En julio pasado el posporno tuvo sus cinco minutos de fama. Una mujer le metió a otra un micrófono en la vagina en los pasillos de la Universidad de Buenos Aires y los medios se hicieron una fiesta. Lejos de la indagación y el debate, comieron y vomitaron lo que quisieron. ¿Qué es el posporno y qué hubo detrás de aquella performance? Entrevistamos a Rosario Castelli, antropóloga, feminista y organizadora del evento que dejó de la cara a todo el mundo.
Por Federico Acosta Rainis
Rosario Castelli es lesbiana y activista feminista. Antropóloga egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA), integra el colectivo de investigación Antroposex y la coordinadora Feminista Antirrepresiva, y participó en las distintas muestras de arte posporno que se vienen haciendo en el país desde 2012. Algunos temas sobre los que trabaja son las disidencias sexuales, la violencia de género y la lucha antirracista.
El miércoles 1 de julio formó parte de la performance posporno llevada a cabo en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que generó revuelo en medios y redes sociales y motivó un amplio debate sobre sexualidad, libertades y espacios públicos. Cae una fría tarde en la ciudad y nos encontramos en un bolichito vegano a metros de avenida Corrientes, para que nos cuente un poco de qué se trata ese mundo hasta el momento poco conocido.
Con el cabello rapado a ambos costados, Rosario señala que cada dos por tres la viven echando del baño de mujeres porque piensan que es un tipo que se confundió de lugar. Habla rapidísimo: explica, opina, se emociona, se indigna, vuelve a explicar y todo eso, todo junto; es una pequeña locomotora que parece no detenerse jamás. Comenta, radiante, que ahora mismo está trabajando en la organización de la próxima edición del CineMigrante, que se realizará en Buenos Aires en septiembre y contará con la presencia, ni más ni menos, de la prestigiosa filósofa y activista feminista norteamericana, Judith Butler.
Primero como un movimiento político, en el sentido que hay mucha gente que se identifica con el término como propuesta política. Es una respuesta a la construcción hegemónica de la pornografía, como forma de mirar los cuerpos, las prácticas sexuales, de construir objetos de deseo y de hablar del placer. El posporno no dice «vamos a prohibir la pornografía porque es una mierda». Eso sería dejarle el poder a ellos, porque la pornografía va a seguir existiendo. Tiene que ver con construir y deconstruir los deseos y los placeres y las formas de vincularse con los cuerpos. Y también con otros cuerpos posibles, esos que aparecen en el porno hegemónico como categorías exóticas: cuerpos gordos, cuerpos trans, etc. Que están todos ahí, pero el tema es cómo están, quién produce esos cuerpos y esos deseos. El porno educa, el porno es un imaginario social que dice cómo tienen que ser las prácticas.
Frente a esto ¿cuál es la propuesta del posporno?
La idea es generar otra pedagogía posible. Surge desde el feminismo, desde optar por ser protagonistas de nuestra propia producción, que nos genere placer, que posibilite otras formas posibles de existir y de vincularnos sexualmente. Y, sobre todo, desde una práctica colectiva y autogestiva. Lo que va a circular no es solo el producto final descontextualizado, porque siempre tiene detrás una historia, una localización: puede ser en un espacio okupa, o un grupo feminista al que se le ocurrió hacer un taller, etc. Cada producción tiene una genealogía, un colectivo que estuvo pensando algún tema: discapacidad, gordura, desnudez, intervención en el espacio público. Es una ocupación de espacios en los que la sexualidad pareciera que no está porque es la sexualidad normal, y lo que es normal nadie lo nombra ni lo devela.
Empieza con algunas actrices porno que se ponen a pensar estas cuestiones, y prende rápidamente en España hace más o menos quince años, como otra práctica posible de los movimientos para actuar contra la opresión y la desigualdad.
Desde lo teórico, ¿con qué autores principales o corrientes se identifican?
Creo que nadie a quien le preguntes te va a poder decir: «salimos de acá»; cada uno hace lo que puede desde donde le toca. Es muy distinto lo que pasa en España, donde estaban leyendo a Butler en los noventa, o lo que produjo Preciado y el transfeminismo después, a lo que sucede en América Latina, donde el posporno llega a algunos espacios universitarios o académicos, pero también sucede desde el arte: mucha de la gente que se identifica con el posporno viene del arte.
