Blog Página 3

Lo inaplazable es saltar

0

Ariel Aloi desnuda las palabras en busca del sentido exacto del ser y la poesía. Bienvenidos sus andares.

NO SÉ QUÉ ES EL AMOR

Me abrigo y me desabrigo, casi desvergonzado,
puesto que he exonerado al discernimiento
entre la sensatez de la cognición y una ingenuidad
tan desnuda como tus palabras indulgentes
y mis retribuciones de versos al mostrador de una cafetería,
a la apología de lúbricos entierros,
al abandonado fantasma que me sofoca en las confusiones
y que te arrulla en los matutinos.

Lo primero fue interrogarme las venas,
preguntarme las ausencias,
averiguarme las intemperies,
curiosearme los cicerones de tactos,
las sábanas,
las piernas,
las expiraciones,
los aromas,
las cutículas,
las lunas,
los relojes de arena,
las ciudades prohibidas,
y preguntarte qué es el amor.

EZQUIZOFRENIA

Ando y ando, y de tanto andar,
me forro de culebras y de puertas;
pero no ando triste, como presumen,
sino trastornado, henchido de unos do re mi,
y de otros fa sol la si, y de cortejos
que entierran dioses que no son mis dioses.

Ando y ando, y de un risco me vomito,
devuelvo entrañas y broto de espanto,
veo derrocar las tumbas del paladar ajeno,
las ausencias insignificantes de las perfecciones:
siempre a la espera del veneno, de un gemido aterrador,
de un desangramiento frenético.

Lo inaplazable es saltar y echarse,
danzar en el quejido, en el desprendimiento de carnes,
suponer las muertes, la propia y la de los otros,
y fulminarse de palabras,
fusilarse de vocablos,
inmolarse las venas con filosas hojas sin escribir.

Ando y ando, y seducidas por los cloacas,
las palabras se revisten de mierda
o de modas que, en definitiva, es lo mismo.

Ocurre, lo sé, y unas palabras se suicidan,
se esconden como excremento secreto
de la esquizofrenia poética
de los veinte dedos inventando caligrafías
de los versos que nadie oye.

Ando y ando, y abrevio los colapsos
para morir, despedirme,
desvanecer, enterrar mi lengua, velarme,
y sangrar hasta escribirme;
para escribirte
para parir
para ser.

UN NIÑO EN BRAZOS DE OTRO NIÑO

Digamos que un niño se acomoda en brazos de otro niño
y el niño primero lo sostiene en las ausencias,
y el segundo -más niño- acepta el refugio,
el abrigo posible para este tiempo silencioso.

Digamos que el niño siente miedo, o los dos,
pero ese miedo no le es permitido, o sí,
pero no, no se puede temer.

Al menos el niño –menos niño- no puede temer.

Digamos que el niño en brazos siente frío,
frío por los pies descalzos y por agosto, y por julio.
Y el niño sostén decide perder su calor y prestarlo,
y sentir frío, y ofrecer a cambio sus dos brazos.

Digamos que el niño más niño se duerme.
¿Y el segundo, cómo dormir, cómo cerrar los ojos?
el más chiquillo duerme y el otro, ese niño que viaja,
decide perder sus párpados a cambio de tiempo.

Digamos que son solo dos niños que viajan,
un niño en brazos de otro niño.
Un niño casi niño y otro, también, casi viento -y a veces tempestad-
dos niños, tan sólo dos niños que viajan sin destino.

Digamos que un niño tiene hambre, ese niño,
el que viaja de noche, con poco tiempo,
¿y si el niño llora de hambre en su cuna de brazos de niño?
¿y si no llega la primavera y se marchita?

Digamos que un niño, tan sólo un niño en brazos,
rompe en llanto de sangre, sí, de sangre,
y el niño cuna, y escolta, y protección, y sombra,
siente ese llanto y se desangra, también, pero por dentro.

Digamos que dos niños, ¡dos niños, tan sólo dos niños!
viajan y viajan, y uno no sabe –mejor así-
y el otro ni derecho a morir tiene.

UNA MUJER EN UNA ESQUINA DE BUENOS AIRES

Me han dicho que el universo se tuerce en una esquina,
se bosqueja de bordes, de escuadras, de infelices obituarios,
de vinos tintos livianamente derramados en la arista chueca.

Sin embargo, no es la matemática, no podría serlo:
es una mujer con un libro abierto,
mira el cielo,
y un pliego megalómano y una epifanía de ocasos y acasos.

¿Será, acaso, un ensayo de poesías o una treta infame de palabras enroscadas
para ser digeridas, lastimosamente, hasta el sanitario?
Me he dicho que sí, que quizás lo sea.

¿Será el ocaso o el oriente,
las postrimerías,
los deshábitos de una vista rota ,
el silencio desorbitado,
las entrañas extenuadas del mundo,
el sicalíptico delirio de la imaginación?

Me gusta ésa mujer con un libro abierto
en una esquina de Buenos Aires
inventando la sátira desinventada de la rutina,
la lenta lluvia de una desnube en un cielo despejado,
una canoa de pelusas azules,
el olor de un cuerpo desnudo y un café noctámbulo.

Me gusta ésa misteriosa mujer
con una historia para volarse de golondrinas
todas las monotonías, todos los tedios,
todos los días por desmorir,
todas las fantasías que reavivan el alma.

LA SALIVA

Me desencontraré en los postigos inciertos de alguna partida
cuando las confidencias de una eufonía perdurable,
arrimen todas las rimas coléricas de un podio infame,
todos los surmenage arrebolados,
todas los tranvías, los bares, las pócimas,
todos los montones de tribulaciones,
casi congojas, casi tormentos,
casi estos viceversas invertidos, de reversos,
casi trastornados de luceros.

Te veré en el clavicordio sonámbulo, laberíntico,
y sin pasaportes al parnaso,
iré versificándote los rastros,
componiéndote las huellas,
concordándote los pájaros,
surcándote la saliva
con las palabras.

BIOGRAFÍA

Ariel Aloi es escritor. Nació en Lanús, Buenos aires, en 1984.

En el 2015 publicó Aviones de papel, su primera novela corta, editada también en México al año siguiente (Elideth Venegas-Grimaldo y Ediciones de la noche). Esta nouvelle fue adaptada al teatro por Laura Lasalvia y co-dirigida por el autor.

Su segunda novela —publicada en 2017— se llama Las edades de la lluvia.

El niño secreto

0

En 1958 Rodolfo Walsh viajó a Uruguay para entrevistar a un niño de once años. Patricia Morante lee aquella crónica de un periodista en transición.

El violento oficio de escribir es uno de los mejores trabajos realizados sobre Rodolfo Walsh. En él, Daniel Link —su editor— explica una doble transición en el periodista: política y estética. De la política se sabe tanto más, dado el compromiso histórico que Walsh asumiría con el correr de los años, saltando del antiperonismo intelectual al socialismo revolucionario y militante. De la transición estética, en cambio, se sabe menos. Dice Link:

“1956 es el encuentro con el destino literario y político para el que Walsh se preparaba. ‘Hay un fusilado que vive’, le dicen. ‘Yo quería ganar el Pulitzer’, recordaría él años más tarde. En los apéndices incluidos en la edición de Operación Masacre publicada por Planeta puede leerse la historia completa de la preparación de ese libro (…)

Probablemente soñó con una notoriedad que, entonces, los grandes diarios, de acuerdo con las instituciones afectadas por su investigación, le negaron. Durante 1957 escribe dos «obras» que considera mutuamente excluyentes: la segunda serie sobre los fusilamientos de José León Suárez, que publica en Mayoría, y las notas que sigue entregando a Leoplán y que, por pudor o repugnancia firma muchas veces con el seudónimo Daniel Hernández, su alter ego de Variaciones en rojo. Es evidente que no es eso, ya, lo que Walsh considera su obra. ‘Lo que llamo periodismo aunque no es periodismo’ es, sin embargo, lo que le permite vivir (…)

Hay dos mundos, y dos estéticas en esta época de los textos de Walsh. Como antes se dijo: estas estéticas se excluyen mutuamente, al menos en el propio imaginario del escritor. El último episodio de esta escisión brutal está representado en las tres notas que siguen. Dos de ellas pertenecen a la serie de Operación Masacre (y se refieren al entonces jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, Desiderio Argentino Fernández Suárez, responsable directo de los fusilamientos de 1956), la tercera cierra definitivamente la posibilidad de una literatura pura, que Walsh, melancólicamente, deposita en las espaldas de ‘el niño poeta’ (…) La escritura de Walsh marcha definitivamente hacia su consolidación en el borde peligroso en el que la ficción y la verdad se confunden, en el que el periodismo y la prosa literaria se mezclan, en el que toda definición estética se subordina a la eficacia política”.

Es esta crónica sobre ‘el niño poeta’ la que a continuación nos lee Patricia Morante.

 

Ese barrilete del poder

0

La relación de Clarín con el poder político está lejos de ser aburrida. Federico Acosta Rainis explica las gambetas del multimedios con el peronismo, las dictaduras y el kirchnerismo.

Hablar hoy de Clarín remite de inmediato a la archipresente grieta y, acto seguido, a la fascinación por los fetiches que todo-lo-explican: dependiendo del cómodo lugar en que cada uno se pare, el Grupo representa todo lo bueno o todo lo malo que hay en el periodismo. Una de las consecuencias más insoportables de la disputa que el kirchnerismo y Clarín mantuvieron durante los últimos ocho o nueve años es que la historia de las relaciones entre un gobierno y los grandes medios pareciera reducirse solamente a esa batalla, a ese período de ocho o nueve años.

Pero no: Clarín nació antes que Néstor y cuando el santacruceño aún usaba pañales el diario fundado por Roberto Noble ya estaba surfeando sus primeras grietas. La propuesta de este texto, entonces, es hablar de Clarín pero con una mirada de largo aliento que busque continuidades y puntos de inflexión, similitudes y diferencias a lo largo de su recorrido. Para ello, se hará un breve repaso de tres períodos políticos concretos de la historia del diario, poniendo énfasis en su relación con el Estado y los gobiernos: el primer peronismo (1946-1955), la última dictadura cívico-militar (1976-1983) y las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner (2003-2015).

Este análisis parte de una constatación histórica y dos presupuestos generales. La constatación histórica es que en nuestro continente los medios siempre necesitaron del Estado para sobrevivir, debido principalmente a la inexistencia de públicos masivos y a la endémica inestabilidad económica y política de los países latinoamericanos. Esta situación determinó un juego de toma y daca entre ambos actores que tuvo diferentes formas pero siempre pesó en el comportamiento empresarial, editorial y estratégico de los medios.

“Clarín nació antes que Néstor y cuando el santacruceño aún usaba pañales el diario fundado por Roberto Noble ya estaba surfeando sus primeras grietas”.

