La relación del arte con la política tiene sus entresijos y contradicciones. ¿Cómo jugó esta relación en un hombre de la sensibilidad de César Vallejo? Pablo Nardi escribe acerca de esa trama en la que socialismo y vanguardia literaria quedaron plasmados en el autor de Trilce.

por Pablo Nardi

Ilustración: Maxi Falcone

vallejo2.1La corriente revolucionaria inaugurada por Karl Marx ha sido —y sigue siendo— una enorme tentación para muchos artistas. El siglo XX comienza, según Eric Hobsbawm, en 1914, exactamente cuando se inicia la Gran Guerra —en ese entonces nadie sospechó que años más tarde habría una peor— y, a su vez, se desata la crisis de la razón. La Ilustración no puede resolver todos los problemas, los avances científicos abren nuevos caminos pero no detienen el avance de la desigualdad que engendra el capitalismo ni las consecuencias nefastas de la guerra. Aparece Freud, que introduce una de las grandes novedades del siglo: el inconsciente. No todo puede pensarse, no todo es calculable, hay cosas que escapan a la razón.

Como casi todo lo que sucede en el ámbito social, este conflicto tuvo su repercusión en el terreno artístico. Surgen las vanguardias, cuya principal característica es la negación y repudio a todo lo anterior. Y en esta vertiginosa coyuntura encontramos a César Vallejo, uno de los más grandes poetas que ha engendrado Latinoamérica. En 1923, después de salir de la cárcel, Vallejo desembarca en París para nunca más volver a su tierra natal, aunque jamás se olvidaría de ella.

Ya en Europa, el autor de Trilce se encuentra en el centro artístico del mundo. Vivió en carne propia el nacimiento de movimientos como el cubismo —del cual no parará de elogiar a Juan Gris— y conoció personalmente a Neruda, Huidobro, Picasso y Tzara, entre muchos otros. Sus colaboraciones periodísticas en diarios peruanos nos permiten conocer los pensamientos y reflexiones que suscitaba todo lo que veían sus ojos de poeta. Los primeros esbozos revolucionarios que pueden encontrarse en Vallejo abrasan menos una coincidencia ideológica con el gobierno del proletariado que un repudio hacia el imperialismo, cuestión que lo afectó en su fuero más íntimo y que puede relacionarse fácilmente con la invasión cultural y económica a su patria, Perú.

El 18 de marzo de 1926 se publica en Lima “Una gran reunión latinoamericana”, un texto de César Vallejo que de algún modo anticipa las tendencias que manifestará más adelante. Es una crónica que narra los temas discutidos en una reunión del establishment literario en el vallejo2.3Palais Royal de París: “El Presidente del Instituto planteó la orden del día de la reunión: de cómo debía procederse para hacer conocer en Europa la producción intelectual y artística de la América Latina. En el curso de sus palabras, M. Loucher dijo que era menester que se haga conocer en todos los idiomas nuestras obras maestras, ramas recién florecidas de la gran tradición europea. Por su parte, Gabriela Mistral dijo que para llevar a cabo esa versión proponía gestionar la participación de un delegado español, el que podría ser el jefe moral del Comité que se encargue de dicha labor. ‘Si prescindimos de España —dijo—, haríamos una cosa fea y manca’”.

Más adelante en el texto Vallejo expresa sus quejas contra el filtro cultural español que se proponía fijar para la difusión de las obras americanas. Resalto esta nota porque es en estas líneas donde Vallejo condensa las preocupaciones que tendrá el resto de su vida y delinea los temas que más tarde estallarán: la lucha contra el imperialismo, la identidad de América, el rol de los artistas revolucionarios latinoamericanos en un intento emancipador de enterrar todo pasado nefasto y construir sobre lo nuevo.

