Miriam Coronel Armas se sumerge en el mundo de las subjetividades interpeladas, los rasgos estilísticos, el mito y la historia en la escritura del autor peruano. Esta es, según sus palabras, la historia de cómo una triste profesora se enamora de una obra de Manuel Scorza.
Por Miriam Coronel Armas
No es que una quiera juzgar… pero cómo se le puede perdonar a Carlos Fuentes que en su ensayo literario “La gran novela latinoamericana”, no haya incluido a Scorza. Una que es un humilde producto del ascenso social de ciertos sectores del campesinado norteño, o cabecitas negras, que pudo acceder a la Educación Superior gracias al estado, se enamora de él apenas lee las tres primeras páginas de su “Redoble por Rancas”[i] de 1970, primer libro de su pentalogía: “La Guerra Silenciosa”
Entonces a una le presentan a un tal Manuel Scorza, que en el primer capítulo te hace seguir el devenir anual de un sol peruano extraviado por un traje negro llamado Montenegro. Pero que en los restantes capítulos te cuenta, simultánea y enroscadamente, la historia de justicia y venganza de Héctor Chacón, el Nictálope y de un gusano de metal. Gusano que rodea arbitrariamente al pueblo campesino indígena ranqueño y sus alrededores. Ellos lo sufren y lo cuestionan, por que los hambrea, ya que les impide el pastoreo de sus animales.
Y descubrís ahí, en esa estructura aparentemente caótica en un inicio, que no sólo te conmueve y te entretiene, sino que además estás llorando de risa y de belleza.
Scorza comienza a relatar en esa su primera novela, una crónica a lo largo de treinta y cuatro capítulos, la lucha solitaria en los pueblos de los Andes Centrales en Perú que entre los 50´ y los 60´ vieron arrasados sus derechos por la instalación de la “Cerro Pasco Corporation”. El relato continúa en sus subsiguientes obras. Varios estudiosos señalan, lo que una no puede evitar sentir al leerlo, que no es una novela escrita, es una voz viva.
Su narrador es “representación de la oralidad en el texto”, un narrador que oscila entre los sueños del periodista que cubrió las revueltas y se vio obligado a exiliar por exponer dramáticamente las matanzas y las voces susurradas de los campesinos andinos. Una voz lírica entre el periodista limeño comprometido, y las voces ahogadas de los campesinos, que ya han olvidado los legados de quipus incaicos, pero que siguen sometidos a los espejos de colores de la hispanidad colonial.
Una voz que no cuenta racional y cíclicamente el conflicto, no sólo es cronista, sino que también se ha auto- erigido en la de constructor de la memoria. Al decir del autor, “los calendarios enloquecen” y el tiempo de la injusticia pasada es la del presente. Y la colonización, las guerras contra los realistas, los dolores de siempre de esta Latinoamérica están en esta pentalogía. Lo que Rulfo hace técnicamente para narrarnos la vida y la muerte de Juan Preciado y su padre Pedro Páramo, Scorza lo hace con la historia de la conquista del nuevo mundo, aunque no sea la centralidad del relato como sí lo es en la novela mexicana.
El despiadado juez, antagonista del Nictálope, es uno de los soportes donde el autor despliega descripciones más que satíricas, y donde homenajea en los epígrafes de los capítulos que protagoniza, a los autores del Siglo de Oro Español. El capítulo 5 “De las visitas que de las manos del Doctor Montenegro recibían ciertas mejillas” es un desopilante ejemplo. En esa misma línea quijotesca apela al “despreocupado lector” en varios capítulos donde deja en claro que él es un testigo, que el hecho fue real, que el conflicto y sus protagonistas existieron. La continuidad en la necesidad de verosimilitud que plantea la parodia literaria con orígenes en La Mancha empapa todo el paratexto desde el inicio.
Muchos han discutido si el capítulo donde los comuneros hablan desde sus tumbas tiene un correlato con el Comala de Juan Rulfo o si realmente constituye una lectura de la creencia quechua de que las almas de muertos siguen girando cinco días alrededor de los vivos. Se han preocupado incluso, por estas “construcciones libres elaboradas por el narrador”[ii]:
“_ ¿Moriste allí mismo?
_ No, estuve muriendo hasta la tarde.
_ ¿Y nadie te ayudó?
_ ¿Quién me iba ayudar? Rancas era un ascua. Incendio, gritos y balas, humo y llantos, eso era.
_ ¡Pobre doña Tufinita!