El primero de los presupuestos es que tanto la historiografía liberal —aquella que considera a la prensa como un dispositivo democratizador frente al poder del Estado—, como la historiografía antiliberal o revisionista —que la supone un comisario de las elites frente a gobiernos populares— tienen una capacidad explicativa débil porque operan como un corsé teórico que confirma lo que presupone: una especie de profecía autocumplida. Para deconstruir la complejidad del mundo periodístico hay que eludir las grietas y tomar en cuenta las propias expectativas e intereses de cada medio en cada contexto histórico en particular.

Aquí aparece un segundo presupuesto rector: los medios no son dispositivos monolíticos que operan de forma coherente en una sola dirección —por la supuesta voluntad de sus accionistas, directores o periodistas, las presiones gubernamentales, etc. Por el contrario, constituyen un universo múltiple, sujeto a tensiones externas e internas, líneas de acción contrarias, intentos frustrados, negociaciones, tácticas y estrategias fluctuantes que deben analizarse tomando en cuenta su trayectoria, la mencionada relación con el Estado, su público, su ideología, el mercado, etc. Lo mismo vale para los periodistas: como sujetos antes que nada tienen agencia —voluntad, deseos, dudas, contradicciones—, y no pueden ser concebidos como una reproducción a escala de la línea editorial del medio al que pertenecen.

Los inicios del proyecto de Noble: Clarín y el primer peronismo

Roberto Noble fundó Clarín en 1945. Era un periodista con aspiraciones de ascenso social y una trayectoria zigzagueante en política (diputado socialista, entre 1930 y 1935; ministro del gobernador bonaerense conservador Manuel Fresco, entre 1936 y 1939) y se propuso crear un diario masivo que le rindiera económicamente y, al mismo tiempo, le sirviera para acrecentar su poder político. Imaginó entonces un medio que combinara la sólida trayectoria doctrinaria de La Nación con la modernidad de una empresa periodística rentable [i], con el objetivo de convertirse en una voz escuchada por una amplia mayoría de los argentinos.

Noble no contaba con el dinero suficiente para lanzar su proyecto y por eso Sivak destaca la “precariedad inicial” que atravesaba el matutino: los fondos fundacionales provinieron de un heterogéneo grupo de empresarios con ideologías diferentes y las primeras tandas de papel prensa las aportó Cabildo, un diario propiedad de Fresco. Desde un comienzo, Noble le dio al matutino una orientación muy personalista y comenzó a tejer alianzas con la mayor cantidad de actores posibles —algunos incluso opuestos entre sí—, entre ellos el poder político de turno, con el propósito de garantizar el acceso a diferentes beneficios y fondos.

Es en estos términos como hay que pensar su relación con el peronismo: aunque durante la campaña electoral que llevó a Juan Domingo Perón a la presidencia en 1946, Clarín secundó desde sus páginas la fórmula Tamborini-Mosca, fue también el primer diario opositor que reconoció su victoria, una situación que llamó la atención de la propia embajada de EEUU en Argentina. Poco se demoró el periódico que se declaraba independiente en apoyar desde sus páginas al proyecto de transformación político, económico y social que proponía el peronismo, a pesar de no hacerlo nunca con el fervor de la prensa oficialista.

“…tanto la historiografía liberal como la antiliberal o revisionista tienen una capacidad explicativa débil porque operan como un corsé teórico que confirma lo que presupone: una especie de profecía autocumplida”.

Más allá de su cercanía ideológica con el nacionalismo, Noble tenía buenas razones para actuar así. En esa época, Argentina era el cuarto país con más lectores de diarios en el mundo [ii] pero carecía de fábricas de papel prensa e importaba la totalidad del insumo del exterior: una situación problemática tanto por la inestabilidad política del país como por los recurrentes cambios en el precio internacional del papel. Perón aprovechó esta circunstancia para premiar o castigar a los medios más o menos afines, manejando a discreción las cuotas de papel importado que les asignaba.

La presión del peronismo sobre la prensa fue continua e incluyó censuras, huelgas, recorte de pauta, clausuras y expropiaciones. Pero, aunque provocó fuertes protestas en el mundo periodístico, fue deliberadamente ignorada desde las páginas de Clarín [iii]. La de Noble fue una gran estrategia: a diferencia de otros diarios no peronistas, la cómoda relación “independiente” pero cercana con el gobierno —aceitada a través del vínculo personal entre Noble y Raúl Apold, el encargado de comunicación del peronismo— le ahorró problemas y le proporcionó buenos beneficios: 3.5 millones de pesos en papel, 1.6 millones de publicidad, créditos hipotecarios y hasta la intervención personal del propio presidente a la hora de evitar una investigación a fondo sobre el poco claro origen de sus fondos. Mantenerse cerca del Estado también le permitió a Clarín aprovechar nuevas oportunidades. Cuando, en un deliberado ataque a la libertad de prensa, el peronismo expropió La Prensa, el diario más importante del país, Clarín desconoció el conflicto y solo se preocupó por recoger sus frutos: se quedó con una buena parte del público del matutino expropiado y —un botín más jugoso aún— con sus avisos clasificados[iv].

El proyecto de Noble de hablarle a un público masivo comenzaba a volverse realidad: si al inicio del primer gobierno de Perón, Clarín vendía unos 160.000 ejemplares diarios [v], en 1957 ya era una empresa rentable y en crecimiento con una tirada superior a los 270.000 ejemplares, que se consolidaba más allá del proyecto peronista. Clarín supo usar al peronismo y su incorporación de grandes masas al mundo del consumo en provecho propio. Sivak [vi] lo explica así: “Sin la pretensión de criticar a un gobierno que veía popular e inapelable, (Noble) durante un decenio hizo un diario no ideológico […]. Ignoró las críticas de la oposición y las propias y diluyó cada uno de los conflictos que habían emergido en la sociedad argentina. Convirtió al peronismo en el único y excluyente actor. Fue su estrategia de supervivencia y expansión”.

En 23 de septiembre 1955, después de nueve años de sintonía con el gobierno, de apoyarlo en las elecciones, de condenar el bombardeo de Plaza de Mayo de junio y rechazar desde sus páginas una salida antidemocrática, solo una semana después del golpe que derrocó a Perón, Clarín tituló en tapa: “Cita de honor con la libertad. También para la república la noche ha quedado atrás” y llamó al general depuesto “dictador”. De inmediato, el diario construyó un relato épico y falso sobre su dura batalla por la libertad durante la supuesta dictadura peronista. Noble repitió con la denominada Revolución Libertadora la maniobra que había empleado en los inicios del peronismo: mantenerse en buenos términos con los recién llegados al poder.

 

La dictadura militar: el sueño del papel propio

La última dictadura cívico-militar (1976-1983) se propuso destruir la Argentina existente y crear otra por la fuerza, persiguiendo, torturando y asesinando a todos aquellos individuos o grupos que quisieran resistirse o resultaran, a sus ojos, sospechosos. Los militares instauraron un nuevo juego de reglas de distribución del poder y de relaciones sociales basadas en el terror y el férreo control de los cuerpos, los discursos y las palabras, que no tiene comparación alguna con cualquier otra transformación que haya sufrido el país durante el siglo XX; a la hora de pensar en el rol de los medios durante esta etapa, es fundamental tomar en cuenta esa singularidad histórica.

Los militares sabían que para poder llevar a cabo su tarea era clave mantener sumisa a la prensa y, por eso, una de las primeras reuniones que del presidente de facto Jorge Rafael Videla fue con los dueños de los principales medios, para “pedirles” su colaboración. Entre los convocados estuvo la cabeza de Clarín, Héctor Magnetto. El mismo 24 de marzo de 1976, la dictadura emitió su comunicado n°19, que castigaba con hasta diez años de cárcel a quien “difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes” que de alguna manera perjudicaran a las fuerzas de seguridad. De ahí en adelante, los medios solo podrían usar los datos y partes oficiales del gobierno [vii].

Clarín, con su habilidad especial para detectar cambios en el poder, apoyó el golpe de 1976 desde antes de que se produjera. El periódico tenía afinidad con el desarrollismo desde la época de Arturo Frondizi y veía con ojos buenos a Videla porque lo consideraba cercano a sus ideas: compartía particularmente su voluntad de poner “orden” al caos político que había en el país. En este nuevo escenario, la estrategia informativa que siguió el matutino puede calificarse como de “opacidad” [viii] o de “silencio editorial estratégico” [ix]: eliminó casi cualquier contenido interpretativo limitándose a reproducir la “pura y monocorde megafonía del palabrerío oficial” [x].

“La presión del peronismo sobre la prensa fue continua e incluyó censuras, huelgas, recorte de pauta, clausuras y expropiaciones. Pero, aunque provocó fuertes protestas en el mundo periodístico, fue deliberadamente ignorada desde las páginas de Clarín”.

Pero más allá de una cierta cercanía ideológica, durante el gobierno militar ocurrió un hecho fundamental, que constituye a la vez una continuidad y un punto de inflexión en la historia del matutino: la adquisición de parte de las acciones de Papel Prensa, el proyecto de creación de la primera fábrica de papel prensa del país. El procedimiento estuvo atravesado desde el inicio por una serie enorme de irregularidades —plata sucia, asignaciones por decreto, presiones a los dueños para vender, compra a precio vil, etc. [xi] — de las que Clarín fue cómplice mudo, junto a La Nación y a la dictadura genocida. Esta complicidad, el silencio frente al terrorismo de Estado y el “presentar una promoción industrial sectorial como una oportunidad para el progreso del país” [xii] argumentando que el monopolio de Papel Prensa era ejemplo de un modelo de sustitución de importaciones, forman parte de lo que siguiendo a Blaustein [xiii] se puede llamar una “escandalosa claudicación ética” por la que Clarín jamás ensayó un mea culpa.

Aquí hay un punto de continuidad histórico en el diario fundado por Noble: la búsqueda persistente por acceder al preciado papel. Como accionista de Papel Prensa, Clarín obtuvo además créditos para la construcción, exención de impuestos, reducción de tarifas y baja de más del 50% en los aranceles de importación: el resto de los diarios no solo quedaron fuera del proyecto sino que además pagaron más por el papel importado. Pero lo novedoso es que, con la compra de la papelera, Clarín dio un salto cualitativo hacia una “integración vertical” [xiv] que prefiguraría su futuro como conglomerado empresarial con ambiciones mucho más allá del universo de los medios. Al final de la dictadura, el grupo tenía doce empresas y había diversificado sus negocios hacia los sectores inmobiliario, agropecuario y de inversiones, entre otros [xv].

Resulta interesante tomar en cuenta este aspecto para pensar por qué, a pesar del pacto de autocensura y de negociados conjuntos con el gobierno de facto, el diario fundado por Noble —especialmente después del Mundial de 1978—, se animó a empezar a criticar la política económica neoliberal de Martínez de Hoz, que nada tenía de desarrollista. Una hipótesis posible es que la voluntad empresarial del diario y su crecimiento en ventas —otra similitud con la etapa peronista: la tirada pasó de 380.000 ejemplares en 1973 a 536.000 en 1983 [xvi] —, le permitieron adquirir una cierta autonomía con respecto al poder político, incluso bajo la presión de la dictadura militar. Cabe preguntarse si estas críticas sobre la orientación económica que tomaba el país, obviamente moderadas, hubieran sido posibles durante el gobierno de Perón, cuando el matutino recién salía a la cancha.

