple una doble función: nos lleva por el camino de la realidad ampliada e incentiva el descubrimiento de personajes a los que Cortázar admira profundamente.
Los lectores acompañamos a los escritores en el desarrollo de su obra. Y ellos nos definen y determinan las formas y momentos de lecturas. A partir de Los premios ya no es posible leer a Cortázar en el tren. La extensión, pero sobre todo la complejidad en la profundidad, nos obligan a momentos de atención en la quietud.
Y entonces paso del tan mentado realismo mágico de «Continuidad de los parques» al surrealismo incipiente de Divertimento, publicado tardíamente en 1986, dos años después de su muerte. Paso del movimiento en el transporte, a los momentos de lectura obligada; paso del existencialismo de «Una flor amarilla» a la insoportable densidad en el clima de El examen, novela publicada en 1986.
CORTÁZAR Y SU CLIMA DE ÉPOCA
Escribe El Examen hacia fines de la década del cuarenta. Esta novela fue rechazada por varias editoriales a las que el autor la acercó, no por falta de interés, sino porque para esa época era bien sabido que Cortázar era un ferviente antiperonista. Si se hubiera publicado en tiempo y forma, la sorpresa frente al cambio radical en la mirada del autor frente a su realidad sería aún más sorprendente.
En El Examen se desdoblan todas las sensaciones frente al clima de época en nuestro país. El autor no puede escapar de su extracción social, a su lugar privilegiado en la comunidad oligarca e intelectual; ve con malos ojos la acumulación de poder en un régimen con marcados rasgos de autoritarismo y lo emparenta con la decadencia cultural reinante. Reniega de la horda inmigrante, que desde las provincias sale a la luz en plazas y calles. Pero no se queda allí: acusa a sus colegas y compañeros de clase por la mediocridad de una sociedad cada vez más gris. Desde la ficción, pone en la voz de un grupo de estudiantes su desprecio a la realidad de la academia y de la política nacional.
Allí donde el prejuicio de clase reina, se esconde la imposibilidad de identificar, en ese proceso que comienza, la semilla del avance y la conquista de múltiples derechos que vienen siendo negados a amplios sectores del proletariado. Su concepción del mundo latinoamericano dista mucho de ser la que encarnará, casi una década y media después de su autoexilio en París.
¿Y RAYUELA?
Tengo debilidad por los números mal llamados redondos, desde tiempos inmemoriales, los múltiplos de cinco y de diez sobre todo. Miren sus manos y pies y encontrarán la razón. El 28 de junio de 1963 se publica por primera vez Rayuela. Hace exactamente 50 años. Me hago cargo de la contradicción. El orden en la numeración decimal y su respeto son elementos de los cuales Cortázar nunca se valió y trató de desnaturalizar permanentemente. Pero esta contradicción no me molesta, porque luego del capítulo 50, sabemos que sigue el 119.
Y Rayuela, tal como su composición propone e impone, modifica el orden en el paseo literario con Cortázar. Para muchos, es la puerta de entrada a la obra, para otros el viaje interminable. Lo cierto es que es un punto de llegada y otro de partida en su experimentación y búsqueda. Imposible entender su función literaria sin ponerla en conversación con las demás novelas, previas y posteriores.
No aporto aquí análisis más certeros y profundos que los ya realizados, tanto en pequeños ensayos como el que Liliana Heker publicó en la revista El escarabajo de Oro (número 20, octubre de 1963) o trabajos más profundos y completos como el libro “Julio Cortázar: mundos y modos” de Saúl Yurkievich. Recomendamos que salgan a su encuentro.
Pero sí digo que allí donde el edificio de la literatura ve el paradigma que revoluciona la novela latinoamericana, también debería ver el germen que revoluciona la realidad y comienza a transformar la visión de Cortázar hacia ella. Al igual que en El Examen, se ensaya la premonición de los cambios culturales por venir, se desarma la realidad y se construye el único rompecabezas en que las piezas pueden encajar de cualquier manera posible, manteniendo la figura intacta.
