Juan Casamayor es el editor de Páginas de Espuma, una de las apuestas independientes más ambiciosas del mundo editorial, especializada en cuento contemporáneo.

Antes de comenzar la entrevista, le prometo a Juan Casamayor que no le voy a preguntar si el cuento es un género menor, y él agradece: “Si no te tendría que responder lo que vengo respondiendo desde hace unos cuantos años”. Diecinueve, para ser exacto. Nacido en Madrid en 1968, Casamayor estudió Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza y, luego de pasar por distintas editoriales, en 1999 lanzó junto a Encarnación Molina, su compañera, un proyecto propio: la editorial Páginas de Espuma. Cuando les preguntaron qué era lo que pensaban publicar, ellos respondieron: “Cuentos. Solo cuentos”.

La apuesta tenía la osadía de una gambeta en mitad de cancha: si salía bien, sería genial; si salía mal, se venía un gol en contra. En España, el cuento tiene una tradición más restringida que en Latinoamérica y carga con el mote de género menor. Un género menor que, además, no vende. Por eso, a Juan le preguntaron sobre el tema una infinidad de veces y él respondió amablemente en cada ocasión: citando a Borges o a Cortázar, desempolvando la tradición cuentística ibérica, y sabiendo que el “lado fenicio” de la editorial implica una buena relación con los medios de comunicación.

«Me gusta más leer con las vísceras que con el cerebro. El cerebro lo utilizan el editor y el corrector a la hora de trabajar el texto, pero en las primeras lecturas me gusta más leer con las tripas».

La paciencia rindió sus frutos. Hoy Páginas de Espuma está ubicada en el barrio Universidad de Madrid, tiene sedes en Buenos Aires y el D.F. de México, cuenta con más de doscientos autores en su catálogo y distribuye sus libros en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Juan Casamayor acaba de recibir el Premio al Mérito Editorial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara —que antes recibieran personalidades como Jorge Herralde, de Anagrama, o Beatriz de Moura, de Tusquets— y aunque la editorial sumó libros de ensayo, ciencia y clásicos literarios como Poe, Maupassant o Chéjov, su corazón sigue siendo el cuento contemporáneo en castellano.

Como editor de cuentos, supongo que te sentirás cómodo en Latinoamérica.

Bueno, la verdad es que allí hay unos usos y costumbres editoriales parecidos a los que hay aquí en España. Los grandes grupos españoles que tienen peso en el mercado latinoamericano han impuesto cierto razonamiento a la hora de valorar la novela como género predilecto del lector. Sin embargo, hay una diferencia radical cuando miro a los creadores y a los lectores: en Latinoamérica la presencia del cuento en grandes escritores tiene un peso importantísimo. Y eso en la historia de los últimos cincuenta años de España no ha sido así.

¿Por qué creés que no?

Habría que buscar razones profundas. Seguramente no había un cuento tan poderoso como en los distintos países de Latinoamérica o bien la industria española le daba la espalda. Y en ese sentido es cierto que allí siento cierta comodidad ante esa historia sólida del cuento. Creo que Rodrigo Fresán lo ha dicho muy bien: en Argentina el escritor no quiere escribir la novela de su generación, sino el libro de cuentos de su generación. Me parece que de esa manera no reivindicaba al cuento, porque el cuento se reivindica muy bien solo, pero constataba el prestigio que tiene en los países latinoamericanos y que no tiene en España.

Foto: Lisbeth Salas

La relación de Juan Casamayor con el cuento es inseparable de la que tiene con uno de sus escritores predilectos: Julio Cortázar. Se enamoró de él leyendo La señorita Cora cuando era un niño, un cuento cuya historia era la misma que él estaba viviendo mientras lo leía: hospitalizado y con una enfermera cerca. Esa experiencia cambió su forma de percibir la literatura y a la vez fue parte de un proceso colectivo: el cuento fantástico rioplatense y el realismo mágico pegaron de tal manera en la generación de Casamayor que muchos escritores decidieron hurgar durante décadas en esa línea de escritura. En los últimos años, el estilo llano de Raymond Carver parece haber solapado un poco aquella corriente. “Es cierto que ha habido un epígono del realismo mágico y también que ha existido una invitación a la falsa facilidad de escribir a lo Carver”, dice Casamayor. Y agrega: “Con resultados muy malos, por cierto”.

¿Hacia dónde camina hoy el cuento latinoamericano?