Con amor o con odio: la relación entre el kirchnerismo y Clarín

Durante la década previa a la llegada de Néstor Kirchner al poder, Clarín había cambiado mucho: gracias a la expansión de su horizonte empresarial se había vuelto un poderoso y concentrado grupo mediático —vale recordar que varios de sus medios los había obtenido de forma irregular, como lo demuestra Julio Ramos [xvii] para los casos de Canal 13 y Radio Mitre— en crecimiento exponencial, especialmente después de ingresar al negocio del cable.

Pero no todo fueron rosas: para adquirir presencia masiva en ese segmento el conglomerado necesitó de una gran cantidad de capital que obtuvo endeudándose con acreedores internacionales. Cuando la crisis económica del 2001 acabó con la paridad peso/dólar y el valor del billete verde se triplicó, ese enorme pasivo puso en riesgo al grupo, que incapaz de cumplir con sus compromisos estuvo a punto de quedar bajo control extranjero. Frente a esta amenaza, Magnetto otra vez hizo lobby para recibir la preciada ayuda estatal. La salvación llegó con la Ley 25.750, conocida como Ley de Bienes Culturales, aprobada en 2002 durante el mandato de Duhalde y promulgada en 2003, cuando Kirchner ya era presidente. Esta ley impedía que las empresas en crisis pertenecientes a la “industria cultural” pudieran, por intermedio de la Ley de Quiebras, quedar en manos de sus acreedores extranjeros.

Para entender la relación entre Clarín y el kirchnerismo, es interesante tomar en cuenta el surgimiento de lo que siguiendo a Pérez Liñán y Waisbord, el filósofo Philip Kitzberger [xviii] denomina una “nueva arena institucional de los medios […] capaz de determinar el destino o la vida de un gobierno”: el novedoso y poderoso rol que los medios fueron asumiendo a partir los noventa, que en nuestro país se encontró con “una clase política a la defensiva” [xix]. Los Kirchner, al igual que otros líderes políticos latinoamericanos de la época, tomaron nota de esta situación y desarrollaron estrategias comunicativas para problematizar y tensionar ese rol predominante de los medios en la esfera de discusión pública.

“Como accionista de Papel Prensa, Clarín obtuvo además créditos para la construcción, exención de impuestos, reducción de tarifas y baja de más del 50% en los aranceles de importación”.

El método empleado al inicio por el kirchnerismo consistió en negociar con los grandes medios a cambio de pauta oficial y beneficios [xx]. Clarín fue uno de ellos. Aunque niega haber participado de las ofertas, Magnetto dice en su autobiografía: “(Néstor Kirchner) daba a entender que nos convenía llevarnos bien si queríamos crecer y ganar nuevos negocios” [xxi]. Según el director, Clarín tenía algunos puntos en común con el nuevo gobierno: “La renegociación de la deuda […], los superávits gemelos […] la renovación de la Corte Suprema” [xxii], entre otros. Fue un período bueno tanto para el matutino fundado por Noble, que siguió aumentando sus ventas y se recuperó de la pasada crisis, como para Néstor Kirchner, que empezó a consolidar su poder político. La sociedad convenía a ambas partes y, en 2007, justo antes de dejar la presidencia en manos de su esposa, Kirchner tuvo un gesto sustancial con Clarín al autorizar la fusión entre Multicanal y Cablevisión. El grupo se convirtió así en un virtual monopolio en el segmento del cable, y el gobierno esperaba seguir teniéndolo de lado.

Pero no. El amor finalizó bruscamente durante el lockout agropecuario del año siguiente, que enfrentó al gobierno con los productores rurales por el intento de modificar las retenciones a la exportación: el ex presidente se sintió traicionado por la cobertura que el grupo dio a los piquetes y las protestas. Al romper aguas con Magnetto, el kirchnerismo comenzó a construir un ecosistema de medios afines para pelear lo que llamó una “batalla cultural” y apuntó todos sus cañones contra Clarín. Esto quedó en evidencia con la aplicación selectiva por parte del gobierno de la llamada Ley de Medios para perjudicar al grupo, al tiempo que hacía la vista gorda con otros empresarios del sector.

Durante la última presidencia de Cristina Fernández (2011-2015) la polarización alcanzó su punto máximo. En este período se pudieron observar algunas de las particularidades de las que Fernando Ruiz [xxiii] caracterizó como “guerras mediáticas”: guerras con preeminencia de la clase media en las que se desdibujan las reglas profesionales del periodismo y su compromiso con la verdad, el otro se convierte en un enemigo o traidor que hay que vencer a cualquier costo, el Estado toma parte activa en la batalla y, a la larga, cada uno de los bandos termina repitiendo lo mismo para su mismo público, sin posibilidad alguna de comunicarse con los que se encuentran del otro lado. La conocida grieta, con todos sus grises, blancos y negros.

Conclusiones

Tomando en cuenta lo planteado al inicio —que los medios no son ni “buenos” ni “malos” ni dispositivos homogéneos—, es posible detectar, a grandes rasgos, una continuidad en la historia de Clarín: la voluntad de crecimiento/expansión/sostenimiento a partir de la búsqueda de beneficios por parte del Estado, en términos de créditos, facilidades, promoción, intercambio de favores, asociación común, dictado de leyes, etc. La estrategia fue casi siempre la misma: licuar en sus páginas los conflictos que fuesen incómodos para el gobierno de turno, pero nunca ser tan oficialista como para mantener su cuota de lectores y despegarse a tiempo en caso de olfatear posibles cambios en el poder. Obviamente, no se trató de una relación unilateral: los diferentes gobiernos también “usaron” a Clarín para cubrir errores y consolidar sus mandatos.

Para salir siempre airoso, Clarín tuvo que ser muy flexible a nivel ideológico: el ejemplo más claro fue su espectacular paso del peronismo al antiperonismo sin ningún tipo de transición, en septiembre de 1955. Aunque este comportamiento parecería incompatible a la hora de fidelizar lectores, para Clarín funcionó bien porque se concentró en una mayoría transversal y genérica de los argentinos, un público mucho menos politizado que el de otros matutinos, como por ejemplo La Nación. Ese fue uno de los grandes aciertos de Noble, que Magnetto mantuvo: a pesar de los altibajos políticos y económicos del país, el diario creció sostenidamente durante toda su historia.

En cuanto a cambios, es posible detectar un aumento progresivo de la autonomía de Clarín, en su capacidad de despegarse cada vez con más facilidad y anticipación de los gobiernos de turno, una autonomía que está relacionada directamente con su crecimiento empresarial. Con el peronismo el quiebre ocurrió recién al final; durante la dictadura —y a pesar de la dictadura— el matutino se dio el lujo de criticar tibiamente la política económica; a Alfonsín lo fustigó ya desde su segundo o tercer año de mandato y bajo la administración de los Kirchner, el diario sostuvo una agresiva campaña opositora durante por lo menos siete u ocho años. Esta afirmación debe matizarse tomando en cuenta que, incluso en un momento tan tardío como en el 2001, el grupo volvió a necesitar del gobierno de turno para poder subsistir. Como dice Sivak [xxiv], Clarín condicionó “su autonomía frente a la política y frente al Estado”, pero lo hizo cada vez con mayor poder de negociación.

Para finalizar, cabe volver destacar dos hitos fundamentales en la historia del diario: la compra de acciones de Papel Prensa, que prefiguró su crecimiento empresarial, y la agresiva adquisición de medios que comenzó en los noventa y lo convirtió en uno de los grupos de medios más grandes del mundo.

Notas:

[i] SIVAK, Martín. Clarín, el gran diario argentino: una historia, Buenos Aires, Planeta, 2013.
[ii] SIVAK, Martín. Op. Cit., pp. 50-66.
[iii] SIVAK, Martín. Op. Cit., p. 105.
[iv] SIVAK, Martín. Op. Cit., pp. 70-88.
[v] BORRELLI, Marcelo, “Una batalla ganada’: Clarín y la compra de Papel Prensa (1976-1978)” en Voces y silencios: La Prensa argentina y la última dictadura militar (1976-1983), Jorge Saborido y Borrelli (compiladores), Buenos Aires, Eudeba, 2011.
[vi] SIVAK, Martín. Op. Cit., p. 118.
[vii] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Decíamos ayer: La prensa argentina bajo el Proceso, Buenos Aires, Colihue, 1998.
[viii] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Op. Cit., p. 31 y ss.
[ix] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 27.
[x] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Op. Cit., p. 31.
[xi] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 27 y ss.
[xii] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 43.
[xiii] BLAUSTEIN, Eduardo Blaustein, y ZUBIETA, Martín, Op. Cit., p. 51.
[xiv] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit., p. 22.
[xv] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit.
[xvi] BORRELLI, Marcelo, Op. Cit.
[xvii] RAMOS, Julio. Los cerrojos a la prensa, Buenos Aires, Amfin, 1993.
[xviii] KITZBERGER, Philip, “Las relaciones gobierno-prensa y el giro político en América Latina”, en Posdata. Revista de Reflexión y Análisis Político, 14, Buenos Aires, 2009, p. 158.
[xix] KITZBERGER, Philip, Op. Cit., p. 158.
[xx] KITZBERGER, Philip, Op. Cit.
[xxi] MAGNETTO, Héctor, Así lo viví, el poder los medios y la política argentina (en Diálogo con Marcos Novaro), Buenos Aires, Planeta, 2016, p. 69.
[xxii] MAGNETTO, Héctor, Op. Cit., p. 64.
[xxiii] RUIZ, Fernando, Guerras mediáticas. Las grandes batallas periodísticas desde la Revolución de Mayo hasta la actualidad, Buenos Aires, Sudamericana, 2014.
[xxiv] SIVAK, Martín. Op. Cit., p. 60.

Pequeños desvaríos

0

La poética cotidiana vive en la casa de Mariano Massone. Cuándo él la encuentra, nace una poesía.

Domingo 07:58 am.

Todo en la casa duerme, el lenguaje
también insonoro se remilga
en silencio, ruidoso su ausentismo.

Atreyu duerme blanco y amarillo,
sobre sus sueños de teta materna
va imantando su sencillez de gato,
así consume el tiempo de domingo.

Marcos imagina hacer revoluciones
en planillas de Excel, mientras
los rumbos de vida de las personas
se convierten en números y estadísticas.

Marina, insomne, camina de un lado
a otro, asqueada de novedad, de su nuevo
rol de madre, tía del pequeño blanco
y amarillo que sueña tranquilo.

Suceden los momentos de escritura
y sólo las teclas del teclado arruinan
la atmósfera matinal de este feriado.
Algo queda, pequeños desvaríos.

