Del sur chileno a Londres y el Louvre: bienvenidos al recorrido por la vida (y la muerte) de una cantora que recopiló la música popular de todo un país para mostrársela al mundo.
Ilustración: Diego Parpaglione
Las explicaciones que ensaya el ser humano para acercarse a las fuentes de la inspiración artística son tan variadas como fantásticas. Las figuras que se destacan, por llegar a la médula emocional de las mayorías son fácilmente ubicadas en el olimpo de los artistas, así se los aleja de su esencia humana, de sus miserias, sufrimientos y felicidades.Violeta Parra Sandoval no es la excepción a la regla, ¿o sí lo es?
Nace en 1917 en San Carlos de Itihue, un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Chillán. Su madre, Clarisa Sandoval, una costurera que ha quedado viuda muy joven. Y su padre, Nicanor Parra, un cantor y maestro que será más conocido por sus juergas y borracheras. Ambos campesinos profundamente golpeados por su realidad social.
«Lo tenían de obligado caballerizo montado / viñatero y rondín; / podador en el jardín y hortalicero forza’o. / Todo esto, señores míos, / por un cuartito de tierra y una galleta más perra / que le llevaba a sus críos».
La vida de Violeta está plagada de caminos que se bifurcan
Para el mundo es la República de Chile, pero como su nombre lo indica es “el lugar de los confines” y, aunque para nosotros es el país trasandino, para el hermano mayor de Violeta, Nicanor, Chile es apenas un paisaje.
A principios del siglo XX, luego de las matanzas de Valparaíso y Santa María de Iquique en respuesta a las huelgas, Chile no es un lugar fácil para el campesinado. El país rebosa esplendor gracias a la incesante exportación de cobre y oro pero esa riqueza recae, como siempre, en pocas manos.
Con la llegada de su quinto embarazo su madre se ve obligada a viajar a la capital, donde dicen, escasean las costureras. Se instala solo con una valija y su máquina Singer y en 1919 convence a su marido de mudarse a Santiago con toda la familia. Clarisa trabaja para el futuro presidente Arturo Alessandri Palma quien logra que el padre de la familia sea nombrado como maestro en la escuela militar, lo que los obliga a un nuevo desplazamiento. El imprevisto será un condimento permanente.
En el viaje hacia el nuevo destino familiar, la pequeña Violeta contrae viruela, lo que los obliga a detenerse en Chillán y buscar allí una posible cura. Sobrevive a fuerza de baños, tés, bebidas varias, cataplasmas y ungüentos. Allí nacen quizás las primeras marcas, visibles e imborrables en la vida de Violeta, en su cuerpo.
«La suerte mía fatal / me ha dado sus arañones / yo libro desde mi infancia / sus temibles circunstancias / dejándome años enteros / sin médula y sin sustancia».
Luego de cinco años de gobierno un golpe de estado derroca a Alessandri Palma y todos los civiles son expulsados del ejército. La familia Parra Sandoval regresa a Chillán. Violeta no soporta ir a la escuela y la odia profundamente. Sus compañeras y compañeros se burlaban de ella por las tremendas marcas que la viruela dejó en su rostro. Así es que el destino se tuerce nuevamente.
«Empiezo a amar la guitarra / y adonde hay una farra / allí aprendo una canción».
La pobreza arrecia. Violeta se viste con trajes que su madre realiza con restos de los parches que sobran, esa será la técnica que mucho después usará para realizar sus arpilleras. Para su padre regresan las noches de alcohol, canciones y violencia hasta los golpes. La tragedia golpea fuerte cuando muere su hermano Polito, de tan solo un año.
«Ya se va para los cielos / ese querido angelito / a rogar por sus abuelos, / por sus padres y hermanitos. / Cuando se muere la carne / l’alma busca en l’altura, / la explicación de su vida, / cortada con tal premura; / la explicación de su muerte, / prisionera en una tumba».
Los hermanos aportan con sus actividades, Nicanor da clases en casa, y Violeta y los demás venden pan y cantan en el tren o los circos. Al comienzo de su dictadura, en 1927, el presidente Carlos Ibáñez no tuvo oponentes. Los medios de comunicación son acallados, los partidos políticos perseguidos y las fuerzas obreras diseminadas.