Este es el momento más apropiado para citar otro artículo, también de 1926, que se llama “La necesidad de morir”. En él manifiesta la necesidad de morir para construir algo nuevo, de dar por terminada una etapa y empezar otra, libre de toda impureza y encausada en una dirección distinta de la anterior. La riqueza semántica de tan memorable sentencia abre el juego hacia la independencia latinoamericana, en todos los sentidos que se quiera pensar. Vallejo despotricará contra aquellos que dicen rebelarse contra sus antecesores y hacen más de lo mismo, que intentan innovar con la incorporación de palabras nuevas como “tranvía” o “cine”. La verdadera novedad, dice Vallejo, no está en prescindir de signos de puntuación, nuevas tipografías o nuevas palabras, sino en experimentar una nueva sensibilidad. Un estado de recepción poética que metabolice todos los elementos entrantes en clave vanguardista; lo mismo dirá de escritores latinoamericanos que cargan sus plumas con cantos hacia la sangre aborigen y la tradición. Criticará explícitamente a Jorge Luis Borges, que en ese mismo año publicó El tamaño de mi esperanza, un volumen de ensayos altamente nacionalista, y en 1923 Fervor de Buenos Aires.

La sensibilidad, entonces, es el único elemento que Vallejo exige y considera válido para poder llevar adelante cualquier movimiento, incluso el socialismo: “Sólo un hombre sanguíneamente socialista, aquel cuya conducta pública y privada, cuya manera de ver una estrella, de comprender la rotación de un carro, de hacer una operación aritmética, de amar a una mujer, son orgánicamente socialistas, sólo ése puede crear un poema auténticamente socialista”. Las inquietudes socialistas de Vallejo se hicieron más intensas cuando, en 1928, se une al Partido Comunista Peruano, fundado por su compatriota Mariátegui.

vallejo2.5Ese mismo año Vallejo viaja a Rusia, donde conoce a los escritores locales, y en el periódico Mundial de Lima publica con qué se encontró. Artistas cuya orientación tenían dos posibilidades: la destrucción del espíritu e intereses burgueses, o la vía constructiva del nuevo orden y la nueva sensibilidad. Cuenta la dificultad de algunos poetas para adaptarse al nuevo escenario, que quince años antes era difícil de imaginar. Tal fue el caso de Maiakovski, el falso poeta nacional, a quien la revolución lo encontró en su adolescencia. El problema fue que Maiakovski ya estaba acostumbrado a las nociones, comodidades y ética burguesas, por lo tanto dar el salto revolucionario fue algo que deseó genuinamente pero que siempre estuvo en conflicto con su pasado. Vallejo denuncia en él y en otros poetas que la intención que tienen es buena, pero que su poesía refleja más bien la aflicción interna que el entusiasmo por el advenimiento del nuevo orden. También cuenta que los escritores rusos formaban un Sindicato Profesional, como las demás ramas de la actividad soviética. La edición y cotización de las obras corrían a cargo de ese sindicato y ellas seguían un criterio de Estado para ser establecidas.

Vallejo estuvo en tierra soviética tres veces; las cosas que allí vio lo llevaron a la reflexión y al diálogo con sus propias ideas. Algo similar le pasó a Julio Cortázar cuando visitó Cuba, invitado para integrar el jurado del premio Casa de las Américas, en 1963. En ambos casos, el contacto con una sociedad revolucionaria les brindó una nueva mirada de la realidad y modificó en ellos la idea que tenían del rol que el escritor debe jugar en la sociedad. El poeta peruano lo dijo así: “Los escritores libres están obligados a consustanciarse con el pueblo, a hacer llegar su inteligencia a la inteligencia del pueblo y romper esa barrera secular que existe entre el espíritu y la materia” (1937). Barrera, por cierto, que Vallejo se esmeró en quebrar incluso en sus últimos días, participando de congresos y organismos por la liberación y el restablecimiento de las garantías democráticas en el Perú.c97c419e-a82d-4969-8de8-877346c883c6_W_00960

vallejo2.4

Artículo anteriorDiez mitos sobre el conflicto palestino-israelí
Artículo siguienteCésar Vallejo: “Me desvinculo del mar”

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.