Porque no todo es política. O sí. Pero no importa.

Pulsión

Sigmund Freud escribió su obra en alemán, así que algunos de los malos entendidos empezaron con la traducción. Por ejemplo con la palabra “pulsión”, que se la debemos a un argentino: fue José Luis Etcheverry quien la propuso para significar “Trieb”, y si no fuera por él todavía estaríamos hablando de “instinto”, algo más relacionado con el comportamiento animal que con el psicoanálisis.

En el marco de una conversación entre amigos puede que, en el afán de aconsejar, alguien pretenda citar grandes ideas y grandes pensadores y caer en meras interpretaciones y/o adaptaciones personales. La audacia de ampararse en la ciencia o la filosofía para darle cuerpo a nuestras ideas habla de nuestra buena intención, pero no está de más hacerse de algunas nociones básicas para no patinar en el diván.

“La audacia de ampararse en la ciencia o la filosofía para darle cuerpo a nuestras ideas habla de nuestra buena intención, pero no está de más hacerse de algunas nociones básicas”.
Catarsis

Hace poco, durante un viaje, me enojé por una pavada y para revolear algo que no se rompiera, resolví lanzar una libreta de 5×5 cm por el aire y patalear sobre la alfombra del hotel. A esta manifestación dimos en llamarla “danza desaforánea”, algo así como una coreografía desaforada que combinaba pasos de danza contemporánea en un contexto foráneo. Más fácil es decir que fue una catarsis.

La catarsis es una descarga emocional. Freud usaba el método catártico, que a veces incluía la hipnosis, para que a partir del recuerdo de una emoción se desbloqueara un trauma.

En la Grecia antigua se creía que mediante las emociones se purificaban las pasiones del ánimo. Así lo explica Aristóteles en “Poética” o “Sobre la poética” cuando se refiere a la catarsis – κάθαρσις o kátharsis– como esa “cláusula adicional” de la tragedia: “La tragedia [es] imitación de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada cada una de las especies en las distintas partes, actuando los personajes y no mediante relato, y que mediante temor y compasión lleva a cabo la purgación de tales afecciones”.

Complejo de Edipo y Electra

Que no le caigas bien a tu suegra no siempre tiene que ver con un complejo de Edipo no resuelto, y que padezcas del complejo de Electra no significa necesariamente que quieras casarte con tu viejo.

El complejo de Edipo, según Freud, es la “representación inconsciente del deseo amoroso del niño”. No es algo por lo que uno pasa y sale: tiene que ver con la construcción de la propia identidad sexual para lo cual es necesario superar el vínculo con la madre. Jung desarrolló más tarde el complejo de Electra y lo describió como la atracción sexual inconsciente que una niña siente hacia su padre, pero Freud no aceptó esta teoría planteando que el complejo de Edipo femenino, entre otras cosas, no es simétrico al masculino.

Empatía

Cada vez que escucho a alguien hablar de empatía sigue la frase “ponerse en el lugar del otro”. Pero la empatía es otra cosa: implica conectarse con lo que el otro siente y no con lo que uno sentiría si fuera esa persona y llevara puestos sus zapatos. La empatía es una habilidad cognitiva relacionada con la inteligencia, que permite interpretar el universo emocional de otra persona y percibir su estado de ánimo, aunque no lo comprendamos. No es un don ni un superpoder; se puede desarrollar si uno intenta registrar al otro desde su perspectiva y no desde la propia, porque esto ya no sería ponerse en sus zapatos sino lustrar los propios para verse reflejado.

“Que padezcas del complejo de Electra no significa necesariamente que quieras casarte con tu viejo”.
Somatización

Hongos, herpes, ronchas, caída del pelo, bruxismo. Todos ellos se inscriben en el listado “síntomas de estrés” y también en “maneras de somatizar”. Porque el estrés es un estado de alteración provocado por una exigencia y suele traducirse en respuestas físicas. La somatización, por su parte, implica inscribir directamente en el cuerpo cuestiones emocionales o mentales que saltean lo simbólico para estrolarse en trastornos físicos.

A veces estos síntomas no tienen un origen físico y son meros signos; el peligro es que la somatización devenga en hipocondría y nos pasemos tocando la puerta a los médicos para que nos den el tratamiento que imaginamos necesitar.

Paranoia

Si no hay delirio, no es paranoia. Si no hay componente persecutorio contra uno mismo, lo que hay son suposiciones que con dos o tres pruebas se esfuman. El problema con la paranoia es que todo coincide: uno traslada la fantasía al mundo compartido con otras personas y las identifica con ella.