Es una fusión muy clara entre el arte y la política.
Sí, es arte-política. Eso es muy interesante porque se piensa al arte como forma de construir otros modos de existir en el mundo: el cuerpo como campo de batalla, una idea que viene del arte del performance y del arte feminista de los setenta y los ochenta. Otras líneas vienen desde las teorías del lenguaje, el posestructuralismo, y de la propuesta de deconstruir al sujeto binario. También está la cuestión de repensar a los sujetos de los movimientos sociales, tal como el feminismo tuvo que repensar una y otra vez a qué se refería con el sujeto «mujer», y cómo entra todo lo que no es «mujer» dentro de la lucha feminista, y todos los que no son esa «mujer» de la que hablaba el feminismo clásico. En América Latina se relaciona con las teorías poscoloniales y las teorías del feminismo descolonial que se preguntan por el rol de la raza y la clase.
¿Hay alguna identificación con el posmodernismo?
¿Quién se identifica con el posmodernismo? Muy poca gente. El “pos” es por ponerle un nombre. Cuando yo lo nombro la mitad de las veces no digo pos, digo porno. Es una forma de borrar esas categorías fijas. Las chicas de Post-Op (NdR: colectivo español de investigación sobre género y posporno) dicen «otro porno es posible”, porque sí creemos que otro porno es posible. El tema es que a veces decir “pornografía» te lleva a un lugar de sentido…
Que hay que disputar.
Claro, pero también el diálogo con el mundo porno es muy difícil. En el festival que hicimos en abril hubo una mesa debate entre una actriz porno y una de performance de posporno. Y entre otras cosas sirvió para borrar esa idea de las feministas de «todas las mujeres que hacen porno lo hacen obligadas”. Porque la actriz decía «hago algo que me encanta, me encanta coger, me encanta chupar pija, actuar, ir al gimnasio». Nosotros no decimos que el posporno supera al porno, sino que es una construcción que es política, que propone sexualizar la política. Lo importante es que es activista y busca otras cosas: generar un taller donde la gente experimente formas de sexualidad no genital, dejar de incluir a las otredades en la normalidad sexual.
Empezar a entender que no hay algo que hay que incluir.
No hay algo que hay que incluir porque no hay un núcleo duro donde hay que estar incluido. Esa es la idea que atraviesa todo. El deseo también es una construcción y realmente se puede desarmar.
¿En qué se diferencia el posporno de otras pornografías como la que hace Érika Lust?
Erika Lust hace cine para mujeres, o lo que desde su imaginario cree que le gustaría a las mujeres. Y es muy parecido al porno tradicional. Yo no veo ningún corrimiento de sentido en cuanto a las prácticas sexuales y a la mirada sobre los cuerpos. Está la genitalización como única forma de sexualidad, las mismas historias, como la del que trae la pizza. No estoy impugnando cualquier porno; la pornografía está y existe. El tema es la forma en que la gente toma parte, la libertad con la que se decide, la manera en la que se relata, si se es protagonista o se es parte de una industria. Lo mismo que criticaría a Hollywood por industria, le critico a la pornografía. Lo que sí comparte Lust con el posporno es la idea de “hazlo tu mismo”, la lógica de «lo que hay no me gusta, entonces voy a producir lo que a mí me gusta».
En el posporno parece central la autogestión como práctica política del hacerse cargo.
Sí, el tema es que hay muchos posporno: hay uno que va a entrar al museo y va a ser endiosado, y hay otro que va a estar todo el tiempo corriéndose hacia los márgenes. Siempre va a haber disidencia de la disidencia, porque la disidencia es cooptada y se tiene que ir reinventando. La autogestión tiene que ver con una concepción de la práctica política, de la autonomía, de no depender de ningún estado, de no cristalizar en lugares que van a ser cooptados por la política.