En 1929, Chile, como el resto del mundo, acusa el golpe de la gran crisis. El salitre ha dejado de ser el oro blanco, desde la aparición de su rival, el nitrato sintético, inventado por los alemanes. Cierre de salitreras. Despidos. A fines de julio de 1931, luego de varias jornadas de revueltas, Ibáñez renuncia.
«El minero produce / buenos dineros, / pero para el bolsillo /del extranjero. / Para no sentir la aguja / de este dolor / en la noche estrellada / dejo mi voz. / Linda se ve la patria, / señor turista, / pero no le han mostrado / las callampitas. / Mientras gastan millones / en un momento, / de hambre se muere gente / que es un portento, / que es un portento».
Clarisa, junto a los hermanos de Violeta deciden buscar mejor futuro nuevamente en la gran capital y hacia allí se mudan. Violeta, abandona sus estudios y junto a su hermana Hilda comienzan a recorrer bares y todo tipo de locales donde cantar por algunas monedas.
Lejos de la mirada romántica sobre la creación y el devenir del artista, Violeta comienza cantando en público por necesidad. Pero no por necesidad creativa, por una necesidad material, tan concreta como el hambre mismo. Las rancheras, corridos, valses y boleros son la solución.
En El Tordo Azul un bar del barrio Mapocho, Violeta conoce a Luis Cereceda, ferroviario y militante del Partido Comunista Chileno, de quien se enamora y con veintidós años se termina casando. Los amores serán una constante en la vida de Violeta. Esporádicos, viajeros, violentos, traicioneros, todos logran hacerle perder la cabeza.
«Talán talán la campana, / retumba mi corazón / por el joven conductor / que me hace mil musarañas.»
En 1938 Pedro Aguirre es elegido como candidato del Frente Popular, las esperanzas de los trabajadores crecen y Violeta se suma a las filas del comunismo, aunque desconfíe de las estructuras no deja pasar la oportunidad de aportar lo suyo en la lucha por un mundo más justo.
En 1939 nace Isabel, su primera hija. Durante su embarazo, obligada a dejar de cantar para hacer reposo es la primera vez que Violeta se detiene a escribir su poesía y gana sus primeros premios. Cuatro años después, en 1943 nace Ángel, el segundo.
«Quisiera tener un hijo / brillante como un clavel, / ligero como los vientos, / para llamarlo Manuel, / y apellidarlo Rodríguez, / el más preciado laurel. / De niño le enseñaría / lo que se tiene que hacer / cuando nos venden la patria / como si fuera alfiler; / quiero un hijo guerrillero / que la sepa defender.»
Aquí comienza el destino
Como la rueda de la vida que no para de girar, la historia vuelve a pasar por los mismos lugares. Las noches de borracheras y los engaños de su marido recuerdan la infancia en Chillán, y la invitación de su hermano Nicanor a convivir en una chacra del barrio La Reina en las afueras de Santiago retrotraen la historia a la vida en familia.
Pero la historia cae como piedra, mientras la llegada de los exiliados de la Guerra Civil española la invitan a cantar pasodobles y sevillanas, se sanciona la Ley Maldita, proscribiendo al Partido Comunista y persiguiendo a sus miembros. Son tiempos de exilio y clandestinidad para varios de los conocidos de Violeta.
La situación política y social del país se agrava, junto a la adicción de Cereceda al alcohol. Luego de graves peleas y ausencias prolongadas, una tarde Violeta echa a la rastra a su marido luego de dejarlo inconsciente de un palazo en la cabeza. Pasados diez años termina su primer matrimonio y se convence que debe partir. Dejando los niños al cuidado de su familia, es hora de retomar la guitarra.
«A los diez años cumpli’os / por fin se corta la güincha, / tres vueltas daba la cincha / al pobre esqueleto mío, / y pa’ salvar el sentí’o / volví a tomar la guitarra; / con fuerza Violeta Parra, / y al hombro con dos chiquillos».