Jueves 10: 31 am.

Entre mates y sopor de invierno
intento encontrar el momento
literario. Ese que se esconde
entre los pliegues de lo real.

Algo siniestro se aproxima:
Atreyu me muerde las manos,
Marina lo bufa jodida.

Pero la pelea nunca se termina
de formar del todo. Es como
un revuelo que empieza
y termina en sí misma.

Un círculo de miradas
y bufidos hasta que alguno
de los dos decide irse.

Me despierto en ese bardo,
en medio de esa guerrilla
de gatos que se conocen.

Intento encontrar el momento
literario del día. La televisión
dice “Raid delictivo en Palermo”.

Jueves 13:15 pm.

No entiendo cómo hay gente
que hace el pan casero
con un solo leudado.
Las cosas tienen su tiempo.

El pan debe levar dos veces,
ese es el truco para todo:
darle el espacio que se merecen
a las cosas de la vida.

Atreyu juega con una ratita
de juguete que posee
en la cola un cascabel.

Lo reto cuando muerde
los cables de la computadora.
Es muy chiquito para quedarse
electrocutado, por un mordisco.

Las vidas tienen sus momentos:
morder cables, jugar con ratitas;
y la paciencia de dejar leudar,
que todo se agrande mágicamente.

Viernes 12:47 pm.

Alexis vino a taller a la mañana.
Produjo un cuento donde la realidad
se deshilacha y él va juntando su ovillo.

La realidad se deshilacha, es una
realidad. Creer eso es ver cómo
la televisión auspicia las catástrofes
por venir, que sucederán.

Parece que va a suceder la tormenta
más grande de la historia:
un tornado de situaciones concretas
se abalanzarán sobre las calles.

Acá, adentro, leemos y pasamos
el rato, como quien no quiere
la cosa. Inventamos ocupaciones
para disfrazarnos de nosotros mismos.

Alexis se fue y hablamos de Penelope,
de crear otra realidad con los retazos
de realidad muertos. Quizás sea eso.

Sábado 17:29 pm.

Amaso mis ideas con
harina, levadura y sal.
Necesito tener las manos
ocupadas para tener pensamientos.

Voy penetrando, suavemente,
la levadura en la harina integral
y mis ideas van tomando forma
de masa amorfa que no responde.

¿Cómo encontrarle, en esta masa,
un sentido a todo esto que nos rodea?
¿De qué manera armar la consistencia
de las figuras con un sentido acabado?

Leudo veinte minutos y pienso.
Quizás sólo sea dejar estar y yo
estoy rompiéndome la cabeza como loco.

Solo una larga esperanza

0

En el Monteagudo, un hogar que recibe a hombres en situación de calle, se mezclan historias tremendas y solidaridades a prueba de balas.

Sentado en la cama, José dibuja. Traza unos firuletes elegantes con un lápiz que no es tan negro como sus ojos. Con esa boina dada vuelta, la barba rala y los cabellos azabache hasta los hombros, parece el “Che” Guevara, aunque la cara chupada y llena de arrugas le dan también un aire de Don Ramón cordobés.

José dibuja y, sin quitar la mirada del papel, cuenta que perdió la pierna izquierda a los nueve, cuando la policía lo tiró del tren, y el brazo izquierdo hace nueve, a los 42, cuando era el brazo o la vida. Así y todo, es un privilegiado: tiene más cosas que la mayoría de los habitantes del Centro de Integración Monteagudo. Ahí nomás yacen todas ellas: una tele blanco y negro siempre encendida, muchas zapatillas diestras, un par de muletas, algunos lápices, un cañito de cobre relleno de pasta base.

José también dibuja para olvidar y, cada tanto, como para ayudarse en esas tareas —dibujar, olvidar—, fuma un pipazo de paco. Entonces, una nubecita química inunda ese ángulo del galpón, donde hay otras 119 camas dispuestas en filas y columnas.

El Monteagudo es un hogar para hombres ubicado en Monteagudo 425, Parque Patricios, y está abierto las 24 horas para recibir a varones de entre 18 y 60 años que no tengan donde dormir. Lo gestiona la ONG Proyecto 7, fundada por Horacio Ávila, un tapicero que en 2001 perdió todo y quedó en la calle. No importa la temporada: el Monteagudo casi siempre está a tope y es difícil conseguir lugar. Se sirven las cuatro comidas diarias y hay apoyo de psicólogas y trabajadoras sociales. Todos los hombres que trabajan allí —unos veinte, entre encargados, cocineros y limpieza—, son internos del hogar y cobran un sueldo.

«EN EL HOGAR SE RESPIRA UNA LIBERTAD RARA: PASTOSA, OSCURA, CONTRADICTORIA. TIENE ALGO DE PABELLÓN CARCELARIO: HAY QUE SABER CON QUIÉN HABLAR, DE QUÉ MANERA Y, AL MISMO TIEMPO, SE ADIVINAN SOLIDARIDADES A PRUEBA DE BALAS”.

—La calle es mi vida, mi escuela, pero estoy cansado —dice José, que nunca aprendió a leer ni escribir y para contar por cuántos institutos de menores, por cuántos penales pasó, hace rayitas en un papel: son siete y siete—. Lo único que pido son cuatro paredes, unas chapas, un arbolito y la cucha para el perro. Para vivir ahí.

Al Monteagudo se ingresa por un portón que dice, en grandes letras rojas sobre fondo blanco, “LA CALLE NO ES UN LUGAR PARA VIVIR, NI PARA MORIR”. Un corredor central atraviesa todo el espacio: a mano derecha está el comedor, pintado de un rosa espantoso, con una tele encendida y algunas mesas de plástico que tuvieron mejores años; a mano izquierda está el acceso a las oficinas, al baño, a la cocina. El espacio tiene continuidad absoluta: los internos se mueven de aquí para allá sin más límites que alguna que otra puerta cerrada dependiendo del horario.

Las camas cuchetas están al final, allá donde se abre un área de quince por treinta metros cubierta por un alto tinglado de zinc del que cuelgan varias lámparas de bajo consumo. A los costados del pasillo se deshacen en tiempo y óxido dos hileras de lockers que nadie usa. Casi todo está destruido y casi nada está duplicado: ni sillas ni mesas ni mantas ni cubiertos ni nada; la unicidad es la marca del deshecho, de lo que sobra, de lo que se pudo juntar.

En el hogar se respira una libertad rara: pastosa, oscura, contradictoria. Tiene algo de pabellón carcelario: hay que saber con quién hablar, de qué manera y, al mismo tiempo, se adivinan solidaridades a prueba de balas. Es un universo armado de mundos humanos infinitamente diversos, que conviven como pueden. El laburante que dejó en la calle el menemismo, el pibe que cayó en el paco, el viejo que ya no tiene familia, el muchacho que salió del penal con una mano adelante y la otra atrás. El cigarrillo funciona como principal divisa de entendimiento y de cambio.

En el Monteagudo se respira también, en cada rincón, el penetrante olor de la calle.

Juan Leal tiene 56 años y dirige el hogar. Fuma y fuma y habla con voz suave, pero es interrumpido cada dos por tres porque siempre aparece algo para resolver, como ahora, cuando llega un policía y le pregunta dónde llevar a una señora que encontraron sola, en silla de ruedas, deambulando por la ciudad. “Tienen que hablar con el BAP, llamar al 108”, explica el director.

Buenos Aires Presente (BAP) es el programa oficial porteño para auxiliar a las personas en situación de calle y derivarlas a diferentes paradores. Pero el Gobierno no parece tomarse muy en serio la cuestión. Por lo pronto, aún no aprendió a contar: desde 1997, cuando empezó a censar a los sin techo, ignora a las numerosas organizaciones sociales que registran cifras mucho mayores a las oficiales.

Este año, con la participación de unas cuarenta organizaciones sociales, políticas, estudiantiles, el Ministerio de la Ciudad y más de cuatrocientos censistas, se hizo el Primer Censo Popular de Personas en Situación de Calle (PSC). Los números revelaron lo que se pretende ocultar: el PSC detectó al menos 4394 personas en esa condición, que contrastan con las 1066 contabilizadas de forma oficial. La situación se agrava por la pasividad estatal ante la especulación inmobiliaria: ya en 2010 el último censo poblacional daba cuenta de unas 225.000 viviendas vacías en la ciudad.

“ESTE AÑO SE HIZO EL PRIMER CENSO POPULAR DE PERSONAS EN SITUACIÓN DE CALLE. LOS NÚMEROS REVELARON QUE HAY AL MENOS 4394 PERSONAS EN ESA CONDICIÓN, EN CONTRASTE CON LAS 1066 CONTABILIZADAS DE FORMA OFICIAL”.

Leal dice que, además de falta de voluntad política para resolver el problema, hay muchas trabas burocráticas. Algunas se vuelven grotescas:

—Si no tenés DNI, el BAP no te lleva. Pero el que está en la calle no tiene nada.

El director sabe de lo que habla. Después de perder su trabajo de muchos años, porque las fábricas y los noventa, se dedicó a la venta informal en la vía pública. Era una buena entrada de dinero, dice, pero la mano dura del gobierno porteño con los manteros acabó por arruinarlo. Colapsado por las deudas y el consumo problemático de uno de sus hijos, terminó bajo una arcada de la cancha de Huracán.

—Yo estaba en la calle hacía cuatro o cinco meses, pero en un momento perdí la noción del tiempo y del espacio. Lo que pasa es que te enajenás.

Un día llegó al Monteagudo, donde lo recibieron con una taza de mate cocido, le permitieron darse un baño y le dieron una cama. Con el tiempo, al compartir sus angustias con las trabajadoras sociales y con sus compañeros de vivienda, empezó a sentirse mejor y levantar cabeza. Después surgió la posibilidad de ser encargado y, a principios de este año, de convertirse en director. El hogar que administra es flexible y no tiene requisitos para aceptar internos. Bastan un par de reglas: “A medianoche se cierra el portón; quien quiera salir puede, pero hasta el día siguiente no entra nadie. Y el comportamiento: respeto, compañerismo y no robar”.

—Este espacio es algo nuevo para mí y varias veces estuve perdido como director. Para ayudarme, Horacio Ávila me dijo: “Caminá por el pasillo, subí la escalera, mirá para abajo y fijate qué descubrís”.

—¿Y qué descubriste?

—Que cuando ves las carencias del otro descubrís amor donde no existe.

Suena un timbre de recreo: son las 16:30 y es la hora de la merienda. Uno de los encargados acerca al comedor una bandeja llena de pan y un par de jarras con mate cocido. En una mesa, tres chicas muy UBA intentan sus prácticas de Trabajo Social:

—Todos los jueves, como hoy, vamos a dar un taller de fanzine. Es como una revista y pueden hacer los dibujos, cómics, cuentos o poemas que quieran.