No se si la llamaría estética sexual. Lo importante no es la representatividad ni mostrar todos los cuerpos. La estética misma es la disidencia: las imágenes que se usan, las referencias que hay en las producciones. Que no son solo audiovisuales: hay videos, instalaciones, performances, imágenes, fotos. Los festivales que hicimos siempre tenían talleres: de eyaculación femenina, de shibari (NdR: arte japonés del encordamiento), de prácticas sadomaso, y un montón de otras cosas que son consideradas parafilias porque no entran en el sexo coital, genital. Se intenta mostrar algo que no esté cosificado, que no sea un producto, que haya alguna referencia más artística. Y como hay de todo, la estética también es muy cambiante. En México y en Perú, por ejemplo, pasan cosas muy interesantes usando los símbolos populares. Está muy bueno el trabajo de pensar la política local, la historia, la colonización de los cuerpos y subvertir las imágenes.
Ante estas expresiones sexuales disidentes pareciera que las relaciones heterosexuales quedan categorizadas como hegemónicas. ¿Es así? ¿Cuál es la línea divisora entre lo hegemónico y lo contrahegemónico?
Lo que plantea el feminismo desde los ochenta es que nuestra sexualidad es un régimen político. Uno de los grandes avances fue salir de la individualidad y entender que más allá de lo que yo elija para mi vida, la heterosexualidad y la heteronormatividad son sistemas que sostienen un orden económico, social y político que es el matrimonio y la familia. Hay instituciones enteras que funcionan solo porque la heterosexualidad es obligatoria. A vos cuando tenés tres años no te preguntan: “¿qué tenés? ¿novio, novia, novie?”. No, si sos varón tenés novia. Desde chiquito te machacan, no hay otra opción. La heterosexualidad es mayoritaria, sostiene al régimen como está. Y mata, es la causa de muerte más grande. Privatiza las relaciones sociales y sostiene la familia nuclear, que es la base de la sociedad capitalista. La crítica a la heterosexualidad obligatoria viene por ahí. Entonces, si es un régimen político, yo soy lesbiana, no soy mujer, para plantear la disidencia sexual como corrimiento de ese binario que ofrece posibilidades únicas. La heterosexualidad es hegemónica, pero también lo es una cierta forma de vivir la sexualidad. Porque hay un montón de formas de correrse: vos podés ser heterosexual pero hacer un trío, practicar BDSM (NdR: grupo de prácticas eróticas que incluye, entre otras, el encordamiento, la disciplina y el sadomasoquismo), jugar, que te la metan por el orto. El tema son las categorías fijas siempre, la reificación de las identidades.
Vamos a la performance. ¿Cómo se organizó?
Fue una actividad dentro de un ciclo que se hace en la facultad que ya lleva diez encuentros distintos, con actividades artísticas como teatro y danza, desde la sexualidad, el género y la comunicación. Había una propuesta de hacer una posporno y la fecha se puso porque estaban las chicas de Post-Op, con las que tenemos un vínculo. La idea fue hacer una intervención que sea pública en el pasillo, para no hacerla en el estudio de televisión del sótano, dado que ahí si no sabías que estaba no llegabas.
¿Y por qué se hizo en la facultad?
Quisimos visibilizar la problemática y lograr que se hable de esos temas para incluirlos en la carrera, en la formación docente, en los debates, en los seminarios; no puede ser que sigan saliendo profesores de la UBA sin haber tenido ni una materia de formación en género o sexualidad, que violen pibas adentro de la facultad y no haya ni un protocolo de violencia. Hablemos del tema grande: todos los partidos tienen su área de género y su área de diversidad sexual, pero cuando decís algo sale lo más ortodoxo. La propuesta fue sexualizar los pasillos de alguna forma más interesante que un mural o que decir «ni una menos». Mostrar un poco qué era el posporno.