Forma un dúo estable con su hermana Hilda y arman un repertorio que logra gran reconocimiento en esa época. Graban su primer disco en la RCA Víctor con dos canciones: un vals y una cueca. Suenan en la radio, que comienza a ser el principal entretenimiento en cada vez más hogares. Y lo inesperado sobrevuela nuevamente, el dueño de un circo argentino, las invita a participar y las hermanas se tientan una vez más con revivir ese pasado lleno de aventuras en los circos de los barrios de Chillán y Antofagasta que las habían visto comenzar. Lo suman a Lautaro su hermano menor y aceptan la propuesta.
Cuando el amor la vuelve a sorprender
Una tarde en un local de ropa usada conoce a Luis Arce, se enamoran a primera vista y se casan rapidito porque, para Violeta, los amores hay que sellarlos con todas las de la ley. Al poco tiempo queda embarazada. Su tercera hija, Carmen Luisa, llega con un mes de anticipación a lo previsto.
A lo largo de la vida de Violeta Parra existen momentos, casi instantes, en los que todo parece haberse acomodado. Esa es la señal para que todo vuelva a revolucionarse.
Se separa de Hilda, quien acepta un contrato para cantar en un grupo folclórico. La relación con su nuevo marido, catorce años menor que ella, pero sobre todo con su suegra, se complican y cada vez le es más difícil conseguir dónde cantar. Por esos días Nicanor vuelve de Inglaterra, y como aquella vez que la recibió en Santiago con tan solo diecisiete años, la aconseja sabiamente. La convence para que deje de mendigar minutos de radio o escenarios en lugares de mala muerte para hacer su propio camino.
En el bar de su madre, conoce a Rosa Lorca, partera y cantora que será su amiga entrañable hasta sus últimos días. Violeta aprende de rasgueos y entonaciones y anota en su libreta todas las canciones. Quizá no lo sepa en ese momento, pero será el primer paso de una larga carrera de recopilación de los cantares folclóricos de su país.
«¡Qué cosa es tener amor / en eso no hay que confiar / aquello que bien se quiere / poco se llega a gozar!».
Comienzan sus viajes hacia variedad de ciudades y pueblos del interior chileno. En cada salida su retorno es impredecible. Conoce a historiadores, guitarreros, ancianos y ancianas que mantienen viva en su memoria la tradición oral de la canción popular. De todos aprende una tonada, una cueca o parabienes. Sus hijos comienzan a acostumbrarse a la presencia intermitente de Violeta y quedan al cuidado de familiares o amigos durante sus reiteradas incursiones.
Lucha contra las estructuras, surgida desde las entrañas mismas del pueblo chileno, se diferencia de “los pitucos” cada vez que es necesario. Acostumbrada a la subestimación por su origen se defiende con su lengua filosa y su valentía infinita.
Sin embargo, son los pitucos de mierda quienes terminan por cuidarla y ubicarla en el lugar que merece dentro de la cultura. Violeta es una persona sumamente insegura de sus posibilidades. No sabe leer música, mucho menos escribirla, jamás estudia cómo tocar los instrumentos. Su universidad fue el encuentro permanente. El cantar de a varios y sobre todo la escucha atenta.
La elite cultural de la época ve en Violeta una sabiduría sin par. Le reconocen la riqueza disonante en su música, un elemento revolucionario para el folclore de su país. Y aunque les agradece, desconfía de todos ellos. Gastón Soublette y Miguel Letelier son los más recordados por ser los primeros que tradujeron la obra de Violeta en clave musical. La comparan con Stravinski, Debussy o Villalobos.
Con treinta y cinco años graba sus primeras canciones, “Casamiento de negros” y “La jardinera” y desde allí realiza seis discos más. Después de un conflicto por derechos de autor con su primera canción logra cobrar el dinero que le permite comprar un pequeño terreno y construirse su propia casa. En el barrio La Reina, pegado a la cordillera, un lugar de muy difícil acceso pero el hogar por el que pasaron alguna vez desde sus nuevos amigos hasta algunos de los artistas más reconocidos de Chile.