Son pocos los que se acercan a participar. Una de las estudiantes cuelga un papel afiche blanco en la pared y escribe dos títulos, “CALLE” y “MONTEAGUDO”, bajo los cuales anota lo que va proponiendo el grupo. Al rato, debajo de “CALLE” no hay nada, pero “MONTEAGUDO” ya acumuló varias acepciones: Refugio, Ayuda, Casa, Arte callejero, Escuela de aprendizaje y Reconstruirse como ser humano.

“LAS HISTORIAS QUE SE ESCUCHAN EN LOS PASILLOS SON TODAS DIFERENTES, PERO LAS ATRAVIESA UN LUGAR COMÚN: LA FALTA DEL ESTADO PARA IMPEDIR QUE ALGO OCURRA, PARA ACOMPAÑAR CUANDO ALGO OCURRE, PARA PALIAR CUANDO YA OCURRIÓ”.

—El Monteagudo es un lugar de mierda —dice un pibe joven—, pero es mi lugar.

Con el pelo cortado al ras y prolijamente afeitado, a Gabriel hoy no le interesa el taller. Desde una mesa cercana, prefiere compartir su historia de quien “estuvo muy mal y ahora puede contarlo”. Una tarde, a los doce años, volvió a su casa en Maquinista Savio y encontró a su padre abusando de su hermana, que tenía trece y síndrome de Down. El hombre lo ató a una silla y lo obligó a mirar durante horas. Cuando pudo desatarse y quiso defenderla, el padre le disparó un balazo que aún carga en el cuerpo —sacárselo era correr el riesgo de dejarlo inválido, dijeron los médicos. Del hospital, Gabriel corrió a lo de su abuelo, un transa de Bajo Flores, le robó un arma, volvió a su casa y gatilló tres veces su venganza. El padre sobrevivió y cuando llegó la policía los llevó detenidos a ambos, pero los liberó a las pocas horas.

—Yo me quedé mirando al comisario y le dije: “¿Dónde está la Justicia?”. Volví a casa, agarré lo que tenía de valor y me fui.

Después, un mundo cuesta abajo y bastante mala suerte: conocer el paco, la rancheada en Constitución, vender lo poco que tenía para seguir consumiendo, andar de hogar en hogar, de villa en villa, de changa en changa. Gabriel lo cuenta todo con un cigarrillo en la mano derecha que no encenderá jamás, la misma en la que lleva un anillo que, dice, tal vez sea su salvación: hace tres meses empezó a salir con Celeste, una chica que está en otro parador, y quiere “hacer las cosas bien”.

Las historias que se escuchan en los pasillos son todas diferentes, todas brutales, pero las atraviesa un lugar común: la falta del Estado para impedir que algo ocurra, para acompañar cuando algo ocurre, para paliar cuando ya ocurrió.

Miguel Ángel, “Tuqui” para los amigos, acaba de terminar sus fideos con salsa de pollo y enciende un cigarrillo de sobremesa. Cuenta que, para sobrevivir, desde hace años pide monedas en la zona de la Biblioteca Nacional y que dentro de poco presentará una película sobre la historia del Monteagudo. También escribe poemas, y los vende en la calle en forma de fotocopias abrochadas. Jura que antes que poeta es borracho y muestra un ejemplar de la revistita.

El poema titulado “Hombre” dice así:

Larga esperanza/ la del hombre pobre/ agobiado por un mundo/ que lo acosa y lo margina./ Y la noche/ es noche cerrada/ en el campo,/ en la villa,/ y el barro se hace parte de él/ y lo cubre/ y lo endurece/ y sus manos son de hierro y hacha,/ madera y cal,/ curtidas y amables.

[…]

Hay un niño/ que llora descalzo/ en una puerta,/ mientras quince años/ de una adolescente/ pierden su inocencia,/ para calmar el hambre/ y se sigue adelante/ porque no queda otra/

solo hay una esperanza,
una larga,
larga
esperanza.

Doctor Esperanto

2

Inventar un idioma universal puede ser la locura intangible más ambiciosa de la historia. Hace un siglo fallecía el hombre que la llevó a cabo.

Hace un siglo, a los 57 años, fallecía el creador del idioma artificial más difundido del mundo.
Ludwik Lejzer Zamenhof, de seudónimo «Doktoro Esperanto» (el Doctor que Espera o Esperanzado), fue un oftalmólogo polaco de origen judío que desde muy joven diseñó y perfeccionó una de las pocas lenguas planificadas de la historia. Entendía que si la humanidad toda pudiera incorporar un segundo idioma de carácter universal, lograría superar la intolerancia que muchas veces nace de los nacionalismos exacerbados. La imposibilidad de acceder a un conocimiento integral de las demás culturas, decía, radica en no poder conversar con las mismas palabras.

Esta no es la primera lengua artificial planteada en forma completa. Ni es la única que nació del deseo de hermanar a los pueblos. Descartes, Komensky y Leibniz propusieron idiomas basados en la lógica matemática. Pero sus proyectos resultaron ser poco prácticos. Hubo muchos otros, como por ejemplo el Orba, que demandaba un intenso trabajo para aprender sus reglas; el Carpophorophilus, innecesariamente complejo; el Solresol, un idioma “musical” con el que se podía hablar cantando en sonidos o tocando un instrumento musical (sus palabras se formaban con siete sílabas equivalentes a las siete notas musicales).

«La imposibilidad de acceder a un conocimiento integral de las demás culturas, decía, radica en no poder conversar con las mismas palabras».

Las historias futuristas y de fantasía también tuvieron sus aportes. Tolkien, que vivió de cerca de la masacre de la guerra, inventó un idioma de nombre Sindarín, hablado por elfos, seres hermosos de gran sabiduría y poder. El Klingon (de la serie Star Trek) pertenece a una raza alienígena que eventualmente se hizo aliada de los humanos. El Na’vi (de la película Ávatar) es la lengua de una civilización que basa sus costumbres y tecnología en la comunicación espiritual con las plantas y animales de su planeta.

A Zamenhof le tocó nacer en un país que tiene una relación profunda con la esperanza. Al igual que otras ─hoy─ repúblicas de la zona, Polonia estuvo largamente «enferma de geografía». Ubicada entre imperios, fue partida y repartida, ocupada e invadida. Para sus habitantes, mantener la sola existencia dentro del mapa de Europa del Este fue una epopeya. De hecho, ese «del Este» implica una categoría política e ideológica que ha venido apartando del resto de Europa a un conjunto de países. Tanto que hasta en nuestro globalizado siglo XXI, en general, se desconoce cuáles y cómo son los pueblos que la componen.

Conferencia internacional de Ginebra (1922)

Por aquellos días, la población de su ciudad natal, Białystok, era una mezcla de razas y nacionalidades enfrentadas entre sí. Su padre era profesor de geografía e idiomas modernos. Probablemente, la idea de crear una lengua internacional le surgió aún siendo niño, ante el espectáculo de actos violentos que presenciaba a diario. Humanista, estudió idiomas en Varsovia y se hizo políglota. Entendió que una lengua común para todos debía ser sencilla de aprender, así que hizo pruebas con las gramáticas que conocía. Tomó la del inglés, por su simplicidad, y la redujo aún más. Luego, a partir de idiomas romances, trabajó la fonética y la ortografía. Finalmente, armó un sistema modular con afijos (prefijos, sufijos e infijos) y raíces de diferentes idiomas naturales y así solucionó lo referido al vocabulario.

Tenía diecinueve años cuando propuso y discutió su proyecto entre los compañeros de bachillerato. La idea generó gran entusiasmo y avanzó. La celebraron con un breve himno:

Malamikete de las nacjes,
Kadó, kadó, jam temp’ está!
La tot’ homoze en familje
Komunigare so debá.

(Enemistad entre las naciones,
Que caiga, que caiga, ya llegó el tiempo.
Toda la humanidad, como una sola familia,
Debe de unirse.)

«Tenía diecinueve años cuando propuso y discutió su proyecto entre los compañeros de bachillerato. La idea generó gran entusiasmo y avanzó».

Jóvenes e idealistas, no lograron que se los tome en serio. La cuestión provocó burlas y eventualmente el apasionado Zamenhof perdió a sus seguidores. Por ese motivo, cuando ingresó a la universidad evitó toda referencia sobre el tema.

Durante los siguientes siete años, mientras traducía y escribía en prosa y en verso, trabajó y puso a prueba la estructura del Esperanto, hasta que en 1887, finalmente, estuvo listo.

Presentarlo en público no era sencillo: se necesitaba tiempo y dinero. En esos años, aunque no le resultaba muy lucrativo, visitaba entre 30 y 40 pacientes por día. Firme en su ideal, encontró la ayuda necesaria en su futura esposa, Clara. Tras una vana búsqueda de algún editor lo suficientemente arriesgado para aquel delirio, el padre de su prometida le facilitó un préstamo. Pero hubo nuevas trabas: el manuscrito quedó retenido en algún escritorio de las autoridades rusas. En aquel régimen, cualquier cosa escrita con la intención de ser divulgada públicamente pasaba por un estricto control. Por suerte, al cabo de unos meses, fue declarado inofensivo.

La publicación tuvo su primera «tirada» en Varsovia en 1887. El título en ruso fue Mezjdunarodnyj Jazyk (Idioma Internacional) y apareció bajo el seudónimo con el que hoy se conoce el nombre de esta lengua.

Ese mismo año aquel Unua Libro (Primer Libro) se editó en otros idiomas, pero el progreso era muy lento. En estrecha colaboración con Clara, Zamenhof continuó promocionando la obra: escribió numerosos artículos y envió su libro a periódicos y revistas de diferentes países.

De a poco, el matrimonio Zamenhof empezó a recibir correspondencia, alguna incluso escrita en la lengua que el Dr. Esperanto había creado, y se formó un movimiento con grupos en diferentes ciudades de Europa. El mismísimo León Tolstoy otorgó prestigio a la causa, tras citar al nuevo idioma en varios de sus artículos. Dijo: «Son tan pequeños los sacrificios que todo hombre de nuestro mundo moderno tendrá que imponerse para aprender el Esperanto, y tan grandes los beneficios que puede alcanzar, que nadie se debe sustraer a hacer este estudio». También tuvo el impulso de pedagogos y librepensadores, y de otras figuras como el catalán Francisco Pi y Margall, presidente del Poder Ejecutivo de la República Española, quien escribió: «Nosotros, que tanto quisiéramos ver abatidas las fronteras de los pueblos, no vacilamos en recomendar el estudio del Esperanto a todos los hombres de inteligencia y de corazón, que de veras amen el progreso intelectual y moral de los pueblos».

«De a poco, el matrimonio Zamenhof empezó a recibir correspondencia, alguna incluso escrita en la lengua que el Dr. Esperanto había creado».

Se creó una publicación mensual, La Esperantisto, permitida solo en Alemania aunque más de la mitad de sus suscriptores fueran rusos. En las páginas del primer número aparecía un editorial en alemán, francés y esperanto. El propio Zamenhof agregó un poema propio, firmado con el seudónimo Amiko (amigo). En los siguientes números, las noticias del movimiento esperantista compartieron espacio con la exposición de la gramática fundamental de esa lengua.