Habría que subrayar un par de notas. Una es que el género se sigue expandiendo. Los mismos escritores reflexionan sobre ello y lo expanden, rompen sus límites y costuras, su propio espacio de creación. El cuento acepta cada vez más cualquier tipo de hibridación y reinvención ligada a la mixtura de géneros. En la imperfección está la perfección del cuento y eso es un buen punto de partida para seguir escribiendo cuentos. Y por otra parte subrayaría la escritura, sobre todo de escritoras, que somete la realidad a cierto grado de distorsión alcanzando un grado particular de lo fantástico.

¿Por ejemplo?

Tenemos a Samanta Schwebling, una maestra de la inquietud y el desasosiego, y en el otro extremo a Mariana Enríquez, más oscura, terrorífica. Ahí se mueven muchísimo una cantidad de escritoras que recorren verticalmente el continente. Por otro lado hay una serie de escritoras que trabajan más sobre la mirada propia y sobre sus cuerpos, en diálogo con lo femenino, como es el caso de Guadalupe Nettel, y otras que, desde lo fantástico, tienen también una preocupación por lo social, como es el caso de María Fernanda Ampuero.

“Si por vivir “de la escritura” entendemos solo de los derechos de autor, te diría que realmente hay muy pocos autores que pueden hacerlo: casi que se pueden contar con los dedos de nuestras manos”.

Los autores que Páginas de Espuma decide publicar llegan a través de agentes literarios, recomendaciones de escritores cercanos y también a partir de originales que recibe la editorial de primera mano. “Los afluentes de lecturas son muchos y la tipología de manuscritos es muy variada, y eso ya caracteriza un primer interés mío como lector”, dice Juan Casamayor. “No hay una estética en común. Me puede gustar un cuento evocador, atmosférico y poético como los de Eloy Tizón, y también me puede gustar un escritor como Alberto Chimal, más fantástico, o la chilena Isabel Mellado, que es una escritora altamente naíf pero reina de la capacidad alegórica”.

¿Cómo reconocés a un nuevo escritor?

Me gusta más leer con las vísceras que con el cerebro. El cerebro lo utilizan más el editor y el corrector a la hora de trabajar el texto, pero en las primeras lecturas me gusta más leer con las tripas. Ahí las imperfecciones se perdonan porque el flujo de la lectura te arrastra. Cuando eso ocurre, y siento que puedo crear un diálogo y un debate con el escritor, y compartir luego lo escrito con los lectores anónimos, sé que estoy ante un texto que me interesa.

¿Y cuando por fin aparece un texto de esa naturaleza?

Es algo maravilloso. A mi no me gusta definirme como editor de libros sino como editor de la obra de un autor, de tal modo que pueda ser compañía y testigo de la evolución de esa obra. Entonces, por un lado, cuando estoy frente a un manuscrito de ese tipo, siento que voy a poder continuar trabajando con ese escritor. Y por otro lado, el editor fenicio rápidamente me dice: “Hay que cerrar el contrato cuanto antes” (risas).

Foto: Lisbeth Salas

Si algo caracteriza a Juan Casamayor es la sinceridad con la que habla de ese lado fenicio: “Queremos ser una editorial de calidad, crear un catálogo de calidad. Pero hay algo irremediable: tenemos que comer al menos dos veces al día”. Además, la venta de los libros no es solo un tema de Páginas de Espuma, sino de los propios escritores. “Un editor debe ser ante todo un buen lector, pero a una editorial siempre se le pide algo más. Todo escritor, novel o consagrado, quiere ver su libro en la librería y estar en los medios de comunicación”.

¿Disfrutás de ese lado fenicio tanto como de leer y meterle mano a un libro?

Para nada. A mí lo que me da verdadero placer es la lectura y el trabajo editorial con los textos. Cuando llegan las liquidaciones buenas, uno dice “¡Ay, qué bien!”, pero si hubiese más gente en Páginas de Espuma podría ceder algunas tareas, mientras que nunca cedería el trabajo que hago con los textos de los escritores contemporáneos.

¿Con qué frecuencia te sorprenden las ventas?

Es el pan de cada día. A veces, más allá de un criterio contable, quiero sacar adelante ciertos libros porque creo firmemente en ellos y en la trayectoria del escritor. Y otras veces ocurre lo contrario, como con Pelea de gallos, el libro de María Fernanda Ampuero. Yo intuía que podía ir bien, pero también sabía que era un libro duro, sangrante, doloroso, y que a lo mejor los lectores se retraían con algo que es básico: la recomendación. Pese a todo, es un libro que se está vendiendo bien y la gente lo está recomendando.

