En 1958 Rodolfo Walsh viajó a Uruguay para entrevistar a un niño de once años. Patricia Morante lee aquella crónica de un periodista en transición.
El violento oficio de escribir es uno de los mejores trabajos realizados sobre Rodolfo Walsh. En él, Daniel Link —su editor— explica una doble transición en el periodista: política y estética. De la política se sabe tanto más, dado el compromiso histórico que Walsh asumiría con el correr de los años, saltando del antiperonismo intelectual al socialismo revolucionario y militante. De la transición estética, en cambio, se sabe menos. Dice Link:
“1956 es el encuentro con el destino literario y político para el que Walsh se preparaba. ‘Hay un fusilado que vive’, le dicen. ‘Yo quería ganar el Pulitzer’, recordaría él años más tarde. En los apéndices incluidos en la edición de Operación Masacre publicada por Planeta puede leerse la historia completa de la preparación de ese libro (…)
Probablemente soñó con una notoriedad que, entonces, los grandes diarios, de acuerdo con las instituciones afectadas por su investigación, le negaron. Durante 1957 escribe dos «obras» que considera mutuamente excluyentes: la segunda serie sobre los fusilamientos de José León Suárez, que publica en Mayoría, y las notas que sigue entregando a Leoplán y que, por pudor o repugnancia firma muchas veces con el seudónimo Daniel Hernández, su alter ego de Variaciones en rojo. Es evidente que no es eso, ya, lo que Walsh considera su obra. ‘Lo que llamo periodismo aunque no es periodismo’ es, sin embargo, lo que le permite vivir (…)
Hay dos mundos, y dos estéticas en esta época de los textos de Walsh. Como antes se dijo: estas estéticas se excluyen mutuamente, al menos en el propio imaginario del escritor. El último episodio de esta escisión brutal está representado en las tres notas que siguen. Dos de ellas pertenecen a la serie de Operación Masacre (y se refieren al entonces jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, Desiderio Argentino Fernández Suárez, responsable directo de los fusilamientos de 1956), la tercera cierra definitivamente la posibilidad de una literatura pura, que Walsh, melancólicamente, deposita en las espaldas de ‘el niño poeta’ (…) La escritura de Walsh marcha definitivamente hacia su consolidación en el borde peligroso en el que la ficción y la verdad se confunden, en el que el periodismo y la prosa literaria se mezclan, en el que toda definición estética se subordina a la eficacia política”.
Es esta crónica sobre ‘el niño poeta’ la que a continuación nos lee Patricia Morante.