La paranoia es narcisista: “me persiguen, no me quieren, me engañan, quieren vender mis órganos”. Por eso el paranoico está a la defensiva y se siente inseguro aún encerrado en su casa y con gente de confianza.

Advertencia: automedicarse no ayuda. Fumar porro, tampoco.

Neurosis

Le pregunté a mi muy psicoanalizada madre qué era la neurosis y me respondió: “Es el sufrimiento que uno se crea para enmascarar el dolor original”. Pedí una segunda opinión a mi hermano psicólogo y me dijo: “Tu libro de listas, por ejemplo, es un tratado sobre la neurosis”.

Los que no sabemos y la practicamos, asociamos la neurosis con estar nervioso o ser obsesivo. Sin embargo, para la psicología, la neurosis es nuestra manera de protegernos del estrés y la angustia, convirtiéndonos en criaturas repetitivas o rebeldes. Es por eso que escribir una lista sobre “Conceptos que uno cree saber de psicología” vendría a ser una manera de transitar la neurosis de no saber acerca del tema y enmascararlo con algunas definiciones como esta.

“El paranoico está a la defensiva y se siente inseguro aún encerrado en su casa y con gente de confianza. Advertencia: automedicarse no ayuda. Fumar porro, tampoco”.
Ataque de pánico

Mi amiga Lucía sufría de eventuales ataques de pánico. Su hermana —médica— le dio una pastilla con esta advertencia: “La vas a tomar solo cuando estés segura de que estás por tener un episodio”. Lucía vivía aferrada a esa pastilla: en clases, en bici, en una fiesta de cumpleaños. Le pregunté a su hermana qué pastilla le había dado y me dijo: “Shhh… es una aspirina”.

El ataque de pánico es parecido a la sensación de estar en uno de esos sueños en los que querés escapar de un peligro y no podés porque se te doblan las piernas o corrés muy despacito. Es básicamente una fobia y se relaciona con la exposición; podés sentir que te falta el aire o tenés taquicardia. Los ataques de pánico pueden ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar sin previo aviso, y son tan intensos que quien los sufre siente que duraron una eternidad.

Mi amiga no usó la pastilla que le dio su hermana y ya pasaron varios años sin que tuviera otro episodio. No sé si alguna vez se enteró que lo que tenía entre manos era una aspirina, pero para eso están los placebos: para curarnos si estamos convencidos de que son un medicamento eficaz.

Histeria

Hasta fines del siglo XIX, la histeria estaba asociada a un malestar femenino vinculado a la sexualidad y se la trataba con orgasmos. Sí: los médicos masajeaban el clítoris de las mujeres “enfermas” y hasta usaban consoladores con el fin de contrarrestar ese “mal”. Cuando se comprobó que los síntomas histéricos también se manifiestan en hombres (y que no se curan con dildos), los nuevos datos aportaron todavía más confusión: se asoció la histeria con “estar nervioso” o con generar falsas expectativas (por ejemplo, prometer llamar a alguien y no hacerlo).

Para confirmar el equívoco hay que destacar el caso de Anna O., quien, luego de inspirar nada más y nada menos que “Estudios sobre la histeria” (publicado en 1895 por Freud y Breuer), fundó la liga de mujeres judías. De histérica sólo tuvo el pseudónimo que, dicho sea de paso, se lo pusieron Freud y Breuer. Su verdadero nombre fue Bertha Pappenheim y una vez escribió: “Estar al corriente de la injusticia y callarse, es ser cómplice”. Bertha fue una persona comprometida con la emancipación de la mujer; tanto que, en 1899, tradujo “Reivindicación del derecho de las mujeres”, escrito en 1792 por Mary Wellstonecraft, la madre de Mary Shelley, autora de Frankenstein.

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Cocó Muro
(Córdoba, 1986) Es Licenciada en Comunicación Social con Especialización en Periodismo Cultural. Trabaja en el Defensor del Pueblo de la Nación y fue editora de la revista Dadá Mini desde sus comienzos. Publicó crónicas, perfiles y reseñas en Anfibia, La Curandera, Ohlalá, Club de Fun, Waska, Revista Replicante (México). En 2015 publicó el libro de listas “Diez razones por las cuales usted debe tener este libro” (Ed. Llanto de Mudo). Reparte su tiempo entre las canciones y los experimentos en Photoshop.

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