Ariel Aloi desnuda las palabras en busca del sentido exacto del ser y la poesía. Bienvenidos sus andares.

NO SÉ QUÉ ES EL AMOR

Me abrigo y me desabrigo, casi desvergonzado,
puesto que he exonerado al discernimiento
entre la sensatez de la cognición y una ingenuidad
tan desnuda como tus palabras indulgentes
y mis retribuciones de versos al mostrador de una cafetería,
a la apología de lúbricos entierros,
al abandonado fantasma que me sofoca en las confusiones
y que te arrulla en los matutinos.

Lo primero fue interrogarme las venas,
preguntarme las ausencias,
averiguarme las intemperies,
curiosearme los cicerones de tactos,
las sábanas,
las piernas,
las expiraciones,
los aromas,
las cutículas,
las lunas,
los relojes de arena,
las ciudades prohibidas,
y preguntarte qué es el amor.

EZQUIZOFRENIA

Ando y ando, y de tanto andar,
me forro de culebras y de puertas;
pero no ando triste, como presumen,
sino trastornado, henchido de unos do re mi,
y de otros fa sol la si, y de cortejos
que entierran dioses que no son mis dioses.

Ando y ando, y de un risco me vomito,
devuelvo entrañas y broto de espanto,
veo derrocar las tumbas del paladar ajeno,
las ausencias insignificantes de las perfecciones:
siempre a la espera del veneno, de un gemido aterrador,
de un desangramiento frenético.

Lo inaplazable es saltar y echarse,
danzar en el quejido, en el desprendimiento de carnes,
suponer las muertes, la propia y la de los otros,
y fulminarse de palabras,
fusilarse de vocablos,
inmolarse las venas con filosas hojas sin escribir.

Ando y ando, y seducidas por los cloacas,
las palabras se revisten de mierda
o de modas que, en definitiva, es lo mismo.

Ocurre, lo sé, y unas palabras se suicidan,
se esconden como excremento secreto
de la esquizofrenia poética
de los veinte dedos inventando caligrafías
de los versos que nadie oye.

Ando y ando, y abrevio los colapsos
para morir, despedirme,
desvanecer, enterrar mi lengua, velarme,
y sangrar hasta escribirme;
para escribirte
para parir
para ser.

UN NIÑO EN BRAZOS DE OTRO NIÑO

Digamos que un niño se acomoda en brazos de otro niño
y el niño primero lo sostiene en las ausencias,
y el segundo -más niño- acepta el refugio,
el abrigo posible para este tiempo silencioso.

Digamos que el niño siente miedo, o los dos,
pero ese miedo no le es permitido, o sí,
pero no, no se puede temer.

Al menos el niño –menos niño- no puede temer.

Digamos que el niño en brazos siente frío,
frío por los pies descalzos y por agosto, y por julio.
Y el niño sostén decide perder su calor y prestarlo,
y sentir frío, y ofrecer a cambio sus dos brazos.

Digamos que el niño más niño se duerme.
¿Y el segundo, cómo dormir, cómo cerrar los ojos?
el más chiquillo duerme y el otro, ese niño que viaja,
decide perder sus párpados a cambio de tiempo.

Digamos que son solo dos niños que viajan,
un niño en brazos de otro niño.
Un niño casi niño y otro, también, casi viento -y a veces tempestad-
dos niños, tan sólo dos niños que viajan sin destino.

Digamos que un niño tiene hambre, ese niño,
el que viaja de noche, con poco tiempo,
¿y si el niño llora de hambre en su cuna de brazos de niño?
¿y si no llega la primavera y se marchita?

Digamos que un niño, tan sólo un niño en brazos,
rompe en llanto de sangre, sí, de sangre,
y el niño cuna, y escolta, y protección, y sombra,
siente ese llanto y se desangra, también, pero por dentro.

Digamos que dos niños, ¡dos niños, tan sólo dos niños!
viajan y viajan, y uno no sabe –mejor así-
y el otro ni derecho a morir tiene.

UNA MUJER EN UNA ESQUINA DE BUENOS AIRES

Me han dicho que el universo se tuerce en una esquina,
se bosqueja de bordes, de escuadras, de infelices obituarios,
de vinos tintos livianamente derramados en la arista chueca.

Sin embargo, no es la matemática, no podría serlo:
es una mujer con un libro abierto,
mira el cielo,
y un pliego megalómano y una epifanía de ocasos y acasos.

¿Será, acaso, un ensayo de poesías o una treta infame de palabras enroscadas
para ser digeridas, lastimosamente, hasta el sanitario?
Me he dicho que sí, que quizás lo sea.

¿Será el ocaso o el oriente,
las postrimerías,
los deshábitos de una vista rota ,
el silencio desorbitado,
las entrañas extenuadas del mundo,
el sicalíptico delirio de la imaginación?

Me gusta ésa mujer con un libro abierto
en una esquina de Buenos Aires
inventando la sátira desinventada de la rutina,
la lenta lluvia de una desnube en un cielo despejado,
una canoa de pelusas azules,
el olor de un cuerpo desnudo y un café noctámbulo.

Me gusta ésa misteriosa mujer
con una historia para volarse de golondrinas
todas las monotonías, todos los tedios,
todos los días por desmorir,
todas las fantasías que reavivan el alma.

LA SALIVA

Me desencontraré en los postigos inciertos de alguna partida
cuando las confidencias de una eufonía perdurable,
arrimen todas las rimas coléricas de un podio infame,
todos los surmenage arrebolados,
todas los tranvías, los bares, las pócimas,
todos los montones de tribulaciones,
casi congojas, casi tormentos,
casi estos viceversas invertidos, de reversos,
casi trastornados de luceros.

Te veré en el clavicordio sonámbulo, laberíntico,
y sin pasaportes al parnaso,
iré versificándote los rastros,
componiéndote las huellas,
concordándote los pájaros,
surcándote la saliva
con las palabras.

BIOGRAFÍA

Ariel Aloi es escritor. Nació en Lanús, Buenos aires, en 1984.

En el 2015 publicó Aviones de papel, su primera novela corta, editada también en México al año siguiente (Elideth Venegas-Grimaldo y Ediciones de la noche). Esta nouvelle fue adaptada al teatro por Laura Lasalvia y co-dirigida por el autor.

Su segunda novela —publicada en 2017— se llama Las edades de la lluvia.

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