Una vez más, rompe todos los moldes
La casa no tiene muebles, ni estufas, el frío se cuela por todos los rincones, pero eso no importa. Violeta es propietaria. Allí llegan cientos de cartas desde todos los rincones de Chile. Nadie desconoce su nombre en todo el país gracias al programa de radio “Canta Violeta Parra”. Los programas se hacen desde el estudio de la radio cantando y contando las historias de cada canción que interpretan y recreando los sonidos propios del origen de cada música. Pero Violeta no quiere simular, entonces graba cada emisión en un lugar diferente, una cantina, una plaza, un bar. Cada programa es una fiesta musical.
Hasta Pablo Neruda la quiere conocer. Nicanor le arma un recital en la quinta del poeta. Violeta se sorprende por el respeto y silencio con que la escuchan todos esos artistas e intelectuales tan lejanos para ella. Mucho tiempo después Nicanor le contará a Violeta, que nunca le cayó bien a Neruda. Él siempre quería ser el centro de la escena y Violeta lo desplazaba de ese lugar con mucha facilidad.
Siguen llegando las hijas, en 1954 nace su Rosa Clara, la última. Corre junio de 1955 y su marido la lleva a participar de la ceremonia en la que se entregan los Premios Caupolicán, una distinción otorgada por periodistas a diferentes artistas. Convencida de que no tiene ninguna posibilidad asiste contra su voluntad. Inmensa es la sorpresa al ganar como mejor folclorista e interminable la fiesta de esa noche.
Debido a este reconocimiento, pocos días después recibe la invitación a participar del Festival de la Juventud en Varsovia. Violeta es miembro del Partido Comunista desde que conoció a Cereceda, pero sin participar activamente. Está de acuerdo con todas sus consignas mientras no se metan con su Dios. Será comunista mientras el partido no se meta con lo divino.
«Me hablan de aviones y trenes, / de buques y pasaportes, / me inculcan que no me importe / lo que’n Chile m’entretiene, / me dicen que me conviene, / quisiera volverme loca; / mis ojos de boca en boca, / mis oídos de voz en voz, / más yo me encomiendo a Dios».
Dudando mucho decide partir. Deja su casa y sus hijos al cuidado de su marido, familiares y amigos. Se embarca junto a doscientos veinte chilenos, en su mayoría intelectuales, artistas y dirigentes del Partido Comunista.
El contexto político no ayuda para emprender semejante viaje, en Chile se suceden los paros generales contra el segundo gobierno de Ibáñez y en Argentina, lugar donde deben embarcar, es inminente el derrocamiento de Perón. Los comunistas no son bien vistos.
El viaje se convierte en una pesadilla para Violeta. En el barco se le burlan y la humillan. No es bien vista una mujer campesina entre la elite intelectual revolucionaria. Se ríen de sus canciones, de su vestimenta y llegan a esconderle la guitarra para que deje de cantar. Pero todo cambia al llegar a Varsovia. Realiza múltiples recitales en los cuales, a pesar de la barrera del idioma, es reconocida con grandes aplausos.
Al terminar el festival viaja a París, donde recibe la gran tragedia de su vida. Al abrir una de las cartas que le envían a través de la embajada chilena lee la peor de las noticias. Su pequeña hija Rosa Clara, de tan solo 10 meses ha muerto. No le dan ningún detalle más. Entre la tristeza y el odio termina en cama sin poder siquiera hablar. Los compatriotas que aún están en la ciudad se turnan para acompañarla.
«No tengo perdón del cielo / ni tampoco de los vientos; / mentira el dolor que siento, / sobra tiempo y sobra boca, /caro me cuesta por loca / mi afán de rodar los mundos, / me dic’el viento iracundo, / me lo repiten las rocas, / la que sin culpa ninguna / dejé sin remordimiento».
Luego de su recuperación graba en Londres un disco con dieciocho canciones y se presenta en varios programas de televisión. Sin poder seguir, extrañando su tierra, su familia y aún con mucha tarea de recopilación pendiente, en 1956 se embarca y regresa a Chile. Junto a Rosa Clara ha desaparecido su marido, Luis Arce, sabiendo de la ira que Violeta descargará sobre él decidió irse para nunca volver.