En 1890 Zamenhof se hizo cargo de la publicación. No era tarea fácil sostenerla: el déficit económico era permanente. Sin embargo, ese no era el problema principal. En las ideas liberales que acompañaban la utopía de un idioma universal, subyacía una amenaza al orden de la época: así fue que lo prohibieron. Pero eso le otorgó un halo de rebeldía y de lucha contra la tiranía: dejó de ser una idea inofensiva para convertirse en un símbolo y en una posible arma contra la opresión.

La propagación del idioma no cesó. Y las publicaciones tampoco. En Suecia, se empezó a imprimir otro periódico en Esperanto y, desde entonces, no dejaron de aparecer revistas, diarios y artículos, tanto periodísticos como de interés general o divulgativos.

En 1905, en el primer Congreso Internacional de Esperanto, apareció un ─siempre tímido ante el público─ Zamenhof que dijo: “Reconozcamos la importancia del acto de hoy en la ciudad hospitalaria de Boulogne. No se trata de una reunión de ingleses con franceses, de rusos con polacos; es una reunión de hombres con hombres”. Cuatro años más tarde, tras el congreso anual de Barcelona de 1909, el rey de España, Alfonso XIII, nombró a Zamenhof comendador de la Orden de Isabel la Católica.

A la par de Zamenhof, Johann Martin Schleyer, un sacerdote alemán, había creado otra lengua artificial que también estaba siendo divulgada, el Volapük. La popularidad de ambas aumentó en paralelo, pero el Esperanto prevaleció debido a su sencilla gramática y a la flexibilidad con la que su creador había ido haciendo cambios a lo largo de los años, siempre abierto a pruebas y opiniones y renunciando expresamente a todo derecho particular sobre ella. No es el caso de Schleyer, quien consideraba el Volapük una propiedad suya y se mantuvo cerrado a modificaciones y críticas, lo que terminó con la escisión y posterior desintegración del movimiento. En la actualidad, está prácticamente muerto.

El congreso internacional esperantista del año 1914 tendría lugar en París. El matrimonio Zamenhof estaba en camino, cuando se declaró la guerra. La reunión, que a esa altura ya había convocado a representantes de más de cincuenta países, se suspendió debido a las circunstancias bélicas.

Nominado al premio Nobel de la Paz, el creador del Esperanto quedó recluido en Varsovia y murió tres años más tarde.

«Ni cerca estamos de imaginar el estupor y la desmoralización con la que vivió esos últimos años, en medio de una ensangrentada Europa que enterró generaciones de jóvenes en el barro de las trincheras».

Ni cerca estamos de imaginar el estupor y la desmoralización con la que vivió esos últimos años, en medio de una ensangrentada Europa que enterró generaciones de jóvenes en el barro de las trincheras. El desarrollo fuera de control de una Gran Guerra mal terminada se repitió en la demencial Segunda Guerra Mundial, en la que los hijos de Zamenhof perecieron bajo el régimen Nazi que eliminó casi la totalidad de la población judía de la golpeada Polonia.

El mundo actual es muy diferente y el acceso al aprendizaje de una segunda lengua, no por necesidad sino por placer, es cosa común en los países desarrollados. Existen avanzados estudios lingüísticos y hoy la ciencia plantea que manejar más de un idioma incrementa las habilidades cognitivas no relacionadas al lenguaje.

Quizá algún día alcanzaremos ese tipo de hermandad que trasciende los nacionalismos. Entonces, el sueño de Zamenhof dejará de vivir eternamente confinado a las comprobaciones que hacen las neurociencias o a las razas no humanas imaginadas por la ciencia ficción.

Nicolás Guillen, presente

0
Nicolás Guillén Reivsta ULTIMOROUND

Hace 125 años nacía el “poeta nacional cubano”. María Mazza y Patricia Morante leen sus poemas con un texto introductorio de Cubaliteraria.

Leen: Patricia Morante y María Ester Mazza.
Texto: Cubaliteraria.com

Nicolás Cristóbal Guillén Batista nació el 10 de julio de 1902 en Camagüey, capital de la provincia cubana del mismo nombre, hijo del periodista Nicolás Guillén Urra y de su esposa Argelia Batista Arrieta. Su padre murió a manos de soldados que reprimían una revuelta política en 1917 y ello significó la ruina económica de la familia.

La madre, una mujer de carácter y valor, se encargó de la formación de sus hijos y de la dirección del hogar. El recuerdo del padre fue conservado siempre por el hijo, quien, muchos años después, en la década del cincuenta, lo evocaría intensamente en su «Elegía camagüeyana». Por lo demás, su familia tenía un determinado nivel cultural y social.

En sus Páginas vueltas, de tono autobiográfico, Guillén ha contado: «Si se me preguntara a qué clase social pertenecía mi familia en aquella época, yo diría con toda seguridad que a la pequeña burguesía negra».

El joven Guillén termina sus estudios de bachillerato alrededor de 1919 y comienza a publicar sus versos en 1920, y colabora con revistas como Camagüey Gráfico, en su ciudad natal, y en Orto, de Manzanillo. En 1922 conforma un volumen de poesía, «Cerebro y corazón», marcado por la estética del modernismo, pero no llega a publicarlo en ese momento, y sólo verá la luz cuando, medio siglo más tarde, aproximadamente, aparezcan sus Obras completas. También en 1922, comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana, cuyas aulas abandonó en breve, desencantado por la situación deprimente de ese centro de estudios, impresión que dejó reflejada en un poema, «Al margen de mis libros de estudio», en el que satiriza la mediocridad de la vida universitaria que conociera (este texto, publicado en el número inaugural de la revista Alma Mater, en cuya directiva figuraba Julio Antonio Mella, tuvo una cierta notoriedad en el momento). De regreso a Camagüey, Guillén organiza y dirige la revista Lys, que tendrá muy poca duración. En Camagüey se desempeña en diversos oficios, entre ellos el de corrector de pruebas en el periódico El Camagüeyano, y luego el de redactor de mesa en ese mismo diario. Allí estuvo a cargo de una sección, «Pisto Manchego», en la que el joven periodista mezclaba, con sumo gracejo, temas de actualidad nacional o mundial con el anuncio de productos comerciales. También fue empleado del Ayuntamiento de Camagüey.

En 1926 regresa a La Habana en busca de un cambio de vida. A través de algunas amistades, obtiene un trabajo en la Secretaría de Gobernación. Decide en esta época instalarse en la capital cubana. Allí se intensificaron sus intereses literarios e intelectuales y conoció a Federico García Lorca (quien había sido invitado por Fernando Ortiz a impartir unas conferencias). En esa época conoce en La Habana al gran poeta negro norteamericano Langston Hughes, cuya amistad e influencia serían sumamente importantes para Guillén. En abril de 1930 escribe sus Motivos de son, que, al publicarse en el Diario de la Marina, lanzan al poeta novel a una especie de celebridad polémica, pero de amplia resonancia popular; la musicalización sucesiva de estos poemas por diferentes compositores, entre ellos Alejandro García Caturla y los Grenet, subrayó más aún la enorme acogida popular de sus textos. En otro sentido, la publicación de Motivos de son anudó su permanente amistad con otro poeta, también camagüeyano, Emilio Ballagas.

En 1931 publica, gracias a haber ganado un premio de lotería, Sóngoro cosongo; poemas mulatos, un libro de mayor estatura artística y de vocación reflexiva sobre la cultura cubana. En 1932 Guillén recibe una carta admirativa de Miguel de Unamuno: es la confirmación de su vocación poética.

Entre 1931 y 1934, Guillén va madurando gradualmente su modo de ver y analizar la realidad cubana e incluso caribeña. En 1934 se produce en Cuba el golpe militar del jefe del ejército, Coronel Fulgencio Batista Zaldívar. La situación política y económica del país es convulsa y está sujeta a la política de intervención de los Estados Unidos. En este año, su nuevo poemario, West Indies, Ltd., da cuenta de su crecimiento intelectual, que lo orienta hacia posiciones cada vez más críticas sobre el desequilibrio social y económico de su país. En 1936 Guillén se incorpora al grupo de redacción de la revista Mediodía, en la cual el poeta llega a tener una influencia marcada, y en la que colaboran intelectuales de la importancia de Carlos Rafael Rodríguez.

Vinculado a otra importante figura cultural y política del momento, Juan Marinello, Guillén viaja a México el 19 de enero de 1937 para participar en el congreso organizado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios de México. Su estancia mexicana le produce honda impresión y le permite vincularse con artistas como Silvestre Revueltas, José Mancisidor, Diego Rivera, Alfaro Siqueiros y otros. Es en esta época que publica un poemario de fuerte entonación popular, Cantos para soldados y sones para turistas, con prólogo de Juan Marinello. También publica en México su poema «España. Poema en cuatro angustias y una esperanza».

Viaja a España en 1937, para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Barcelona, Valencia y Madrid. En ese país, en plena guerra civil antifascista, se vincula con lo más destacado de la intelectualidad española, y allí Manuel Altolaguirre edita su libro, España. Poema en cuatro angustias y una esperanza. Conmovido por cuanto ve y experimenta en la España de la guerra civil, Guillén ingresa al Partido Comunista, en el cual militará hasta su muerte. En España, por lo demás, se relaciona con Antonio Machado, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Ilya Ehrenburg, Rafael Alberti, César Vallejo, León Felipe, Juan Chabás, Octavio Paz, Tristán Tzara, Anna Seghers, y reanudó trato con Ernest Hemingway, a quien conociera en Cuba.

De vuelta a su patria, acompañado por León Felipe, su situación no es fácil, entre otras razones porque «el Partido Comunista se hallaba en plena ilegalidad» y por la inestabilidad económica y política del país. En 1940 Guillén se presenta, sin éxito, como candidato a las elecciones para alcalde de la ciudad de Camagüey, por el Partido Unión Revolucionaria Comunista.

Entre 1939 y 1941, el poeta tuvo que consagrar buena parte de su tiempo a una intensa labor política y cultural, en el equipamiento del periódico Hoy, así como en tareas del Frente Nacional Antifascista, del cual era dirigente.

En 1942 el poeta Jacques Roumain, Director del Instituto de Etnología de Haití, lo invita a ese país, al cual viaja Guillén como enviado cultural del gobierno cubano, como delegado del Frente Nacional Antifascista y como redactor del periódico Hoy. En marzo de 1944 Guillén funda la revista cultural Gaceta del Caribe, con José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre, y Ángel Augier, la cual, a pesar de su indudable estatura literaria y cultural, apenas alcanza a sobrevivir hasta los dos últimos meses del año.