Tendrían que pasar más de diez años de cuentos y novelas, de paseos por Europa, para que la invitación a participar como jurado en Cuba, a cuatro años de la revolución, despeine definitivamente a Julio Cortázar y lo obligue a reconocer su propia inutilidad política. La conciencia no posee reverso.
“La Revolución cubana […] me mostró de una manera cruel y que me dolió mucho el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política […] los temas políticos se fueron metiendo en mi literatura” (Julio Cortázar y Omar Prego Gadea“La fascinación de las palabras” Barcelona. Ed. Muchnik, 1984)
Puedo discutir esa idea, y su afirmación. Toda su obra tiene guiños políticos, pero a partir de aquí, ya no hace falta disimular. La referencia debe ser explícita.
Así es que paso de la paradoja abandonada de la quietud en la profundidad, a la inquietud por la política y la realidad de nuestro tiempo. No resulta casual que, pasando la mitad de la década del 60, se encuentren todas las obras que, comúnmente, son categorizadas dentro del rubro “otros” o “misceláneas”; ni poesía, ni cuento, ni novela, ni epístolas: “otros”.
Nicaragua tan violentamente dulce, construido casi como diario de viaje por ese país, y el comic Fantomas contra los vampiros multinacionales, se destacan por su contenido político ideológico, poco frecuentado en obras anteriores.
La crítica literaria ve con malos ojos el paso del Cortázar prolijo, con sus grandes anteojos y su residencia parisina, al Cortázar barbudo, inquietante y contestatario, amigo a la distancia de Salvador Allende y Humberto Padilla, solidario con los familiares de los presos políticos en nuestro país, en el peor de los momentos para nuestra sociedad.
Y aquí se detiene la marcha, cuando uno deja de leer y se preocupa por otras cosas.
Cada vez que cruzo una librería, o una casa de usados o cualquier feria que tenga venta de libros, pregunto: “¿Tenés primeras ediciones de libros de Cortázar?” Porque ya la lectura se ha convertido en obsesión por las reliquias.
Una tarde de febrero, en Villa Gessel, el ex combatiente de Malvinas que vende libros en la feria me pregunta por qué busco primeras ediciones: aún no encuentro la respuesta.
Le muestro una primera edición de Nicaragua tan violentamente dulce que encontré en Parque Rivadavia y que pagué más del costo pero menos de lo que vale. Le gusta. Me dice: “Tengo esto, llevalo”, y me regala Libro de Manuel. “Nadie lo compra, aprovechalo”, remata. Ese libro que a nadie le gusta, a la oligarquía literaria porque “habla de la subversión” y a la izquierda “porque demoniza a las organizaciones guerrilleras”. A los literatos porque es un collage más que una novela y a los militantes porque desliza (siendo suave) la teoría de los dos demonios antes que la CONADEP.
Pero lamentablemente, todos los viajes finalizan. Cortázar, junto al amor en su vida, Carol Dunlop, se propone eternizar los paseos; allí donde los paisajes son desterrados, crear el camino interminable. La muerte los separa y los une para siempre. Los Autonautas de la Cosmopista es la condensación de dos vidas llevando de paseo al miedo, tratar de soportar los momentos apelando a la movilidad y aprovechar las paradas para los encuentros y las últimas aventuras. Lo fantástico es ahora lo real, ambos con enfermedades terminales, pero conocidas solo por el otro. Carol sabe que Julio va a morir pronto; y Julio, que morirá con ella.
Un año después de ese viaje entre París y Marsella, recorriendo una autopista y sus estacionamientos públicos, Carol Dunlop muere. Y él, sin ella, como la mujer que mira ese cuadro en Final de Etapa en la silla y su museo, se sumerge en su cigarrillo.
A partir de ese día Julio está muerto. Pero sigue escribiendo.