Nunca puede parar de andar
Consigue un contrato permanente con la Universidad de Concepción y se muda para allí. En poco tiempo deja terminado el Museo Nacional del Arte Folclórico único en el país.
En alguno de sus nuevos viajes por el norte del país indagando en las fiestas religiosas paganas conoce a Gilberto Favre un músico suizo que se encontraba de viaje por Latinoamérica, este será, su último y gran amor. Vuelven a Santiago pero Violeta no le dice ni su edad ni le cuenta de sus hijos. Él lo descubre al llegar, mientras ella llora trata de explicarle. Gilberto la abraza y seca sus lágrimas. Violeta comprende que este amor es a prueba de todo.
Como no puede ser de otra manera, sale nuevamente de viaje pero impide a Gilberto acompañarla. Lo obliga a quedarse al cuidado de los niños, la casa y los animales. En una de las fiestas de las cuales participa como recopiladora se enferma y termina ocho meses en reposo en su casa. Se dedica todo este tiempo a crear sus famosas arpilleras con lanas y telas de descarte crea formas y dibujos, flores o escenas históricas.
Una vez recuperada, tiene un sueño: escucha gritos y cantos que se mezclan. Son los sonidos del sur. Los mapuches la están llamando. Parte hacia allí y este viaje le recuerda dónde nació, su niñez, reconoce en el sur su verdadera tierra. Su verdadero país.
«Arauco tiene una pena / más negra que su chamal, / y no son los españoles / los que les hacen llorar, / hoy son los propios chilenos / lo que les quitan su pan. / ¡Levántate Pailahuán!».
En mayo de 1960 realiza varios recitales en ciudades del sur. Viaja junto a sus hijos y en Chillán dan su primer concierto. Un éxito rotundo que termina siendo una mala noche. Un temblor sacude la ciudad y Violeta los alerta que es solo una muestra de lo que se viene. Todos se ríen y se burlan de ella.
Insiste en volver a Santiago pero debe terminar su contrato en Puerto Montt. Al llegar se dirige al embarcadero. Escucha el grito extrañado de los pájaros y el aullido incesante de los perros. Los árboles y animales lo están avisando. Comprende que la catástrofe es inminente. Se dirige a la oficina de correos a mandar un telegrama al «Señor Dios», con domicilio en «El Cielo».
El empleado del correo se niega a enviarlo y Violeta hace llamar al encargado, quien la reconoce y le acepta el envío. Cuando vuelven tiempo después a su casa, los hijos encuentran la carta, que ha vuelto por no encontrar el domicilio del destinatario. Los hijos se sorprenden al ver que el telegrama está despachado dos horas antes del mayor terremoto en la historia de Chile.
«Puerto Montt está temblando / con un encono profundo, / es un acabo de mundo / lo que yo estoy presenciando, / a Dios le voy preguntando, / con voz que es como un bramido, / por qué manda este castigo. / Responde con elocuencia: / se me acabó la paciencia, / y hay que limpiar este trigo, / y hay que limpiar este trigo».
Debido al intento de suicidio de su hermano Lalo viaja de urgencia a Argentina junto a su madre y acompaña a su hermano en su recuperación. Para saldar las cuentas consigue algunas presentaciones en Canal 13 y llega a grabar un disco para Odeon. Viaja nuevamente al Festival de las Juventudes, pero esta vez para cantar junto a sus hijos Isabel y Ángel. Parte en 1962 junto a la delegación Argentina y Uruguaya. Violeta siempre supo que volvería a Europa. Se instala en París.
Convierte su cuarto de hotel en un taller desde donde cumple su misión principal: ser una fuente de difusión para la cultura de su país. Pero en 1964 de nuevo lo impensado. Envía una propuesta al Louvre para conseguir un lugar en el Museo de Arte Decorativo, y luego de insistentes visitas lo logra. Violeta concurre a la muestra todos los días con su guitarra y sentada en una silla canta entre las obras algunas de sus canciones. Llegan familiares, amigos, críticos y periodistas.
