Roberto Santoro, desaparecido por la dictadura argentina, dejó una obra imprescindible. La revivimos con la lectura de Patricia Morante.
Texto y lecturas: Patricia Morante
Poesías: Roberto Santoro
verbo irregular/ yo amo/ tú escribes/
él sueña/ nosotros vivimos/
vosotros cantáis/ ellos matan.
Roberto Santoro
Encontrarse con la poesía de Roberto Santoro es entrar en una parte esperanzada y a la vez oscura de Buenos Aires, ciudad donde nació en 1939, donde vivió y donde también fue secuestrado por el terrorismo de Estado en 1977. Se lo llevaron de su lugar de trabajo: la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 25 “Teniente Primero de Artillería Fray Luis Beltrán”, en la calle Saavedra del barrio de Balvanera, donde el poeta prestaba servicios de preceptor con cargo de subjefe. Aún hoy permanece desaparecido.
Toda la obra de Santoro gira alrededor de la participación de su ser en Buenos Aires, produciendo y reproduciendo la realidad social al mismo tiempo que es producido y reproducido históricamente por ella.
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Santoro saca a la luz la parte más sombría de esta inenarrable ciudad metida en el tercer mundo y lo hace con un maravilloso humor negro. Ahí radica la esperanza, en el poeta que ve y dice lo que algunos también ven pero pocos dicen; en su capacidad de hacer de un tema algo válido para otros seres de la tierra. La esperanza es Roberto Jorge Santoro cantándole a la esperanza.
«…resuelto no sólo a yevar la poesía a la caye sino a traer la caye a la poesía…», como dijera el poeta Luis Luchi y lo escribiera Poni Micharvegas (poeta, músico, pintor, médico, psicoanalista, quien pidió que se respetara la grafía de su texto “ya que es una lucha que yevo contra la hegemonía de los académicos de la lengua que también quieren serlo de la realidad”), Roberto Santoro fue un verdadero buscavidas, tanto desde lo laboral (además fue pintor de brocha gorda, puestero en un mercadito, tipógrafo y vendedor ambulante) como desde lo vital, a través de su vasto quehacer poético y militante.
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Un pasaje del discurso para el acto de la Alianza Nacional de Intelectuales del 10 de abril de 1964, una semana antes de cumplir 26 años, lo muestra comprometido y con fuertes ideas sobre la vanidad de quienes se autoproclaman eruditos:
«…frente a la vacuidad de las palabras que nos invaden cada día, contestamos con obras. Si queremos cambiar los frutos, tendremos que cambiar el árbol. No manoseemos las palabras. No intelectualicemos. Digamos cosas simples, pero hondas. Si la cultura es privilegio de unos pocos, la culpa ha sido nuestra, que hemos pasado la vida batallándonos unos a otros. No polemicemos con un afán torpe y sin sentido. ¿De qué vale golpearnos, si en lo esencial, todos perseguimos una misma cosa? Oigamos lo que nos dicen, no lo que quisiéramos escuchar…».
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Y en un reportaje de la revista Rescate se presenta desenfadado, dando cuenta del lenguaje sencillo, lúdico y profundo que le pertenece: «sangre grupo A, factor RH negativo, 34 años (en 1973), 12 horas diarias a la búsqueda castradora, inhumana, del sueldo que no alcanza. Dos empleos, escritor surrealista, es decir, realista del sur. Vivo en una pieza. Hijo de obreros, tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca».
Con ustedes, Roberto Santoro.
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