Fueron quince minutos de intervención. En hora pico, en el cambio de clases. No fue en la entrada, como se dijo, sino en un pasillo al fondo, donde el paso no es obligatorio. Hubo cuatro acciones a la vez. Había un pibe todo forrado en diarios y revistas porno hegemónicas sodomizando un televisor, colgado de un caño, con un látigo. Después estaba Laurita en el ascensor con un susurrador, que es un tubo de cartón. Iba de ascensorista, subiendo y bajando, y a la gente que lo deseaba le susurraba una poesía erótica. También estaba Milo, vestida medio monster y yo, que me dragueé (NdR: vestirse como de varón) en vivo, me vendé, me puse barba. Nosotras empezamos una circulación BDSM, jugando con la gente, nos acercábamos, ella era como un perro y yo la llevaba. Era una relación sexual pero no genital, yo tenía un dildo (NdR: consolador) en el codo. Visualmente era una imagen llamativa.
Y también la performance de las chicas Post-Op.
Sí, que consistió en hacer, con distintos tipos de micrófono, una amplificación sonora de tacto. El micrófono estaba conectado a un parlante inalámbrico —que era mío, no de la facultad, donde nadie nos pagó para hacerlo ni tampoco se cobró entradas, como circuló en los medios—, que permitía amplificar los ruidos internos del cuerpo. Una iba haciendo golpecitos en el cuerpo y le pasaba a la gente un auricular para que escuchara. Las chicas Post-Op trabajan con diversidad funcional, y en ese marco generaron muchas prótesis y aparatos para amplificar otros sentidos, que permiten acercar a gente que tiene distintas diversidades corporales. Gente que, por ejemplo, no puede mover ninguna parte del cuerpo, y entonces experimentan con el tacto, los sentidos, el sonido.
Son esos sujetos que aparecen en las categorías del porno tradicional como“raros”.
Claro, la acción fue apuntada a eso: experimentar. Lo del micrófono que trascendió fue un segundo, porque en realidad el micrófono estaba adentro y lo que sonaba era el cuerpo. Después fuimos todos para abajo a una charla de una hora y media.
No se puede, no es posible. Nosotros no hablamos con ningún medio porque cualquier cosa que fuéramos a decir nos iban a pinchar. Varios académicos e investigadores salieron a decir cosas de la sexualidad y del uso del espacio público y la necesidad de hablar sobre educación sexual. Eso permitió salir un poco del discurso de los medios. Lo que yo veo de bueno, más allá de si se entendió o no se entendió, es que se habló de sexo en las mesas del país durante por lo menos tres días.
Le ganaron por una vez a Tinelli.
Es que no irrumpimos en un acto del Bicentenario frente a un millón de personas: había veinte, el resto de la gente que lo vio fue por la amplificación de los medios. El escándalo consistió en que lo vea quien no quería estar ahí. El principal problema fue el lugar: “todo bien que hagan esto, pero no acá”. Es el mismo argumento que se la da a una pareja de tortas besándose en el tren. No había menores ni personas atadas a la pared contra su voluntad. Los que estuvieron obligados a verlo fueron los que lo hicieron en la tapa de Clarín. Los medios obligaron a la gente a verlo. Entonces lo que critican es lo que ellos mismos hicieron, no lo que hicimos nosotros.
¿Qué resultados positivos tuvo esa visibilización?
Hay una ley de educación sexual que dice que hay que hablar de sexualidad en la escuela. Si en los profesorados de una facultad de la UBA no hay materias de sexualidad, se está incumpliendo la ley, y nosotros intentamos mostrar eso en el pasillo. Nos llegaron también algunos mensajes de chicas de distintos lugares del país contando que se animaron a hablar con su familia de sexualidad, o a confesar que eran lesbianas. Está bien que salga a la luz la mierda moral de «sí, pero esto no», porque sino todos somos correctos, queremos que no haya ni una menos, que no haya femicidios…
Pero cuando corrés un poco el eje…
Pero cuando corrés un poquitito el eje es un escándalo, una chanchada. A los medios les encanta el escándalo, pero la verdad es que no había nada horroroso. Si hubieran sido un varón y una mujer no hubiese sido lo mismo. Ni siquiera lo pudieron codificar porque hasta dijeron que había semen en la mesa. No, semen no, porque eran dos mujeres. O que eran todos actores porno. Eso habla de la incapacidad de los medios para codificar otras experiencias.