_ Vomité mi vida a las cinco. Lo último que vi fue el humo de las bombas lloradoras.”(Scorza: 291)
Ahora que pasaron unas cuantas décadas desde su publicación, se nota que cuando hicieron sus críticas no habían podido/ querido escuchar la voz del autor que reiteradas veces había declarado su postura sobre ellas. En 1979 le dice en una entrevista a José Julio Perlado, un catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, “Lo que pasa es que usted mira las novelas con el deseo racional de encontrar una explicación racional, y estas novelas son viaje en el inconsciente, en lo onírico; y no tiene nada que ver con la realidad y la lógica. Anule todo el tiempo. O está parado. Son libros atemporales”
En su momento a muchos les gustó la novela, pero muchos no la leyeron en castellano. Ya que fue un suceso en Europa, montada sobre el lomo del “Boom latinoamericano”, se tradujo y editó en más de cuarenta idiomas. Esa repercusión editorial internacional puso al conflicto de Rancas y a la Cerro Pasco Corporation en una relevancia tal que ya no se podía invisibilizar. Esto es lo que a muchos no les gustó; que Scorza hablara desde el exilio de la realidad cotidiana de la población indígena campesina en pleno siglo XX.
No les gustó que los indios de la novela hasta discutan los emblemas nacionales y se rebelaran contra la injusticia de los que “actuaban” en nombre de la igualdad “(…) Nosotros no faltamos a nadie. Ni siquiera faltamos al uniforme.- Señaló el color caqui: “Ese no es el uniforme de la patria”. Se agarró la chaqueta: “Estas hilachas son el verdadero uniforme, estos trapos” (Scorza: 287). No es casual tampoco, que el jefe militar de las tropas se llame Guillermo El carnicero y sea quién conduce los grupos de asalto, especialista en desalojos de campesinos. Él mismo nos cuenta que: “Los campesinos se obstinaban (…) en agitar banderitas peruanas. Primer error: el uso del bicolor nacional, es prohibido a los civiles sin permiso, exasperaba los sentimientos de Guillermo El carnicero. El reglamento es categórico: el pendón nacional se reserva a instituciones y autoridades.” (Scorza:264)[iii]
Con una prosa épica, la pentalogía fue escrita como reivindicación y reflejo de esas luchas. No sigue la lógica de la denuncia, sino la de los mitos andinos. Y aunque muchos lo acusaron de “una renuncia del proyecto de lograr una literatura en consonancia con el complejo universo sociocultural de los países de gran población nativa”; y le hayan discutido al autor su interpretación de la mitología, acuerdo en su declaración cuando la define como onírica. No es un estado onírico como el del cubano Reinaldo Arenas en su alucinante reescritura de las memorias de Fray Servando Teresa de Mier. Donde el ensueño es el espacio de escritura para simbolizar la identificación subjetivísima que hace el narrador con el fraile patriota del siglo XIX.
La pentalogía toda, también conocida como La Balada, está compuesta por “Historia de Garabombo el Invisible” de 1972, “El Jinete Insomne” y “Cantar de Agapito Robles” ambas de 1976 y finalmente “La tumba del relámpago” de 1978. Esta voz poética sigue siendo original, aún hoy.
La denuncia queda desbordada por la belleza que tiene el mestizaje de recursos estilísticos y estructurales. Desde las voces que relatan, los tiempos que se alternan, las palabras quechuas y los neologismos que irrumpen. Pero lo que de verdad los críticos no le perdonaron nunca a su obra fue que a su posterior edición, produjo cambios significativos en los procesos judiciales y sociales del pueblo peruano durante los 70´. El mismo Scorza cuenta en una entrevista a la televisión española, cómo lo convocaron luego de la publicación de las dos primeras, a la liberación de uno de los protagonistas que aún seguía encarcelado y con veinticinco años de condena, por su participación en las revueltas.
Algunos de los “guardianes del discurso” de aquella época clasificaron finalmente su narrativa como Neo- indigenismo, apelando al carácter de denuncia y la utilización del Realismo Mágico. Colocándolo en paralelo con Miguel Ángel Asturias y sus “Hombres de Maíz” y “Los ríos profundos” de José María Arguedas. Consideraron que, junto a estas obras, rompió el estereotipo de la novela Regionalista, Indígena/Indigenista o de Realismo Social, como las del Boliviano Ciro Alegría o las del nicaragüense, Jorge Icaza. En la obra de Scorza el indio no es un ser exótico, marginado, un subhumano a los ojos de una voz omnisciente y occidental. En mi opinión, tampoco lo son para Alegría, pero así son de caprichosos los encasillamientos de los guardianes. [v]
La profesora de Lengua y Literatura en que elegí convertirme, que apenas si pasa de mera reproductora, intenta hacerle la gambeta al canon y como táctica, cuando da una clase de Realismo Mágico, prepara Scorza. Le deja García Márquez a la excelente difusión que el mercado consiguió darle hace décadas y presenta esta obra. Una de las dificultades con las que se encuentran quienes aceptan mi humilde recomendación es la adquisición del objeto libro. Tienen que caminar y preguntar en usados de calle Corrientes o hacer un sacrificio y adquirir las excelentes y carísimas ediciones españolas de Alianza. Para los que encuentran goce en la lectura en pantalla, aún les queda Internet.
Donde el lector, poco inocente y buscador de belleza, acepte reírse de lo que más nos duele, allí estará una obra del peruano Manuel Scorza.