Las cosas por su nombre: hay términos peyorativos y términos peyorativos mal utilizados.
En España se manejan – unas veces con un menosprecio camuflado y, otras, explícito– dos conceptos erróneos: por un lado se les llama “americanos” a los estadounidenses, como si el resto de los americanos que nacimos al sur del río Bravo perteneciéramos a otro continente. Algo así como si nosotros, los latinoamericanos, llamáramos europeos únicamente a aquellos que viven al norte de los Pirineos.
Es una pena que hayamos perdido la palabra “americanos” como referencia internacional, más aún cuando así se referían los grandes libertadores del siglo XIX para hablar de los pueblos a los que pretendían brindarse en la lucha contra el imperio español. Desheredarnos de nuestro nombre quizás sea una represalia histórica por haber sido tan ladinos, y yo ni me doy cuenta.
Pero no sólo eso: además, a los latinoamericanos en España nos llaman “latinos” (así, a secas), como si ellos, los españoles, viniesen de otra familia lingüística. Los españoles también son latinos, dado que todas las lenguas del estado español provienen del latín: el catalán, el gallego, el occitano, el aranés, el aragonés y el bable. Todas, menos el euskera.
Los vascos, digamos, son los únicos que con justa razón le pueden llamar “latinos” a esa enorme masa de indocumentados que cruzó el océano buscando un salario mejor.