La universidad es un espacio sexualizado y la facultad de Sociales se piensa como una especie de vanguardia. Sin embargo, una gran cantidad de estudiantes se horrorizó con la performance, ¿cómo puede ser?
Es que nada es tan progre como creemos y el trabajo más fuerte que hay que hacer es adentro de esa facultad. Eso le toca a las autoridades, porque hasta ahora lo están haciendo los estudiantes. Hay un montón de iniciativas para hablar de sexualidad, pero siempre son militantes. Tenés un área género y comunicación que no está consolidada, son diferentes personas que confluyen sin una estructura de funcionamiento.
No se le da lugar a la temática.
En la carrera de Antropología (NdR: en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA), por ejemplo, los textos son todos de antropólogos varones y no se habla de la sexualidad como dimensión; se da antropología económica, política y simbólica, pero de género no hay ni una materia básica aunque es una de las categorías fundamentales para pensar el mundo. Nuestro seminario, que es militante y no rentado, es un grupo que no tiene adscripción institucional. Y con muchísimo trabajo docente: el primer año tuvimos 180 alumnos. Eso habla de la demanda que hay.
Como no somos un colectivo, cada cual trabaja como puede. Milo, por ejemplo, es del conurbano. Da clases en dos escuelas casi rurales y va vestida casi igual que como hizo la perfo. Que esté ella ahí, torta, medio andrógina, ya es una práctica política en concreto. Porque lo que hacemos en un ámbito alimenta los demás. Yo laburo dando clases en una diplomatura con cooperativistas de Argentina Trabaja, mujeres que vienen de barrios de zona sur. Y ahí hablamos de todo. Lo más posporno que hice fue un taller de masturbación. No era práctico porque no teníamos cortina, pero sino… (risas). Estaban flasheadas. No les enseñamos solo la ley y el derecho, la idea es también habilitar un espacio para hablar lo que sucede en los barrios. La sexualidad es una dimensión fundamental para una mujer pobre del conurbano: de las treinta que concurren, veintinueve tuvieron historias de violencia terribles. Algunas solo las pudieron ver en esa red de contención cuando alguien les dijo «esto que te pasa hace muchos años, aunque no te pegue, es violencia». La militancia fundamental es romper con el silencio. Ese vínculo con la otra, te empodera. Hay un registro corporal del que no se vuelve: se puede borrar una ley, pero una tipa que se tocó y acabó… eso no se le borra más. Entonces: todo bien con que en los barrios hay que trabajar el aspecto económico, el trabajo, la dignidad, la vivienda. Todo el mundo habla de eso. Pero yo también quiero disfrutar de mi cuerpo, que es la herramienta básica para trabajar, para luchar, para caminar. La pobreza atraviesa mucho al cuerpo. Porque tenés hambre, tenés enfermedades que la gente que tiene plata no tiene, tenés menos recursos para curarte. Y los sistemas de salud son malísimos, el aborto es mucho más clandestino y mucho más prohibido.
El debate público que provocó la performance ¿es una instancia inicial? ¿Hay un plan o perspectiva a largo plazo?
Para mí el posporno es una herramienta más, una forma de poner el cuerpo. Va integrado en una práctica más integral, política, cotidiana, colectiva. Lo mismo que el tetazo en una marcha, una besada colectiva adelante de la catedral o en una pizzería donde echaron a unas pibas por besarse. Es el cuerpo como herramienta política, porque los distintos regímenes de opresión se inscriben en el cuerpo y lo marcan. Algunos son más evidentes, como el racismo. Y otros que lo son menos: cómo pararte, cómo vestirte, cómo portarte. Desde ahí el posporno es una herramienta más. En los festivales se puede experimentar o ver cosas distintas y, al ser espacios libres, siempre son lugares de disidencia y de encuentro. A mí me adelantó veinte mil pasos conocer gente que me dijo «leé primero esto». No hacía falta que lea toda la historia del feminismo, y podía empezar directamente a leer a mujeres lesbianas, pobres, latinoamericanas, que hablaban de la raza y la violencia. Eso te adelanta y sobre todo, compartir con otros, generar estrategias desde el arte, desde la resistencia, desde formas de contar, de decir, de hacer, de mostrar.