El 19 de noviembre de 1945 Guillén inicia una gira por América del Sur, que habrá de ser fundamental en su proyección continental y en el desarrollo posterior de la perspectiva americanista de su obra. Visita Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil. En todos estos países sostiene intercambios con lo más destacado de los artistas e intelectuales, se profundiza su visión de América. En 1947 publica en Buenos Aires El son entero.

En 1951 publica su Elegía a Jesús Menéndez, en homenaje al líder obrero cubano, con quien había mantenido amistad y colaboración. Ese año participa en el Consejo Mundial por la Paz, en Praga y en Viena. Al año siguiente viaja a la Unión Soviética, a la República Popular China y a Mongolia. Escribe en Cuba sus «Coplas de Juan Descalzo» y publica su Elegía cubana. La situación política cubana, cada vez más difícil después del golpe de estado de Fulgencio Batista, se ha hecho insostenible para él. En 1954 está en Estocolmo, para el Congreso de la Paz, y recibe el Premio Lenin de la Paz. En 1956 viaja a París, Bucarest, Varsovia, Budapest, Praga, Bruselas. La situación política de la Isla lo ha convertido en un exiliado que en su patria estaría condenado a prisión por la dictadura.

En 1958 está en París; en 1959 el triunfo de la Revolución Cubana lo sorprende en Buenos Aires, donde se ha publicado recientemente La paloma de vuelo popular. De inmediato regresa a Cuba. En el año 1961 se realiza en La Habana el Congreso en el que se funda la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la que resulta Guillén electo Presidente, cargo que ocupará hasta su muerte. Asimismo, mantiene su activa militancia en el Partido Comunista de Cuba. Como Presidente de la UNEAC, tiene una participación directa y sistemática en toda la vida artística y cultural de Cuba.

En 1962 publica Prosa de prisa, recopilación de sus textos periodísticos, crónicas, comentarios, etc. En 1967 publica El gran zoo, y en 1969 Cuatro canciones para el Che. En 1972 aparecen La rueda dentada y Diario que a diario. Ese mismo año se le concede en Roma el premio «Viareggio».

La muerte, después de larga enfermedad, lo sorprende el 17 de julio de 1989.

El Jugador

0
Los malabares para sobrellevar la ilusión fallada. Un relato de Federico Acosta Rainis.
Portada: ‘The Card Players’ de Lucas van Leyden (1525)

El tipo vivió siempre al límite; no conocía otra manera. Quizás su vida era solo una extensión del propio juego: la adrenalina de que en un instante todo se vuelva blanco o negro, victoria o derrota, solución o más problemas. Se pasó muchos años apostándole a los problemas: al casino, a la quiniela clandestina, a los burros del hipódromo de San Isidro. Y zafando como podía: le pedía plata a uno para cubrir una deuda con otro y así poder volver a manguear.

No tuvo una infancia fácil. Nació en 1938 en Palermo, en una familia acostumbrada a las carencias. Su padre había sido boxeador, delantero de San Lorenzo, vendedor de carteles de neón y muchas otras cosas más para poder llevar el pan a la mesa. Él nunca entendió demasiado de política; lo suficiente como para saber que su clase debía ser peronista: se convirtió a los diez años, cuando Evita recibió su carta y le cumplió el sueño de tener una bicicleta. De grande le cuestionó algunas cosas al general pero jamás nada a la abanderada de los humildes.

Creció flaco y alto entre compadritos y fue tanguero, aunque no macho alfa; todo lo contrario. Tras esa fragilidad había una sensibilidad enorme, demasiado grande para un mundo dividido en lobos y corderos. Eso habrá visto Romea, una poetisa italiana que antes de cumplir los treinta cargaba con una guerra, un exilio, un divorcio y dos críos a cuestas. Se conocieron a mediados de los setenta. La amó hasta sus últimos días, a pesar de las queridas, las deudas y las incontables separaciones. Ella se fue primero, en brazos de otro, harta de las mentiras y las excusas y los manejos con la guita; él, veinte meses después casi en total soledad. Tuvieron un solo hijo al que quiso torpemente pero también con locura.

La vida de los jugadores es igual adentro y afuera del casino: en la próxima mano parece que van a recuperar lo que perdieron hasta el momento y tal vez ganar algo extra, pero de a poco dilapidan todo. Primero es el auto, después la empresa familiar, luego alguna propiedad. Entonces se terminan los amigos, más tarde el matrimonio y al final los conocidos. Para cuando pierden el aliento ya no queda nadie a quien pedirle un favor. Es bestial irse así, con un corazón grande abandonado a la intemperie; es bien fiera la lástima.

Pasó sus últimos años de pensión en pensión, de prestado o rajando sin pagar. Para mantenerse, vendía dudosas obleas de servicios jurídicos y juntaba donaciones para una fundación contra el Mal de Chagas. En un hospital conoció a Patricia, quince años más joven, enfermiza, paranoica y abandonada por la familia; una mujer aún más desamparada que él a la que cuidó con devoción.

Se podría haber muerto de cualquier forma pero se fue como vivió siempre: haciendo malabares para postergar los problemas. Un cáncer que comenzó en la punta de un dedo y era curable se lo comió en un año porque se dejó estar. Se murió un día de agosto a las cinco de la mañana, en el hospital que linda con el hipódromo de San Isidro. Alcanzó a hacerle otro guiño más al destino: cumplió los setenta y cinco justo un mes antes, como para llevarse un número redondo al que jugarle todos los días en el más allá.

Patricia no pudo estar ahí. Sin su cuidado se perdió cuando fue a dar una vuelta, tras tres días de dormir en la sala de espera, convencida de que él se iba a recuperar. Para cuando la encontraron, deambulando hambrienta por Villa Devoto, ya no había cajón ni velorio ni entierro en el que llorarlo. Es que mi viejo se murió al límite; no conocía otra manera.

Argentina está salada

3

Ezequiel Adamovsky analiza el emprendedurismo macrista, base del “cambio cultural” que se pretende desde el gobierno.

Foto portada: Cuarto Poder, Salta.

Una expresión del léxico macrista ejemplifica como ninguna su vocación de ser una fuerza de cambio y la importancia que le dieron a los eventos de 2001 a la hora de diseñar su estrategia política. Esa expresión es “cambio cultural”. Durante la campaña electoral Macri la utilizó todo el tiempo para distinguirse del kirchnerismo: “Ellos van por la continuidad, nosotros por un cambio cultural”. Ya al frente del gobierno siguió insistiendo: el cambio que viene a proponer el PRO “no es económico, es cultural”. ¿A qué se refiere?

Algunos indicios permiten inferirlo.

Ante todo, está claro que significa un cambio profundo en el sistema de valores. Hernán Lombardi explicó la cuestión con mayor detalle. En una entrevista de julio de 2016 afirmó: “No vamos a cambiar hasta que no hagamos un cambio cultural, donde redefinamos la relación entre los individuos, la sociedad y el Estado, donde redefinamos cómo vemos el pasado para proyectarnos en el futuro, en cómo nos respetamos los unos a los otros, como volvemos a la cultura del esfuerzo” (1).

Redefinir los vínculos entre individuos, sociedad y Estado es crucial, y en eso el neoliberalismo que propone este gobierno es diferente del de los años noventa. En la base del “cambio cultural” que imagina el PRO no hay meros individuos ocupándose cada uno de su propio bolsillo. Por el contrario, su visión del mundo incluye un módico interés “espiritual” que complementa lo material. Y aunque tenue, también una cierta idea de comunidad, de ciudadanía entrelazada.

“En la base del “cambio cultural” que imagina el PRO no hay meros individuos (…) Por el contrario, su visión del mundo incluye un módico interés “espiritual” que complementa lo material. Y aunque tenue, también una cierta idea de comunidad”.

Pero es una comunidad muy diferente de las que aprendimos a añorar: la imaginan “descolectivizada”, es decir, sin estructuras que vinculen y protejan colectivamente a las personas, sin mecanismos que las incluyan a todas o que aten la suerte de cada uno a la de los demás. Y, sobre todo, sin rasgos culturales o políticos distintivos. Sin otra vocación que la de dejar que el mercado organice la vida en conjunto. El habitante ideal de esa comunidad imaginaria no es el individuo egoísta y cínico que compite contra los demás, sino el “emprendedor”. Esa es la figura protagónica del cambio que el PRO viene a proponer.

El emprendedor es aquel que tiene iniciativa, responsabilidad, capacidad de trabajo en equipo. Es el que pone su energía positiva en superarse a través del esfuerzo. No es el hombre que es lobo del hombre: por el contrario –desde este modo de imaginarlo– es el que coopera con otros, el que “arma equipo”, el abanderado de las innovaciones y la tecnología que prometen llevarnos a todos a una vida mejor. No acepta formar parte de un “pueblo” (en el sentido político del término), pero aun así arma comunidad con otras personas y reconoce la necesidad de entablar con ellas un vínculo ético, de respeto mutuo.

La ideología del emprendedurismo no es invento macrista: surgió hace unos cuantos años como parte del arsenal discursivo del neoliberalismo a nivel mundial. Vino de la mano de los proyectos de “flexibilización” laboral: a quien quedaba desempleado, se le ofrecía como horizonte convertirse en “emprendedor”. Ser su propio patrón. Desde hace tiempo hay agencias internacionales que se ocupan de difundir esa visión por todas partes, en un empeño por imbuir la sociedad, la cultura y la política con sus valores.

En Argentina es bastante reciente.

Foto: Aninoticias

El diario La Nación, algunas universidades privadas y empresarios locales se habían interesado por ella algo antes, pero su difusión masiva está intrínsecamente relacionada con el surgimiento del PRO. Desde su llegada al poder en la ciudad de Buenos Aires, en alianza con ONGs internacionales y escuelas de negocios, el macrismo viene poniendo grandes empeños en difundir el “espíritu emprendedor”: estableció un “día del emprendedor”, montó la academia “Buenos Aires Emprende” y financió numerosos eventos y programas específicos. Hasta la política social comienza a ser repensada como una cuestión de fomento del “emprendedurismo social” (se creó un centro para ello en la villa 1-11-14).

Además, el principal referente del emprendedurismo en Argentina, Andrés “Andy” Freire, fue designado Ministro de Modernización del gobierno porteño. Durante 2016 la ciudad de Buenos Aires estuvo tapizada de carteles grandes y pequeños, invitando a la gente a “animarse a emprender” y las redes sociales difundieron copiosamente mensajes similares. Nadie había escuchado hablar del emprendedurismo hace quince años, y de pronto parecía la respuesta a todas las preguntas (2).

“El habitante ideal de esa comunidad imaginaria no es el individuo egoísta y cínico que compite contra los demás, sino el “emprendedor”. Esa es la figura protagónica del cambio que el PRO viene a proponer”.

El emprendedurismo, además, es el eje central de las políticas educativas del PRO. Esteban Bullrich –ministro de educación de Macri en la Ciudad de Buenos Aires y luego en la Nación– es un verdadero adalid de esa doctrina. Imbuido de una visión empresarial por su formación como administrador de empresas, se esforzó en llevar el “espíritu emprendedor” a las escuelas secundarias porteñas, con encuestas y actividades entre los estudiantes (en 2015 anunciaron la intención de introducir la materia “Emprendedurismo e Innovación” en los programas oficiales) y se propone hacer lo mismo en todo el país.