“La genialidad, la originalidad y ese no sé qué por el que un texto imperfecto nos atrapa mil veces más que uno depurado. ¿Por qué ocurre? Por el bien de la literatura, espero que ese enigma quede oculto”.

¿Se puede vivir de la escritura?

Si por vivir “de la escritura” entendemos solo de los derechos de autor, te diría que realmente hay muy pocos autores que pueden hacerlo: casi que se pueden contar con los dedos de nuestras manos. Sí, en cambio, hay muchos que pueden vivir de los derechos de autor y de toda la periferia que se crea alrededor: talleres de escritura, colaboraciones en prensa, mesas redondas, conferencias, etc. 

Esa presencia es notoria. Es impresionante la cantidad de espacios de escritura y de manuales que se crearon en las dos últimas décadas. ¿No hay riesgo de que el arte se estandarice demasiado con tantos consejos?

Técnicamente, la escritura es mejorable y para eso es indispensable leer y practicar. Y claro que es bueno si lo haces con un grupo de gente que tiene las herramientas para explicarte cómo hacerlo mejor. Otra cosa es la genialidad, la originalidad, el punto de vista y ese no sé qué por el que un texto curiosamente más imperfecto nos atrapa mil veces más que uno depurado y limpio. ¿Por qué ocurre? Por el bien de la literatura, yo espero que ese enigma quede oculto.

Foto: Lisbeth Salas

El Premio Málaga de Ensayo y, sobre todo, el Premio de Narraciones Cortas Ribera del Duero —que entrega al ganador nada menos que cincuenta mil euros— acabaron por poner a Páginas de Espuma en boca de todos en el mundillo de la creación literaria. En Argentina, una cifra tan alta recuerda siempre al caso de la novela Plata quemada, de Ricardo Piglia, ganadora del Premio Planeta de Novela 1997. Un concurso que acabó en escándalo y en el que la Justicia entendió, casi una década después, que había estado previamente acordado. La noticia salió también a página completa en la prensa española y Juan Casamayor recuerda el caso apenas se lo comento.

¿Cómo se hace para seguir confiando en los concursos después del caso Piglia?

Yo haría un análisis clínico para ver qué solvencia tiene cada concurso. Primero, el jurado: me inclino por los premios que con cada edición cambian el jurado, porque eso implica que entran nuevas sensibilidades y convicciones. Además, ese jurado debe tener una reputación literaria inflexible. Por otra parte, miraría el historial de los premios: si todos los ganadores fueron escritores muy famosos y algunos incluso son presentadores de televisión… pues hay razones para dudar. Más aún si miras que de los últimos diez ganadores, nueve han sido escritores de la misma editorial que otorga el premio. Si tienes premios donde no conoces al autor ganador, la cosa cambia. Como en el premio de Páginas de Espuma: si te digo Samantha Swebling (ganadora en 2015), la conoces seguro, pero si te digo Javier Sáez de Ibarra (ganador en 2009) probablemente no lo conozcas.

¿Hacia dónde avanza Páginas de Espuma?

En cuanto al cuento contemporáneo, pensamos seguir publicando a los autores ya incluidos en nuestro catálogo y también seguiremos explorando el camino de los nuevos autores: una vez al año publicamos un libro de un autor inédito. En cuanto a los escritores clásicos, como a medida que se avanza la lista europea se vuelve más trillada, por qué no abrirnos con autores de fuera de Europa: clásicos de África, la India o Japón, que tienen una narrativa breve muy sólida.

Dicen que, a largo plazo, la firma del editor está en el catálogo que construye. ¿Qué debería decir el catálogo de Páginas de Espuma?

Es una idea herraldeana, pero yo estoy de acuerdo: el libro que acaba escribiendo el editor es su catálogo. Porque el catálogo es la visión, la decisión y la prescripción del editor. Y no quisiera ponerme solemne, pero si el catálogo se refiere a un grupo de personas que están detrás, quisiera que se piense que Páginas de Espuma fue el trabajo de unos lectores que tuvieron más aciertos que errores. Creo que esa sería una buena definición de lo que estamos tratando de construir.

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Fabricio Lombardo
es profesor de historia. Editó la revista El Suburbio y formó parte del Movimiento de Desocupados en Buenos Aires. En 2009 construyó junto a otros docentes el Bachillerato Popular “Carlos Fuentealba”. Viajero incondicional y amateur de la fotografía, actualmente forma parte del movimiento okupa en Euskal Herria y oficia de editor en Ultimoround.

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