En el mejor momento del viaje por Europa con su nuevo Volkswagen combi, comprada con las ganancias de las ventas de sus producciones, recibe una carta de sus pagos que la preocupa demasiado y decide regresar. Nada importante pasaba, más que las ganas de sus hijos de tenerla con ellos. Sorprendida gratamente por el reconocimiento que habían logrado impulsa, junto a ellos, la creación de una carpa de la cultura popular, casi una universidad inaugurada a finales de 1965 en el parque La Quintrala, un predio bastante alejado y de difícil acceso.
«Después de cuatro semanas, / la carpa se levantó; / las gracias le doy mi Dios, / aunque me salieron canas. / No se me quitan las ganas / —dice Violeta contenta— / ya pasamos la tormenta, / ahora viene lo bueno, / ¡no le tengo miedo al trueno!»
Los primeros meses es un éxito rotundo, quizás por la novedad, quizás por el buen clima. De a poco la concurrencia va mermando y Violeta comienza a preocuparse. Esto produce graves conflictos familiares. Gilberto, su último gran compañero, cansado de las peleas, sin mediar palabras junta sus pocas cosas y se aleja. Violeta completamente desolada se deja caer y con un cuchillo corta sus venas una por una. Quiere que la mismísima muerte se la lleve.
Las canciones que aún le quedaban por escribir y un visitante desprevenido que entró en la carpa en ese momento la salvan. Aún no era su hora. La prensa publica la novedad y quienes hasta ahora la ignoraban en sus titulares la ponen en boca de todos.
Se recupera. Toma coraje y viaja a Bolivia a buscar a su Gilberto. Lo encuentra y luego de un tiempo lo invita a volver. Él se niega. El viaje de regreso es interminable. Todo ahora es cuesta arriba. Al año siguiente lo vuelve a intentar con peor resultado. Encuentra a Gilberto enamorado. Violeta comprende que ya no hay vuelta atrás. Regresa a Chile para ya no volver.
El proyecto de la Universidad Popular queda estancado. La carpa recobra algo de popularidad gracias a una entrevista en uno de los principales canales de televisión, pero una gran tormenta la derriba dejando cuantiosos daños. Devastada, frente a las pocas personas que concurren a la carpa interpreta su última composición Volver a los diecisiete. El público no aplaude, llora.
En diciembre de 1966 graba Las últimas composiciones un disco que mezcla los ritmos y géneros musicales que exploró en todos estos años. Una obra desconcertante y concluyente.
Violeta se siente sola y abrumada. Las deudas la sobrepasan. La vida comenzaba a despedirse. Como en cada momento importante de su vida la palabra de Nicanor parece determinante. Le aconseja que se vaya, que viaje a Argentina, que cambie el aire, que descanse y vuelva. Violeta no puede.
Ha decidido cada movimiento y cada detalle de su vida. Hasta el último. La mujer que trazó el destino de su recorrido en cada paso, decide su propio final.
No es vida la del chilote,
no tiene letra ni pleito.
Tamango lleva en sus pies,
mikao y ají en su cuerpo,
pellín para calentarse del frío de los gobiernos.
Llorando estoy que le quebrantan los huesos.
Me voy, me voy.
Prepara un té de flor de amapolas que tiene en remojo hace varios días. Lo toma con tranquilidad. Redacta la última carta para su hermano Nicanor. Con el arma que había comprado para protegerse pone un punto y seguido a su última canción. Porque una vez más, Violeta muere para volver a nacer.
GRACIAS A LA VIDA. Me tocó por el destino vivir y trabajar unos meses en Santiago de Chile,donde estaban reunidos muchos de los profesores de la UBA que habían sido echados de la Argentina por el gobierno militar de ese momento. De ellos,los Abeledo,quimicos también echados y exiliados de Buenos Aires, ya instalados en la Universidad chilena, me acompañaron entonces y me hicieron conocer la famosa Peña de los Parra, AUNQUE LA MISMA VIOLETA ya no estaba ¡se había suicidado! a pesar de su fama y de su inolvidable GRACIAS A LA VIDA que ya cantábamos llorando.todos. Mi mujer, Leonor, me visitó y me acompañó un tiempo,conocimos a la familia Allende, pero tuvimos que volver (¡escapados casi!) a Buenos Aires, Bisabuelo Héctor. (Profesor en la UBA).