La “revolución educativa” que tiene en mente consiste en enfocar la educación pública a la formación de emprendedores y de “recurso humano” flexible, capaz de adaptarse a las necesidades de las empresas en un mundo cambiante. Como él mismo afirmó en 2016: “tenemos que educar a los niños del sistema educativo para que hagan dos cosas: o que sean los que crean y generan empleos, o crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Se trata ni más ni menos que de habituar a los jóvenes a la inseguridad laboral permanente, embelleciéndola como si en realidad fuese un escenario de oportunidades para desarrollar su inventiva a la hora de sortear dificultades. O dicho de otro modo, compartir el ethos emprendedor incluso si uno es un trabajador con un sueldo magro y sin ningún derecho. Según sostuvo Bullrich entonces, y aunque no se entienda de qué manera, ese cambio contribuiría a asegurar la “igualdad de oportunidades”. El propio Macri se manifestó enteramente de acuerdo con la idea de que la escuela pública debe “estimular el espíritu emprendedor” en los niños y adolescentes (3).

“El emprendedurismo, además, es el eje central de las políticas educativas del PRO. Esteban Bullrich –ministro de educación de Macri en la Ciudad de Buenos Aires y luego en la Nación– es un verdadero adalid de esa doctrina”.

Como en todo lo demás, en el interés del PRO por el emprendedurismo se nota el impacto de 2001. La crisis de entonces obligó a millones de personas de sectores medios y bajos a buscarse un sustento alternativo al del salario. Ante la debacle económica y la falta de respuestas del Estado, había que rebuscárselas de algún modo. Así, entre las experiencias de autoorganización que marcaron aquella coyuntura, también se contaron las múltiples formas de autogestión económica que desarrollaron las clases bajas para sobrevivir. Mientras el mercado colapsaba, por todas partes surgieron empresas recuperadas, redes de trueque, cooperativas, ferias alternativas y formas de producción e intercambio no-mercantiles. En el pico de la crisis, literalmente millones de personas obtenían sus magros (pero únicos) ingresos a partir de alguna de esas formas de economía autogestiva.

Desde el punto de vista político, eran experiencias ambivalentes. Por una parte, se trataba de hombres y mujeres buscando ser autónomos a la hora de producir mercancías o recursos monetarios para sí. Pero, por la otra, no era un impulso que fuese inevitablemente individualista. Porque una fábrica recuperada, un nodo de trueque, el comercio solidario, participaban de maneras novedosas de reconectar el mundo popular, astillado por el fracaso del mercado. Era ponerse a producir pan como parte de un movimiento piquetero. Era fabricar cerámicas pero también organizarse para exigir una ley de expropiación de la empresa autogestiva. Era discutir alternativas al capitalismo junto con otros mientras se intercambiaban bienes con o sin mediar dinero. Y sobre todo, era vincularse con otras organizaciones populares para expandir la solidaridad o para defenderse de los ataques. Dicho de otro modo, la voluntad de mejoramiento individual y las actitudes “empresariales” que surgían por necesidad en esos años, se combinaban con lazos colectivos (familiares, territoriales, políticos) y, con frecuencia, con ideas anti-mercantiles.

Foto: Noticias Cuyo

La ideología del emprendedurismo buscó intervenir precisamente en esa ambivalencia, para aislar los impulsos “empresariales” y retirarlos de las redes colectivas y políticas de las que venían participando. Los valores de la “cultura emprendedora” ofrecían un marco interpretativo diferente para esas iniciativas económicas populares. Era como un lenguaje nuevo, que invitaba a que las personas no conectasen sus experiencias y expectativas con las de otras personas de su misma condición social, ni con reivindicaciones más generales, sino con las de los sectores medios y las clases acomodadas (y además, de manera “despolitizada”). El ideal del emprendedor ponía a disposición de todos, incluso de los pobres, la fantasía de no depender de nadie, de convertirse eventualmente en empresario. Porque “emprendedores” son todos, desde la mujer que vende limones en la calle, hasta el dueño de una compañía que cotiza en la bolsa. A todos se invita a participar de un mundo meritocrático en el que cualquiera puede alcanzar el bienestar si se lo propone (por su propio esfuerzo privado, antes que por la acción política colectiva o a través de derechos garantizados por el Estado). Lo único que había que hacer era “liberar las energías” que ya estaban latentes y eliminar obstáculos legales y políticos. Con eso solo, la utopía emprendedora parecía al alcance de la mano (4).

Desde muy temprano el movimiento del emprendedurismo identificó la potencialidad política de la situación. En 2003, una de las agencias internacionales pioneras en ese ámbito realizó un relevamiento que indicaba que la Argentina ocupaba el puesto 5 en el ranking mundial de países “emprendedores”. Traducido en términos empíricos, eso quería decir que el 14% de la población económicamente activa estaba involucrada en algún emprendimiento económico.
El porcentaje se había duplicado luego del año 2000, llevando al país a un número similar al de las naciones más desarrolladas aunque, a diferencia de éstas, buena parte de nuestros “emprendedores” lo hacían urgidos por la necesidad y en actividades de subsistencia e ingresos magros (5). ¿Podía seducirse a esas personas con una visión que las alejara de los lazos políticos y colectivos del mundo popular, para acercarlas en cambio al ethos empresarial? Esa fue precisamente la misión del emprendedurismo.

“Alfonso Prat Gay fue uno de los primeros en advertir la potencialidad del emprendedurismo (…) En 2009 (…) salía en defensa de La Salada, la feria ilegal que había crecido de manera autogestiva en el Gran Buenos Aires”.

En esos años, se difundió incluso la expresión “emprendedor social” para nombrar a quienes ponían su trabajo para mejorar de alguna manera la vida de los más pobres, por ejemplo, creando programas contra la desnutrición, animando iniciativas para mejorar la educación o para proteger el medio ambiente. Hasta se instituyeron premios para los más destacados de cada año. La expresión y los premios se aplicaban y repartían, claro, sólo a aquellos que hicieran lo suyo de un modo “despolitizado”. Competían así con las otras figuras del mundo popular que tradicionalmente se dedicaban a tareas solidarias: los militantes y activistas (6).

Entre los políticos, Alfonso Prat Gay fue uno de los primeros en advertir la potencialidad del emprendedurismo para “capturar”, en favor de un programa liberal, los impulsos que habían desplegado las clases populares para enfrentar la crisis. En 2009 sorprendió a todos con una columna de opinión en Clarín, en la que salía en defensa de La Salada, la feria ilegal que había crecido de manera autogestiva en el Gran Buenos Aires luego de 2002, hasta convertirse en un fenómeno económico gigante. Aunque reconocía que era un problema que vendieran mercadería de marca falsificada, que no tuvieran habilitación formal, ni pagaran impuestos, Prat Gay elogiaba lo que veía allí de espíritu emprendedor. Ese espíritu, debidamente apoyado por el Estado, prometía traer grandes beneficios para la transformación del mundo popular. Porque ofrecía una alternativa al delito y la droga –las otras actividades disponibles para un pobre, desde la mirada prejuiciosa del futuro ministro de Macri– pero también porque aportaba potenciales cambios políticos. En la última oración de la nota se percibe con toda claridad la dimensión política del elogio del emprendedurismo popular. Los emprendedores de La Salada trabajaban para no depender de la limosna ni de los planes sociales; “Los feriantes no tienen tiempo de pedir, trabajan para sacar a su Argentina adelante” (7).

La imagen de emprendedores que mejoran la vida colectiva por su actividad privada y “sin pedir” al Estado sintetiza bien uno de los sentidos centrales del “cambio cultural” al que aspira el macrismo. La comunidad ciudadana que imagina el PRO como efecto de ese cambio es algo así como la prolongación, en el espacio público, del espíritu positivo, solidario y emprendedor que debería animar a las personas en el espacio privado. “Juntos podemos” –otro eslogan clave de la campaña electoral– encapsula esta visión: la de una comunidad imaginada como un espacio sin conflictos ni intereses antagónicos, con individuos de espíritu emprendedor que buscan superarse sin culpar a nadie por sus problemas, y con un Estado que garantiza que no haya obstáculos indebidos a la realización personal (8).

(Fragmento adaptado por el autor de su libro El Cambio y la Impostura: La derrota del kirchnerismo, Macri y la ilusión PRO, Buenos Aires, Planeta, 2017)

Notas

1 «Sólo vamos a cambiar de verdad si logramos un cambio cultural», Radio Sudamericana, 5/7/2016, 

2 “Los 10 años de Endeavor”, La Nación, 27/8/2008; “Emprender en la era de la incertidumbre”, Clarín, 15/11/2013; “Descubrí todo lo que se vivió en el Día del Emprendedor”, 14/12/2016; “El apoyo a los emprendedores favorece la movilidad social”, Clarín, 3/4/2016; “Cinco prioridades de Larreta: qué planea hacer en la ciudad el jefe de gobierno electo”, La Nación, 26/7/2015; “Levantan un centro social en la villa 1-11-14”, La Nación, 13/4/2014; “De la radio y la tele a la gestión: un famoso emprendedor será ministro”, Clarín, 3/12/2015.

3 “Bullrich respaldó los proyectos de emprendedorismo escolar”, El Cronista, 29/6/2016; Bullrich en “Construyendo el capital humano para el futuro”, Panel realizado en el Foro de Inversión y Negocios Argentina 2016, 14 de septiembre de 2016; Macri en “Ciclo de Diálogo con Líderes Políticos”, Academia Nacional de Educación, 4 de agosto de 2014.

4 Véase Verónica Gago: La razón neoliberal: economías barrocas y pragmática popular, Buenos Aires, Tinta Limón, 2014.

5 “Crecimiento de emprendedores”, La Nación, 3/2/2003.

6 “Premios a emprendedores sociales”, La Nación, 30/10/2005.

7 A. Prat Gay: “En defensa de La Salada y de sus emprendedores”, Clarín, 31/3/2009. Más recientemente, un intelectual simpatizante del PRO volvió sobre el potencial “emprendedor” presente en la crisis de 2001; Luis Alberto Romero: “Se necesita entusiasmo para salir de la crisis”, La Nación, 5/1/2007. Debe decirse, sin embargo, que algunos peronistas como Eduardo Mondino (quien más adelante se acercaría al PRO) también manifestaban visiones “emprendeduristas”; véase E. Mondino: “Nuevos desafíos de una Argentina que cambia”, La Nación, 19/2/2004.

8 Sobre la figura del emprendedor véase Gabriel Vommaro y Sergio Morresi: ‘Hagamos equipo’: PRO y la construcción de la nueva derecha en Argentina, Los Polvorines, UNGS, 2015, pp. 138-40.